lunes, 31 de marzo de 2008

SANGRE FRÍA

Sangre fría
MANUEL VICENT 22/12/2002

Terminado el juicio por asesinato, los siete magistrados deliberaron acerca de la sentencia que deberían imponer al reo, y todos, excepto uno, eran partidarios de aplicarle la pena capital. Pese a que el crimen tenía todas las agravantes y ningún artículo del código daba un solo resquicio a la piedad, uno de los magistrados, jurista sin escamas todavía, se negó a firmar la pena de muerte. Durante el debate trató de convencer al resto de la sala, compuesta por ancianos venerables, de que el Estado no podía convertirse en un asesino legal. Agotados todos los argumentos de la criminología moderna contra esa barbarie, el joven magistrado, antes de acogerse al voto particular, dijo que firmaría la sentencia de muerte sólo a condición de que fueran ellos mismos, los siete magistrados de la sala, los encargados de ejecutarla. Deberían ir de madrugada a la cárcel, sacar al reo de la celda, arrastrarlo por toda la galería hasta el patio, sentarlo en el taburete, colocarle el collarín de hierro alrededor del gaznate, unir las siete manos con que habían firmado la sentencia para apretar juntos la tuerca del garrote vil y medir luego la longitud de la lengua que el reo había sacado. Aquellos magistrados eran unos caballeros y se horrorizaron ante su propia imagen de verdugos. Ese trabajo sucio correspondía realizarlo a unos subalternos infames. Eran otros tiempos. Hoy el papel de vengador personal comienza a estar muy valorado. Tres días después de la hecatombe de las Torres Gemelas el presidente Bush, atenazado aún por el miedo, llegó a Nueva York y al pie del avión le preguntó al alcalde Rudolph Giuliani: "¿Qué puedo hacer por usted?". El alcalde le contestó: "Si atrapa a Bin Laden, deje que sea yo quien lo ejecute con mis propias manos". Ambos jerarcas se relamieron de gusto como dos gatos ante una tripa de sardina. Un año después de la tragedia Giuliani reafirmó ese deseo estremecedor a sangre fría en televisión. La puerta ya está abierta. El propio Bush acaba de dar licencia a sus sicarios para matar terroristas siguiendo la propia inspiración y a este paso pronto se verá a los magistrados de Estados Unidos accionar la palanca de la silla eléctrica para unificar el papel de juez y de verdugo. Pero la cima de la civilización sólo se alcanzará cuando Bush y Giuliani, una vez cazado el maligno Bin Laden, se lo disputen para estrangularlo personalmente en directo ante las cámaras y se relaman luego ante sus mollejas como dos gatos de Walt Disney. Ya no quedan caballeros.

EL BAÚL

El baúl
MANUEL VICENT 29/12/2002

Dentro de un baúl con la tapa de terciopelo raído y herrajes de cobre acabo de descubrir una prueba de la existencia de Dios. Abandonado en el desván de una casa solariega, el baúl contenía un cúmulo de objetos olvidados en un desorden absoluto y al abrirlo después de tantos años me golpeó una tufarada de moho y polilla revenida. En su interior me encontré con el palacio destrozado del rey Herodes que yo ponía en el belén cuando era niño; también estaba la esterilla de cañas sobre la cual mi tío cazador extendía las frutas silvestres que traía del monte, serbas, madroños, sorollas, disputadas a los jabalíes; los hierros y las pesas de una balanza romana; una pelota de goma pinchada; los moldes de latón de las magdalenas; el fumigador de DDT para matar las moscas; una canana con cartuchos podridos y algunos tebeos, revistas, volúmenes de una enciclopedia y libros de texto del bachillerato. Uno de los libros era de religión. Cuando lo abrí al azar, una tijereta escapada del lomo desencuadernado cruzó la página amarilla y de pronto se detuvo sobre un párrafo donde el autor establecía una prueba cosmológica de la existencia de Dios. Comencé a leer. En ese párrafo señalado por la tijereta antes de reemprender su fuga se decía que la existencia de Dios queda demostrada por el orden admirable que reina en el mundo. Supuse que se refería a la armonía del universo y no al orden que había dentro de aquel mundo o baúl que era una suma de cacharros inservibles. En un tiemo en que el terciopelo de ese mundo aún estaba terso y limpio como la piel de mi adolescencia, miraba las estrellas y en el misterio de su álgebra pura veía la necesidad de un Creador. No sabía que el universo está lleno de galaxias que se devoran unas a otras con una ferocidad cósmica que se refleja aquí abajo en las vísceras de los tigres y en el corazón de los asesinos. Entonces me admiraba ante los verdes valles del Edén donde se ondulaba el cereal y creía que Dios habitaba en el interior de cada grano de trigo. Frente a aquel baúl del desván que era el mundo lleno de objetos absurdos y desordenados, con el texto de religión en las manos, recordé aquella vez en que mi padre en medio de un huerto de frutales abrió una granada y quiso demostrarme la sabiduría de Dios a través del milagro de aquellos rubíes tan dulces que se alimentaban de unas membranas tan amargas. Desde entonces sólo creo en el Dios de las granadas. Y a veces también en el de los limoneros, nunca en el Dios de las galaxias.

TODOS A UNA

Todos a una
MANUEL VICENT 15/12/2002

Lo único que ha quedado claro en medio de la marea negra en el mar de Galicia es que el presidente Aznar no sabe pilotar la maquinaria del Estado. Durante estos días aciagos su comportamiento displicente y atravesado ha merecido toda clase de críticas. Hay que añadir una más: este hombre no sabe llevar el avión. Cuando Aznar llegó al Gobierno, después de realizar una oposición llena de golpes bajos contra los socialistas mucha gente que no le había votado, comprobó con agradable sorpresa que el Estado funcionaba. Este milagro fue posible porque con el viento económico a favor y sin turbulencias en el espacio se gobierna con el piloto automático y la máquina manda. Sentado en su despacho, el presidente se limitó a obedecer órdenes de Washington, a cumplir con aplicación el programa de Bruselas y a vigilar las agujas, niveles y botones rojos del panel de mandos. Aznar pudo emplear el tiempo libre en repartir favores a los amigos y en practicar su deporte favorito, que no es el padel sino su habilidad para convertir a los adversarios políticos en enemigos personales. Usted mismo podría ser presidente del Gobierno en una situación de gran bonanza. Es en el momento de una dificultad grave e imprevista cuando un político debe dar la talla y medir su carácter frente al destino. Mientras el fuel avanza, así han visto los españoles a Aznar: orgulloso e impotente, agresivo y distante, retórico y desarbolado al frente de un Gobierno desbancado por la catástrofe. El mar siempre devuelve lo que nos es suyo. El vómito negro que el petrolero naufragado está arrojando sobre Galicia tampoco se detiene en sus playas. Ha seguido tierra adentro hasta anegar todas las conciencias. A un kilo y tres cuartos de fuel oil nos tocaría por persona si las 77.000 toneladas, que cargaba el Prestige, se repartieran por igual entre todos los españoles. Con esa ración de fuel oil se podrían llenar las copas de todos los bares, los platos de todos los restaurantes, los asientos de todas las poltronas oficiales y aún quedaría material para pintar de negro todas las paredes, fachadas y alcobas de todos nuestros pueblos y ciudades. Esta es hoy la verdadera España negra. Llegó el Rey a Galicia y dijo: "Aquí, como en Fuenteovejuna. Todos a una". Tal vez el Rey ignora que en el drama de Lope acababan de matar al comendador y el pueblo asumió una responsabilidad colectiva. Todos a una. Nadie pide violencia ahora: sólo que este Gobierno dimita, puesto que no sabe llevar el avión.

LLAMADA

Llamada
MANUEL VICENT 08/12/2002

No había nadie en el bar salvo ellos dos, una pareja de adolescentes sentados frente a frente, bebiendo inocentes refrescos de naranja. En la mesa entre los vasos habían dejado abiertos los teléfonos móviles, que sonaban a veces y entonces él o ella se ponía a charlar alegremente con un ser ajeno e invisible mientras el otro se quedaba hierático. El chico estaba muy enamorado de la chica, pero era incapaz de manifestarle su pasión. Sólo se atrevía a mirarla con intensidad a los ojos y ella ya había captado las turbulencias del corazón de su amigo y también le amaba, pero no podía ayudarle en nada, debido a su extremada timidez. Hablaban de cosas anodinas, sin comprometerse en absoluto. Las palabras iban del uno al otro directamente a través de la vibración del aire sobre el mármol de la mesa. El chico necesitaba declararle su amor y la chica esperaba que lo hiciera ya de una vez, un sueño imposible, porque entre ellos había una barrera psicológica insalvable. Cualquier gesto o inflexión de voz, al estar sus rostros tan cerca, podía delatar un sentimiento íntimo y eso les llenaba de terror. Había media luz en el bar, el hilo musical vertía una melodía propicia y los labios de los enamorados permanecían a una mínima distancia infranqueable. El corazón de los adolescentes tiene hoy un compartimento más. Se compone de dos ventrículos, de dos aurículas y de un teléfono móvil, que también bombea sangre. De pronto, este joven tímido y enamorado tuvo una inspiración. Usó el móvil para hablar con la chica que tenía delante sin dejar de mirarla profundamente a los ojos. Cuando sonó la llamada la chica descolgó. La pareja comenzó a hablarse de forma descarnada como si fueran invisibles. Ninguno de los dos ignoraba que a través de los móviles su voz se convertía en ondas electromagnéticas, viajaba al espacio sideral y luego volvía para penetrar en el cerebro del otro. Brutalmente desinhibido el chico le dijo la amaba. La chica le contestó que todas las noches soñaba con él, pero sus expresiones de amor sin amarras tenían dos vehículos: una voz recorría el aire sobre la mesa del bar por medio de la vibración natural y sonaba terriblemente vulgar; la otra bajaba desde un satélite de la estratosfera cargada de libertad e imaginación. "Te amo, te amo"-le decía el chico. "Oigo dos voces a la vez, ¿a cuál de ellas debo creer?"- preguntó ella. El chico le dijo que creyera en el amor que a través de las ondas magnéticas le llegaba por la sangre hasta el corazón.

SÉPTIMO SELLO

Séptimo sello
MANUEL VICENT 01/12/2002

No es necesario ponerse apocalíptico. Basta con estar desesperado. Primero hay que llorar por los marineros y pescadores gallegos que han visto arruinada su vida por este veneno que ha llegado a sus costas. Después hay que gemir por el alma de un pueblo que también ha sido envenenada con ese alquitrán. Todo el mundo lamenta la catástrofe económica de la marea negra sobre el litoral de Galicia. En ese mar morirán las algas, los peces, los percebes, el marisco y el afán de cada día; pero pocos hablan del espíritu colectivo que podría agonizar igualmente bajo el hedor a fuel oil que se ha apoderado del aire. A través de los siglos han llegado los peregrinos desde el corazón de Europa a Finisterre en un viaje iniciático para postrarse ante el horizonte del fin del mundo, un rito que es muy anterior al cristianismo. Esa era también la ruta de las ocas cuyo hígado auscultaban agoreros paganos antes de ponerse en camino. Hoy aquellas ocas sagradas estarían cubiertas de petróleo. Las columnas de Hércules sostuvieron luego, según la mitología griega, ese confín galaico de la Tierra. Non plus ultra. No había más allá. La banderola que, formando una ese, enlaza las dos columnas de Hércules ha pasado a ser el símbolo del dólar. La marea negra sobre la Costa da Morte suena a un castigo medieval. ¿Dónde están los disciplinantes que se azoten en procesión para aplacar la cólera divina? Una vez más se ha abierto el Séptimo Sello. Vivimos en una nueva Edad Media. Presagios, sectas, herejías, pestes y terror son sus características. Como entonces, el desenfreno agónico del milenarismo se concierta con la mística de la naturaleza donde hoy también se refugian buscando la salvación los nuevos mendicantes laicos, que son los ecologistas. El mar, como el arte, es una cosa mental. Imaginarlo azul e incontaminado significa que nuestro espíritu también está limpio. Ese sueño ha terminado. Ahora los nuevos peregrinos que lleguen a Finisterre verán ponerse el sol sobre una extensión negra y no será la noche, sino un manto de fuel oil que es la muerte. Decía Castelao: el gallego no protesta, emigra. Nunca más. Ha llegado el momento de la rebelión. El próximo 6 de Diciembre, Día de la Constitución, la bandera española será sometida a un homenaje patriótico lleno de palabras huecas y bombo militar. El escudo estampado en su trapo contiene las Columnas de Hércules. Sepan los políticos que por su negligencia culpable esas columnas están ahora rehogadas en fuel oil.

LA ADÚLTERA

La adúltera
MANUEL VICENT 24/11/2002

En el centro de una plaza pública había un saco lleno de piedras de buen tamaño. Eran piezas sagradas. A la sombra de los pórticos, que tamizaban una luz de cal viva, un centenar de hombres justicieros esperaba. Muy pronto llegaron unos esbirros arrastrando a la mujer adúltera, que fue recibida en silencio por todas las miradas mientras era depositada en tierra con los pies atados. A continuación un juez honorable leyó la sentencia y su voz se unió al balido de unas cabras que desde lejos participaban en la ceremonia. La muerte por lapidación para la mujer adúltera venía ordenada por el Libro Sagrado, el cual no daba resquicio al perdón, ni siquiera a la lástima. Una vez leídos los cargos, los hombres justicieros deberían acercarse a la víctima y armar su mano con una o varias piedras que había en el saco. Todos lo hicieron de forma decidida y después crearon un círculo alrededor de la mujer adúltera, que ya estaba arrodillada. No sucedió en una ciudad de Oriente ni de Occidente, sino en una plaza desolada bajo un cielo de diamante donde los relámpagos secos, a pleno sol, eran la única geometría con la que hablaba Dios. La mujer adúltera dobló su tronco hasta dar con su rostro en el polvo. Protegida la cabeza con las manos, sólo esperaba de sus verdugos la gracia de ser mortalmente herida con la primera pedrada. A una señal del juez que presidía la liturgia, los hombres justicieros levantaron el brazo, pero en ese momento, sin saber de dónde provenía, se oyó la enorme voz de un profeta que dijo : "Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra". Esa orden, que vino acompañada de un relámpago, paralizó a los verdugos. Con la piedra en la mano todos comenzaron a explorar su conciencia. Mientras la mujer adúltera mojaba la tierra con sus lágrimas, los hombres justicieros iban descubriendo dentro de la propia alma los deseos libidinosos que habían tenido, los hechos inconfesables que habían cometido y que aún permanecían impunes. Todos dejaron la piedra en el suelo y se alejaron, todos excepto uno. Era un hombre puro, libre de pecado, exento de toda culpa, el único legitimado para cumplir la sentencia, según el profeta. Cuando la mujer adúltera levantó el rostro, los pecadores habían desaparecido. En medio de la plaza sólo quedaba aquel hombre casto con el brazo armado. Mientras las cabras con sus balidos le pedían clemencia, el hombre lapidó a la adultera, llevado por la crueldad que nace de la estricta pureza. Así se convirtió en asesino.

LA CONDENA

La condena
Manuel Vicent 17/11/2002

Estaba amaneciendo cuando lo llevaban a fusilar. Iba sentado en el fondo de la camioneta con las manos atadas a la espalda y durante el viaje hacia la muerte trató de consolarse imaginando el fin del mundo. Una detonación cósmica había destruido la tierra y su lugar en el espacio lo ocupaba ahora el vacío absoluto. No había servido de nada haber escrito el Quijote, haber sido Miguel Ángel, haber dudado como Hamlet o haber ganado una gran batalla. Si la historia no era más que un sueño que ya había sucedido, ninguna importancia tenía morir ahora, inocente o culpable. Eso pensaba el reo hasta llegar a una ladera llena de flores silvestres donde fue apeado ante el pelotón de fusilamiento que estaba al mando de un capitán avezado en esta clase de ritos. Mientras los soldados alistaban los fusiles, el condenado se vio deslumbrado por un destello del primer sol que se abría paso en la niebla del valle. Pensó que si lograba darle a ese rayo de luz una profundidad infinita en su mente, sería inmortal. El capitán se le acercó para ofrecerle la gracia de morir con los ojos tapados. El reo asintió. Cuando un soldado le puso la venda y se le hizo la oscuridad, una ráfaga de su memoria cruzó por delante de los párpados cerrados dejando una estela luminosa en forma de labios de mujer muy carnosos. Imaginó de nuevo que si lograba detener aquel instante de amor que un día le fue regalado, podría salvarse. Oía la fricción de la brisa contra las plantas silvestres junto con la voz del capitán que mandaba cargar los cerrojos. Lo último que había contemplado en este mundo era un destello rosa en la niebla. No le pareció que fuera del todo despreciable morir en medio del aroma de las jaras con el sol iluminando su frente por donde entrarían las balas. A punto de recibir la descarga sonó en la ladera un caballo cuyo jinete jadeante traía un papel con el indulto. Le desataron las manos, pero la orden de su libertad fue leída por el mensajero teniendo el reo los ojos tapados todavía. A partir de ese momento a su alrededor hubo silencio. Sólo pasaron unos segundos. Cuando el indultado se quitó la venda allí no había caballo, ni jinete, ni soldados, ni capitán. Sólo la niebla persistía en el fondo del valle. Comenzó a caminar monte abajo como si en el mundo ya no quedara nadie. Tal vez la historia había terminado. En ese momento oyó muy lejos el eco de varias descargas. El reo ignoraba que había sido fusilado. Tenía carmín en la mejilla, un rayo de sol enfrente y seguía caminando entre las jaras.

LUZ PROPIA

Luz propia
MANUEL VICENT 10/11/2002

En el árbol la luz de los membrillos era la misma que despide su amarillo en los bodegones de Zurbarán. Una tarde plateada de noviembre decidí realizar el acto místico de alcanzar esa luz con la mano. Al bajar el fruto desde las ramas a este mundo me encontré con que humeaba todavía el gas letal en el teatro de Moscú debido a la maldad de los hombres y para no ser menos cruel que ellos la naturaleza acababa de aplastar una escuela llena de niños en Italia. Primero ordené los membrillos por su tamaño en la cesta para formar un bodegón en la mesa. Afuera sucedían más tragedias. En el corazón civilizado de Europa se había incendiado un tren de pasajeros y contra una pradera color esmeralda se había estrellado un avión repleto de ejecutivos. Cada día se necesitan más polideportivos para extender y enumerar los cadáveres con una etiqueta colgada del dedo gordo del pie después de cualquier catástrofe. Desde la mesa ahora un resplandor de Zurbarán iluminaba los espejos, al tiempo que perfumaba la ropa blanca de los armarios. Contemplando este bodegón he podido soportar que George Bush se haya presentado en la cima del mundo como un gallo de acero dispuesto a extraer todo el petróleo de la tierra con un misil detrás de otro. Los membrillos han acabado de hacerse profundos en el frutero y contra su superficie ha ido resbalando indistintamente la música de Schubert y la voz de Ella Fitzgerald unos días más. Durante esa decantación hacia la belleza, en cada telediario han hablado con boca montaraz algunos políticos, pero el alma de los membrillos, aunque haya generado algunas pepitas negras, ha permanecido insensible a esas villanías. Para sí quisiera uno esta conquista. Una vez al año celebro este rito y por un momento en casa se instala el mismo aroma que había en la cocina de mis antepasados en el pueblo por el otoño. He puesto a cocer los membrillos en un caldero con abundante agua. Al verlos tiernos y con la piel ya cuarteada, he apagado el fuego, los he pelado, los he cortado en trozos y los he pasado por un tamiz. Mientras pesaba la pulpa y añadía el mismo peso en azúcar, la radio daba la noticia del desplome de la Bolsa, pero yo lo revolvía todo dentro de una olla hasta crear una sola pasta con los neuras propios y todas las desdichas. Durante media hora la he cocido a fuego lento removiéndola con una espátula de madera para que no se pegara en el fondo del alma. Después en un recipiente de cerámica la carne del membrillo ha quedado dorada como los mejores sueños.

PARA VOLAR

Para volar
MANUEL VICENT 03/11/2002

Buscando la felicidad a toda costa el joven neófito quiso trascender los sentidos para atrapar la espiritualidad por el rabo e impulsado por este afán de perfección visitó el templo del Buda de Jade en Shanghai. En el jardín, a la sombra de un magnolio estaba sentado un monje ciego extremadamente anciano, que, según sus cálculos, debería de tener más de cuatro mil años de sabiduría. Por el atrio discurría una procesión de novicios rapados con batas de color azafrán haciendo sonar unas esquilas de cobre y la brisa de primavera olía a flores carnosas. El joven se acercó a aquel monje milenario, quien al sentir su presencia dispuso hacia él sus córneas blancas como huevos de torcaz. Bajo un cántico monocorde que llegaba desde el altar de Buda abigarrado de cirios y ofrendas, el neófito preguntó a aquel oráculo qué debía hacer para ser feliz. El monje se tomó tiempo para rumiar su inspiración que parecía llegarle desde el fondo de los siglos. Luego le dirigió estas palabras. 'A tu espíritu le sobran algunos elementos. Deséchalos si quieres volar lleno de placer hacia la suprema armonía'. Sólo cuando ya era un hombre maduro aquel joven entendió el significado de este mensaje. Un día estaba tratando de montar un equipo de música con sus propias manos siguiendo al pie de la letra el manual de instrucciones. Al terminar de articular todas las piezas del aparato descubrió que le sobraba un cable. No obstante, el equipo sonaba perfectamente. Desmontó de nuevo el mecanismo para iniciar la operación desde el principio. Al final de esta segunda prueba vio que no sólo le sobraba el cable, sino también un enchufe y dos tornillos; en cambio, el aparato sonaba mejor todavía. Lo intentó por tercera vez. Ahora había otras piezas importantes que no le servían y a medida que iba ahorrando elementos la sensibilidad del sonido era más depurada. De pronto comprendió la enseñanza de aquel monje ciego de Shanghai. A su edad ya había aplicado aquella doctrina a su propio cuerpo. Se había operado de la vesícula, le habían cortado parte de la aorta, había prescindido de la próstata e incluso de un riñón, había perdido siete kilos de grasa. Y, en efecto, se sentía así mucho más entero. Tal vez si ahora la aplicaba a su espíritu y desechaba traumas, complejos de culpa, neuras y fracasos podría volar ligero y lleno de placer hasta alcanzar la armonía de todos los sueños, llevando en la espalda las dos únicas piezas necesarias, las más difíciles de ensamblar, que son las alas.

20 AÑOS

20 años
MANUEL VICENT 27/10/2002

Los jóvenes que nacieron o eran niños hace 20 años, sin duda, guardan todavía una imagen muy deteriorada del partido socialista. Su percepción de la vida pública coincidió con su última etapa en el gobierno cuando la corrupción y la guerra sucia contra el terrorismo franquearon el poder a la derecha, que para desbancar a Felipe González convirtió el clima político en una sucesión de golpes bajos e improperios hasta hacerlo irrespirable. Estos jóvenes no tienen la experiencia de la euforia inusitada, llena de esperanza y energía, con que fue recibido el socialismo hace 20 años. Llegaron dispuestos a modernizar España y en gran medida lo consiguieron. Con los socialistas este país adquirió una estética a la altura de los tiempos y perdió de una vez el pelo de la dehesa. Tres hechos fundamentales contribuyeron a este cambio: el ejército dejó de ser protagonista de la vida nacional y el fantasma del golpismo fue desactivado definitivamente; España entró en el Mercado Común, con lo cual nuestros problemas seculares comenzaron a disolverse en Europa; los españoles fueron obligados a tomar conciencia de la necesidad y el deber de pagar impuestos. Una nueva generación de jóvenes estrenó masivamente en las aceras una forma distinta de comunicarse, de viajar, de vestir, de amarse, de crear, de cantar, de hacer cine y teatro, de escribir. Uniformes militares, sotanas y hábitos de monjas desaparecieron de las calles. La sombra de un ala de mosca que se cernía sobre este territorio se transformó en los colores vivos de las mochilas, en los anuncios, en el diseño, en la arquitectura. Por primera vez pedías una ficha de teléfono al camarero y no te la daba mojada. Los retretes de las estaciones estaban relucientes y en las panaderías te entregaban la barra de pan con unas pinzas sin haberla manoseado. No crean los jóvenes que es poco, si encima se ha conseguido que la sanidad gratuita llegue hasta el último ciudadano, que la enseñanza sea obligatoria y se haya hecho la reconversión económica soportando en carne propia dos huelgas generales. Luego llegaron los errores. El principal de ellos ha sido la pérdida de los ideales que dejó la tierra quemada para la esperanza de la izquierda durante muchos años. Gracias a esta gravísima corrupción está la derecha en el poder y con ella, al margen de sus éxitos derivados de una economía favorable, ha vuelto a este país el gesto castizo, casposo y cutre. No sé si los socialistas habrán aprendido la lección.
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BIBLIOTECA

Biblioteca
MANUEL VICENT 20/10/2002

La antigua Biblioteca de Alejandría nunca se incendió. Tampoco fue destruida por Julio César. Simplemente dejó de ser visitada por sus contemporáneos que sólo esperaban la llegada de los bárbaros y ante semejante indolencia toda la sabiduría helenística contenida en 700.000 papiros se disolvió en el aire o se fue hundiendo en el mar. De ahí viene que los salmonetes del Mediterráneo sepan todavía griego y latín. Durante mucho tiempo los únicos lectores que atravesaban los tres pórticos de la biblioteca fueron las cabras y los pájaros. Cuando estos levantaban el vuelo se llevaban pegadas a las patas, como semillas, algunas letras de versos dormidos en los anaqueles y luego, al posarse en lo alto de las ruinas, algunos poemas de Píndaro arraigaron en forma de higueras o limoneros en las grietas de los mármoles. También las cabras alejandrinas se alimentaron de filosofía, de retórica y poética hasta que biblioteca se hundió finalmente en la bahía , junto con el palacio de Cleopatra, que aun se vislumbra a pocas brazas bajo el agua. Los papiros que no devoraron las cabras ni consumieron los pájaros comenzaron a navegar el abismo y en ese momento histórico entraron en acción los peces. La biblioteca de Alejandría nunca desapareció. Sólo fue cambiando de lectores. Una vez sumergida en el mar, los primeros en sentarse en sus pupitres fueron los delfines, luego los atunes y salmonetes, hasta que los papiros se transformaron en algas y de ahí pasaron a ser el espíritu de las aguas azules. La tradición oral y escrita son formas en que se transmite la sabiduría, pero existe una herencia más profunda que se establece a través de otras misteriosas corrientes. Miles de papiros de la antigua Alejandría son todavía la espuma de las olas que en los litorales del Mediterráneo baten contra las almas de los marineros, campesinos y mercaderes. Ninguno de ellos ha pasado por el Liceo de Aristóteles , pero la marea ha llevado hasta ellos todo el silencio de la Biblioteca de Alejandría. Callar también constituye es una tradición oral. El interior de ese silencio, que es el pensamiento abstracto más intenso, contiene toda la sabiduría que guardaban aquellos anaqueles sumergidos. El sonido de las bellas palabras que nunca se pronuncian, los aromas que constituyen nuestra memoria, la luz que se convierte en música, los placeres que se producen en el límite de la imaginación: esa es la verdadera biblioteca de Alejandría, que sigue en pie porque la sostienen nuestros sentidos.

RIFLE O DIOS

Rifle o Dios
MANUEL VICENT 13/10/2002

En Washington hay un ser que posee un arma de alta precisión y se cree Dios porque puede disponer de la vida humana con sólo apretar el gatillo. No se trata del presidente de Estados Unidos, que también tiene ese don, sino de un loco que mata inocentes de forma indiscriminada con un rifle de mira telescópica. Cuando caiga en manos de la policía, se verá que sólo era un pobre diablo con buena puntería. Si se cree Dios es porque su torcida voluntad comparte con la omnipotencia divina alguna de sus propiedades: se siente inalcanzable y ejerce su ira invisible contra unos enemigos que elige según conviene a su vanidad e interés. No se trata de George Bush, ya digo, aunque el francotirador de Washington viva a su lado , pero en cierto modo este loco del rifle es una parodia del poder absoluto y representa el espíritu del mal en sí mismo. En la Biblia también está el Dios de la misericordia y la gente sencilla suele asimilar su bondad al sabor de un potaje, a la belleza de un paisaje, a la sonrisa de un niño, a los dorados frutos de los árboles en cuyas ramas ríe a carcajadas la inocencia feliz de los monos. Hay una clase de poetas locos , como Walt Whitman, que hace anidar a ese Dios sensible y desarmado en el corazón de la hierba. Pero en el Antiguo Testamento campa igualmente a sus anchas un Yahvé poseído por la mala conciencia de haber creado el mundo demasiado deprisa, sin volver la cabeza para comprobar la calidad de la obra y de haber modelado el barro humano con el dedo gordo del pie, tan a la ligera; por eso a continuación ha dedicado el largo domingo de las esferas a borrar ese engendro uno a uno con un arma de alta precisión que es la muerte o a aniquilarlo en masa con otros ingenios de acero. Ese es el Dios cuya cólera gratuita no aplacan los salmos, al que suplantan los asesinos para justificar la propia maldad. El francotirador de la carta de tarot ha creado un terror religioso en los alrededores de la Casa Blanca. La amenaza difusa que sentían las hormigas de la historia ante Yahvé o ante el emperador Diocleciano es el mismo que se experimenta en los candados de Washington ante el asesino de la furgoneta. En cualquier momento el libre tirador cometerá un error o, saciada su vanidad y deslumbrado por el mal, se hará un último homenaje volándose el cráneo. Entonces la policía informará al mundo del motivo de su maldad. Ni siquiera le había dejado la novia. Todo sucedió porque cuando tenía cinco años sus padres se negaron a comprarle aquel triciclo que tanto le gustaba.

SILENCIO

Silencio
MANUEL VICENT 06/10/2002

¿Qué es España? Desde el siglo XlX hasta hoy esta pregunta ha dado de comer a innumerables ensayistas, analistas, escritores, periodistas y políticos. Ha generado infinitos congresos, simposios y mesas redondas seguidas de las respectivas bandejas repletas de canapés. ¿Qué es España? Felices tiempos aquellos en que, al hablar de su esencia inaprensible, la sangre era el zumo de tomate preparado que el camarero paseaba durante el cóctel al final del debate. 'Está muy rico el pincho de tortilla', decía un hispanófilo germano. 'Pues no se pierda usted el montado de chorizo que está de muerte', exclamaba un historiador encorbatado. '¿De muerte, ha dicho usted?'. Después del aperitivo llegaba el almuerzo y en medio de unos garbanzos muy potentes la esencia de España seguía siendo el hueso del cocido más duro de roer. Siempre había considerado que la gracia suprema de España, que es uno de los mejores países del mundo para vivir, consistía en que nadie se ponía de acuerdo en qué consistía, pero aquella duda histórica que ha sido tan creativa, hoy se ha vuelto a convertir en una fuente de terror, de fanatismo, de miedo y de silencio. Nadie sirve ya canapés para eruditos en esta España en blanco y negro. Comprende uno ahora lo que pudo ser el macartismo en Norteamérica durante la guerra fría en los años cincuenta. Bajo aquella represión ideológica muchos intelectuales y héroes de Hollywood escurrieron el bulto, callaron, delataron, se comportaron como unos cobardes e incluso algunos se suicidaron; en cambio otros dieron la cara y arriesgaron el tipo, se jugaron el futuro, se largaron del país o sobrevivieron en las listas negras sin perder la dignidad. Vivir hoy en el País Vasco bajo el fanatismo nazi, la extorsión y la amenaza de muerte defendiendo la democracia y el derecho a expresarse libremente es mucho más arriesgado. Exige una fortaleza heroica. Sin duda, existe una fórmula establecida para no tener problemas: callar, no significarse o seguir hablando de lo buenas que están las cocochas ante la noticia de cualquier atentado. Pero el germen del miedo a hablar también se está desarrollando como una hiedra en el bando de los demócratas y constitucionalistas que quieren la paz. Como alguien insinúe aquí una objeción a la política antiterrorista del gobierno o una leve insinuación de diálogo, será tratado de traidor, de terrorista y en el mejor de los casos, de ingenuo o imbécil. Conmigo o contra mí: eso era el macartismo.

MÍSTICA

Mística
29/09/2002

La ciencia moderna ha entrado ya en contacto con la mística. Constituye la forma más pura de sobrevolar el estercolero de la humanidad. De hecho en los periódicos esa sección es la más poética. En medio de la política sucia, de los crímenes de guerra, de la basura cultural que nos nutre, los últimos avances científicos que uno lee cada día a la hora del desayuno bajo el aroma del café suponen una conquista divina y son también un alimento exquisito si se une a las tostadas. Subí tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance, dice el cántico de San Juan de la Cruz. Probablemente él pensaría en una perdiz roja, tal vez en una paloma torcaz, pero la torre de marfil donde antes se refugiaban los poetas incontaminados hoy llega hasta Marte y desde cualquiera de sus almenas pueden disparar el arco sobre los ángeles de litio que vuelan el vacío. La ciencia es también la última forma de compromiso, incluso de rebeldía. Nadie te podrá acusar de evadirte de los problemas de este perro mundo si abordas un cohete espacial y pones la esperanza en las estrellas. Y si aun te gusta la revolución, puedes hacerte militante de los embriones congelados, porque la mística moderna tiene dos frentes: uno llega hasta los minerales de Dios concentrados en el dedo gordo de su pie donde se apoya el universo y el otro rueda sobre el eje helicoidal del genoma. Por mi parte acostumbro a leer en el periódico las aventuras de la física y de la química con la misma devoción religiosa con que leo los prospectos que acompañan a las medicinas que compro en la farmacia. En estos prospectos doblados sobre las píldoras me entero de lo unidos que están a mi alma los fosfatos, el calcio y el magnesio, hasta el punto que sin ellos ni siquiera existiría la muerte. De hecho suelo leer estos papeles arrodillado unas veces en el cuarto de baño, otras en un reclinatorio frente a una pared blanca. De momento el espacio sideral está libre de culpa. Los moralistas no ponen ningún impedimento a que los científicos busquen bacterias irredentas e inmortales en el punto más lejano de nuestra galaxia. No sucede lo mismo si se adentran en el abismo misterioso de la carne. El genoma linda ya con el pecado. Cuando en los ejercicios espirituales se hablaba de la introspección del alma, entonces al neófito le faltaban datos para atravesar la primera capa de esta cebolla, pero hoy puede volar a Marte metido en una cafetera de aluminio y desde allí bajar hasta el último sótano de sí mismo donde los átomos están bailando.

HORMIGAS

Hormigas
MANUEL VICENT 22/09/2002

Si a Hitler no le hubieran suspendido su examen de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Viena y en lugar de un artista fracasado hubiese sido un pintor de éxito probablemente no se habría producido la Segunda Guerra Mundial. En la tragedia griega el destino humano es un juego de dados que practican unos dioses ebrios. Los hombres no eran sino hormigas perplejas a merced de una fuerza misteriosa e insuperable. Pienso que no hay necesidad de interrogar al oráculo para saber a qué se deben las mayores desgracias de la humanidad, puesto que son algunas hormigas neuróticas las que alteran el sueño de los dioses. El destino es el carácter. Basta con que un político, un juez, un obispo o un militar sea un tipo vanidoso, frustrado, ambicioso, desconfiado, rencoroso, frívolo o simplemente estúpido para que estas pasiones vulgares en una partida de taberna, desorbitadas por el poder, lleven a una sociedad al cataclismo. Si vivimos en una economía de guerra es lógico pensar que la guerra es inevitable. La producción de armamentos cada vez más devastadores constituye el motor del desarrollo industrial norteamericano y la fuente de su hegemonía planetaria. Cuando los armarios ya están llenos, los propios misiles crean un enemigo. Pronto empezarán a llover sobre Irak. Ésta sería una pasión inexorable contra la que los hombres nada pueden hacer. No obstante, existe la duda de si en esta tragedia interviene más la fuerza del destino o el carácter violento, la inteligencia limitada, el orgullo vaquero de una simple hormiga como Bush. Por otra parte, ¿tendrá alguna relación el vientre impúdico de Sharon con la desgracia de los palestinos? Si en España el problema vasco dura ya casi dos siglos y las voces del coro dan vueltas de forma rítmica al escenario sin hallar remedio, se puede creer que esa pasión no tiene otra salida que la de seguir dando vueltas, según Esquilo, ya que sólo los dioses gobiernan la tragedia. Pero no es seguro que la suerte del País Vasco no dependa más de la dureza de mollera, del mal vino, de la vanidad, del empecinamiento de unas hormigas que se mueven en torno a este problema. Con mucha sabiduría, en el siglo XIX los políticos se dividían en moderados y exaltados. Entonces estaba claro que el destino de una sociedad dependía del carácter de sus gobernantes. Después de todo, un político, un juez, un obispo o un militar traslada al ejercicio del cargo las mismas pasiones que utiliza para jugar al tute o a la garrafina.

ESCOBAS

Escobas
MANUEL VICENT 15/09/2002

Al final de una noche de sábado, mientras las fiestas ardían en alcohol , se oyó la primera detonación en una esquina de la ciudad. Un policía acababa de detener a un ratero y éste, al entrar en contacto con el metal de las esposas, había estallado. Su cuerpo convertido en una bomba no produjo un solo herido ni siquiera había dañado levemente al sabueso, aunque se había esparcido por la acera en cien pedazos, que fueron a sumarse a la basura que el rebaño nocturno había dejado en la calle. Poco después se oyó otra deflagración en una glorieta cercana. El navajero ahora detenido tampoco había producido víctimas, ni siquiera una mancha de sangre a los presentes al reventar, pero la gente comenzó a preguntarse qué pasaba, sin experimentar pánico en absoluto, sino simple curiosidad. Alguien corrió la voz de que habían entrado en acción las medidas del gobierno contra la delincuencia y, en efecto, al final de aquella noche de sábado en todos los barrios estallaron muchos cacos y vagabundos sin papeles al ser apresados. El caso de estos pequeños malhechores explosivos fue considerado normal. En realidad sólo era un problema de limpieza. Los cuerpos dispersados en trozos de menos de un kilo de carne, junto con sus respectivos harapos, no se distinguían de los cristales de las botellas despanzurradas, de las vomitonas, de los envases ahítos de vino, de los orines fermentados en los zócalos. En cuanto saliera el sol llegarían los barrenderos. Estas escuadrillas armadas con escobas estaban compuestas en gran parte por inmigrantes sospechosos que podían ser arrestados mientras barrían los despojos sangrientos de sus hermanos, aunque ya se sabe que por cada uno de ellos que puede darte un tirón o ponerte una navaja en el cuello, más de mil llegan a este país sólo a limpiarte la mierda del retrete o a contarle cuentos suaves a tu abuelito. Este hecho insólito comenzó a ser habitual todos los fines de semana, hasta el punto que las explosiones ya habían sido incorporadas a la diversión de las noches del sábado. En cuanto un policía comenzaba a perseguir a un ladrón, la gente salía de las tascas y se agolpaba en la acera para ver si se producía el contacto, sabiendo de antemano que la detonación no les causaría daño alguno. Las medidas del gobierno no lograron erradicar el delito callejero aunque produjeron un efecto muy emotivo, porque al barrer los domingos la basura de la noche del sábado, al final, las escobas siempre quedaban manando sangre.

QUILLA AZUL

Quilla azul
MANUEL VICENT 08/09/2002

Me había propuesto realizar una travesía feliz con ron, mojama, frutos secos y canciones napolitanas, pero a una milla de la bocana me sorprendió una ceremonia funeraria con salmos de Isaías. La cubierta de un velero en medio del mar estaba ocupada por gente vestida de luto. Una mujer con la pamela y el rostro tapados con una mantilla negra iba abrazada a una pequeña urna y el resto del duelo navegaba de pie en silencio agarrado a las jarcias y a los obenques. Como de costumbre el naufragio se había producido en tierra y siguiendo la moda de convertir el Mediterráneo en un cementerio aquella gente iba a dar de comer a los peces con las cenizas de un ser querido, que ahora sucumbían por encima de la borda junto con una plegaria y un ramo de rosas. Los salmos de Isaías los traía hasta mí una brisa cargada de sal y sonaban muy bien desnudos, sin un grito de dolor. Mientras me alejaba de aquel funeral marino pensé que hay tantas almas en el mar como pavesas humanas el amor haya esparcido sobre sus aguas. En este litoral tengo varios amigos sumergidos y ahora navegaba sus almas que ya son olas azules. Su destino en el más allá lo marcan las mareas. Unas veces las almas de estos amigos están en calma, otras son almas rizadas o arboladas, convertidas en fuertes marejadas, en amaneceres rosados y en sangrientas puestas de sol, según sea la meteorología. Esta mañana los he recordado mientras la quilla iba partiendo su memoria. El mar no quiere hacerse cargo de los náufragos que han muerto luchando contra la tempestad, ya se trate de héroes, esclavos, príncipes mercaderes o navegantes desesperados que huyen del hambre de otras latitudes. Sólo admite con gusto a cuantos naufragan en tierra y desean que sus almas se vuelvan azules. Cada día asistimos con horror a la visión de sucesivos bancos de cadáveres que llegan flotando a nuestras costas y que el oleaje arroja contra nuestra conciencia. Esos muertos alineados en las playas con la imagen del paraíso congelada en sus ojos abiertos no los quiere el mar porque se deben a la injusticia y a la crueldad humanada. Ésta es la lección moral que nos da con cada remesa de náufragos: en la cultura moderna el mal ya nunca podrá ser ocultado por el placer. Con el sonido de los salmos de Isaías perdido en el agua vi que el velero del funeral volvía a puerto. Pese a todo mi travesía fue muy suave, nada melancólica. Esa mañana las almas de los amigos estaban en calma y su brisa era constante. Les ofrecí un poco de ron con algo de mojama.

EL MILAGRO

El milagro
MANUEL VICENT 01/09/2002

Mucha gente durante años me ha confundido físicamente con Adolfo Marsillach y con Luis Carandell. Pocos días después de que el actor se fuera al seno de Abraham llegué a un pueblo de Galicia y al cruzarse conmigo dos viejas me miraron espantadas y entre ellas se dijeron: 'pero ¿este señor no murió?'. Ahora también Luis Carandell acaba de rendir cuentas al Altísimo y yo por fin me he quedado en la tierra con mi propia identidad. Carandell tenía un talante de caballero inactual, poseído por una ironía muy catalana, injertada de madrileñismo, capaz de reducir la historia de la humanidad a una sucesión de anécdotas divertidas. Entre otros muchos libros había escrito un Santoral ingenuo y absurdo, truculento y surrealista, pero en la vida de esos santos se olvidó de incluirse a si mismo, porque, sin duda, él fue un beato que realizó al menos dos milagros. Uno de sus portentos consistió en lograr que nadie de la profesión, donde abunda gente de mucha navaja, hablara mal de él. Seguramente ha sido el único periodista que ha gozado de una simpatía unánime y tal vez salvó los obstáculos necesarios para caer bien a todos aplicando la asignatura de Urbanidad que aprendió en el colegio. El segundo prodigio lo realizó conmigo. Lo he llamado El Milagro del Desolladero. Fue una mañana de mayo, por San Isidro, en que yo andaba por los aledaños de la plaza de las Ventas a la hora del apartado de la corrida con unos reporteros de la televisión alemana. Sé muy bien que ese no era exactamente mi sitio, pero los periodistas quisieron asomarse al patio de caballos que estaba desierto. En ese momento un grupo de aficionados cruzaba por allí en dirección a los corrales. A la altura del desolladero uno de ellos se desprendió de los otros y se vino hacia mí con el gesto muy torvo y en son de amenaza, apuntándome con el dedo, me preguntó: '¿tú eres ese Vicent que echa pestes contra la fiesta nacional?' Ante su puño dispuesto a batirme, lleno de pánico, contesté: 'No, yo soy Luis Carandell'. El hombre hizo un gesto de agrado y me pidió excusas. 'Ah, es verdad, le había confundido con ese'. Y a continuación se deshizo en elogios. Carandell fue mi amigo. Tenía muchos motivos para admirarle. Pero ninguno tan prodigioso como el haberme salvado, tal vez, de recibir un pase de castigo a cargo de un furibundo taurino. Fue el milagro del desolladero de San Luis Carandell. Por mucho menos hay gente encaramada en los altares con los ojos de escayola y las mejillas de purpurina.

CHICHARRA

Chicharra
MANUEL VICENT 25/08/2002

Ayer, después de la siesta me enfrenté a un grave dilema: encontrar la verdad dentro de mí mismo o buscarla en el punto exacto de donde partía el sonido de la chicharra que hervía sobre mi cabeza en el algarrobo. A medida que descendía al interior de mi espíritu la filosofía se iba agotando hasta quedar en nada. Sucedía algo parecido cuando subía al árbol por la escalera de mano e indagaba entre las ramas, porque al ver que me acercaba a su existencia, la chicharra callaba y yo quedaba igualmente desorientado. Si me sentaba de nuevo en la mecedora a meditar sobre el destino de mi vida sin hallar solución, la chicharra volvía a sonar en la vertical de mi cerebro y el dilema quedaba otra vez en el aire. La búsqueda de aquel insecto invisible me parecía un ejercicio tan espiritual como la introspección del alma. Pensé que encontrar la chicharra podía ser la conquista más importante de mi vida, una prueba filosófica muy profunda que justificaría mi paso por la tierra. No era un empeño fácil. Casi nadie en este mundo, y menos un filósofo, ha visto nunca una chicharra. Por supuesto Aristóteles no sabía como era, aunque, sin duda, bajo su chirrido obsesivo escribió el tratado de Metafísica, una doctrina menos inasequible que este insecto hemíptero cuyo cántico representa la esencia del mediterráneo tanto o más que los versos de Anacreonte. Si conseguía sorprenderlo en un pliegue del algarrobo habría alcanzado un nivel que no lograron los poetas y filósofos grecolatinos. Tenía sobre la mesa de mármol un granizado de limón junto a un libro de poemas de Catulo. En uno de ellos, antes de emprender una nueva ascensión, leí: los soles pueden ponerse y volver a salir, pero nosotros una vez se apague nuestro breve día, tendremos que dormir una noche eterna. Entonces me dije, de hoy no pasa que no descubra la chicharra en el algarrobo. Comencé a subir despacio por la escalera hasta quedar sentado en la cruz del tronco. Su sonido no cesaba y lo tenía tan cerca que mi mente parecía que se estaba friendo y mientras escrutaba con método analítico el envés de cada hoja, me seguía haciendo preguntas sin respuesta acerca de mi destino. De pronto la vi y al principio la chicharra guardó silencio. Era de color verdoso, tenía la cabeza gorda, los ojos salidos y trasparentes. Viendo que respetaba su oficio, volvió a cantar dialogando conmigo. Aburrirse en verano es un privilegio, a estas alturas de tu vida ya no busques un mediterráneo que no sea de carne y hueso. Eso me dijo.

GUIÑOL

Guiñol
MANUEL VICENT 18/08/2002

Hay un nuevo género periodístico, no sólo veraniego, que es un remedo del viejo guiñol. Consiste en elegir a cualquier personaje famoso, generalmente de escaso fuste, aunque también puede ser poderoso, para zaherirlo, ridiculizarlo y cuando se está seguro de haber levantado la risa del lector, rematarlo con un golpe en la cabeza como a un títere de cachiporra. La única condición que se le exige a ese personaje es que no tenga capacidad de defenderse de igual a igual. Algunos periodistas que cultivan esta fórmula son muy ingeniosos y consiguen arrancarte una carcajada, pero sucede que si uno entra en el juego del escarnio acaba convirtiéndose en un lector débil y despreciable. Nos quejamos de la basura pública y a veces la tenemos en casa. Este género se expende en las tertulias de radio y de televisión en horas de prestigio y también en periódicos serios. Esa forma de atacar a quien no puede responder con las mismas armas, de burlarse de cualquier defecto físico de un político por muy miserable que nos parezca, de convertir a cualquier famoso en un muñeco de serrín para destriparlo públicamente acaba generando un estilo peculiar que tiene el nombre acuñado. Se llama simplemente fascismo, aunque de momento sólo asome la oreja por el lado de una crítica divertida y cruel. Este es un país con poca musculatura moral, pero muy fácil de vivir porque aquí vale todo. La cloaca pasa por en medio del salón y eso es lo que nos distingue de un país de primera clase, donde para estar a salvo de los hedores de la fosa séptica basta con desearlo. También en otras partes existen los mismos mierdas, personajillos inconsistentes, gente hortera, delincuentes groseros y simpáticos, pero esa recua inane o siniestra se mueve en el patio trasero de la sociedad que es su sitio exacto. No da titulares en los periódicos serios ni escritores y periodistas de gran nivel descienden a comentar hasta el último de sus sabañones. Puede que se trate de una sarna literaria pasajera. Pero esa lluvia ácida a todos nos corroe. Esta mañana estaba bajo el algarrobo leyendo un artículo y todo iba bien hasta que, de pronto, me he sorprendido a mí mismo con una carcajada. Sólo tardé medio minuto en avergonzarme. ¿Por qué me había reído de un pobre ser, inculto e inofensivo, a quien el periodista había destrozado con armas tan desiguales, él con un millón de lectores y el otro a solas con su ignorancia? Me dije, a partir de ahora se acabó el guiñol. A estos graciosos que los lea su padre.

domingo, 30 de marzo de 2008

MUY SENCILLO

Muy sencillo
MANUEL VICENT 11/08/2002

Que todo sea muy sencillo, que todo sea muy alegre, como cantaba Ovidi Montllor y así cuando llegue la muerte no te encontrará. Si pregunta por ti, alguien le dirá: no hace ni medio minuto que acaba de salir de vacaciones y aunque corra para agarrarte por la espalda, no te alcanzará, porque tú ya estarás bailando en una estrella. Después de todo, la muerte no es nada y siempre hay una forma para verla desde el otro lado. Si mueres al final de una larga y penosa enfermedad, la familia dirá que por fin ya has descansado; si mueres de repente, pensará que has tenido suerte porque no te has enterado; si estiras la pata de viejo, creerá que ya has vivido lo suficiente; si mueres muy joven, todos te recordarán fuerte y guapo; si te lleva la Parca ya maduro, te habrás ahorrado lo más cruel de la vida que es la vejez y si eres un niño cuando te siega la guadaña, el cura celebrará que Dios te haya subido al cielo sin obligarte a pasar primero por este jodido estercolero. Como ves, todo son ventajas si te mueres, pero voy a tomarme una cerveza con una de gambas a tu salud. A cierta edad hay que contar los años uno a uno como si fueran cosechas. Si uno se siembra a sí mismo en otoño, se poda en invierno, se abona en primavera y se riega en verano, se convertirá en un fruto magnífico de temporada que deberá saborear con suma fruición hasta relamerse el dedo gordo del pie. Si te arrancan la pleura o te cae la ruina en el cogote, habrá que esperar que el año siguiente esté lleno de felicidad. A estas alturas cualquier conquista de la medicina me pone a temblar, porque cada descubrimiento nuevo en las entrañas del genoma hará que mi vida se alargue como una prolongación de la muerte, y uno será un conejo de indias siempre a expensas de laboratorios, quirófanos, urgencias, entradas y salidas de la UVI, de las residencias de ancianos. Cuando ese avance científico sea rentable yo estaré a salvo en algún lugar del infierno donde hay piscinas con palmeras y pasa un camarero con una bandeja de dátiles. Cuéntame batallas de amor, aunque sean imaginarias, pero no me expliques cómo te abrieron el corazón para insertarte una válvula de cerdo. No me muestres con orgullo la cicatriz, porque la vida hay que vivirla como una contabilidad de pequeños deleites efímeros y si la cosecha de un año será la muerte, mientras tanto quedan muchas atardeceres que contemplar a través de una copa. Si eres joven, revienta de placer. Si eres viejo, piensa que lo más dulce siempre se reserva para el postre.

ESTRELLAS

Estrellas
MANUEL VICENT 04/08/2002

Olía a jazmín aquel cine de verano junto al puerto de pescadores. El público se traía de casa hamacas y sillones plegables. Si la película era aburrida podías mirar las estrellas. Mientras en la pantalla se sucedían tragedias y amores, algunos comían bocadillos de longaniza, bebían cervezas e incluso con las tarteras abiertas cenaban carne con tomate en camiseta de imperio. Había una fusión de sonidos en el aire: al tableteo de la metralleta de un gángster se superponían los pistones del motor diesel de una barca que a esa hora salía a la pesca de la sardina. A veces la ficción y la realidad también cambiaban de lugar. Cuando se establecía el viento gregal, los golpes del oleaje contra la escollera parecían salir de la cabina del cine; en cambio, muchos naufragios con gritos desesperados de la protagonista coincidían con un olor a alga podrida que la bajamar despedía en la dársena donde se oían las risas nocturnas de los jóvenes que bajaban victoriosos del barco de Ibiza. Arriba estaba el álgebra negra de las constelaciones. Exactamente a medianoche, en la vertical del cráneo de los espectadores, situadas a millones de años luz, brillaban tres estrellas, Vega, Altair y Debeb, formando el Triángulo de Verano y a una distancia no menos astronómica aparecían en la pantalla otras estrellas, Michelle Pfeifer, Kim Bassinger o Julia Roberts, sólo asequibles mediante los sueños. Aquel cine ya no existe. En su solar una empresa inmobiliaria va a construir un edificio de viviendas. Cuando las máquinas comenzaron a excavar el suelo, afloraron vestigios de los griegos focenses o tal vez romanos, junto a algunos enterramientos del tiempo de los árabes. En aquel cine de verano el público tenía la Casiopea sobre la cabeza y a Paul Newman o a Sharon Stone ante los ojos, pero estos sueños estaban sustentados por unas momias desconocidas que dormían desde hacía siglos a un par de metros bajo tierra. No es extraño que el perfume de jazmín, unido al sabor de tomate frito que salía de las tarteras, también a mí me llevaran muy lejos. Cuando una película era aburrida, tumbado en la hamaca, me dedicaba a la astronomía. Todo el universo gira. Hace diez mil años la estrella Vega ocupaba en el firmamento el mismo punto que hoy ocupa la Polar. Entonces aún no había navegantes que necesitaran el norte, pero desde aquel cine de verano cualquiera podía subir hasta ella con un bocadillo en la mano mientras Lauren Bacall esperaba a Bogart fumando en boquilla.

TRAVESÍA

Travesía
MANUEL VICENT 23/06/2002

Después de navegar todo el día bajo un sol tórrido llegó a puerto este hombre de espíritu, se sentó en una terraza y pidió una cerveza muy fría. La espuma helada se le derramó en el pecho abrasado y esa sensación casi divina coincidió con una noticia que daba el telediario. No logró vislumbrar qué nueva tragedia había sucedido, pero sabía que era el último monstruo que había que vencer al final de una travesía feliz. La cerveza derramada le llegó hasta el ombligo y este navegante pensó que el rumbo trazado sobre su piel por la espuma helada era la mejor singladura. Consideraba que vivir sin que el telediario le contaminara constituía su mejor obra de arte, porque el crimen que contemplara en la pantalla era un crimen que en cierto modo él también cometía, puesto que un espectáculo siempre lo completa el espectador cuando lo asimila. Se sentía cercado por las noticias e imágenes impuras del telediario y salvarse de ellas era como salir ileso de un atentado o sortear con éxito los escollos en una dura navegación. Tenía que realizar un esfuerzo formidable, de carácter ascético, para renunciar a saber qué tragedia había acaecido y creerse por eso mismo una persona decente y no un tipo excéntrico o insolidario. A los navegantes antiguos le salían por debajo de la quilla unos monstruos marinos a los que había que vencer; ante los anacoretas del desierto danzaban unas mujeres desnudas sobre la arena deslumbrada. No era menos ardua ahora la prueba. En el telediario aparecían unos políticos de rostro congestionado que se llenaban de improperios mutuamente después de comerse un codillo o te amenazaban con la voz desgañitada de pollito tomatero. La caída consistía en aceptar eso sin sentirse humillado. Si este navegante bajaba la guardia y abría la boca, repantigado en el sillón o sentado a la mesa, comenzaría a deglutir a la vez un revuelto de espárragos y unos cadáveres despanzurrados, unos espaguetis con tomate y una mujer apuñalada por el marido, un helado de fresa y un recién nacido al que su madre había tirado a la basura y finalmente saldría el presidente del gobierno rascándose la sien con la uña del meñique. Se negó a que estos materiales sin darse cuenta construyeran su espíritu. Este navegante se había propuesto atravesar los días de forma incontaminada sorteando todos telediarios. No siempre sería tan fácil, pero en ese momento le bastó para salvarse la cerveza derramada sobre el pecho cuya espuma helada le había llegado hasta el ombligo.

SACERDOTISAS

Sacerdotisas
MANUEL VICENT 28/07/2002

Cuando la religión comenzó a gestarse, las primeras divinidades fueron todas femeninas. En las tanagras más antiguas se las representaba con el talle esbelto si eran vírgenes o con el vientre ancho y abultado si eran diosas maternales. Por otra parte la tradición de las sacerdotisas como servidoras del culto, desde las vestales a las valquirias, palpita aún en el subconsciente de los fieles. Juan Pablo I, el antecesor de Wojtyla, aquel papa que duró sólo un mes, salió un día al balcón de la plaza de San Pedro y en medio de su alocución, exclamó: 'Dios no es Padre, Dios es una Madre'. Fue, tal vez, la verdad teológica más profunda que se haya pronunciado nunca en el Vaticano, pero esa proclamación hizo temblar la pared maestra de la Iglesia y poco después aquel papa fue apuntillado con un café muy cargado al amanecer. Ahora su sucesor Juan Pablo II acaba de excomulgar a siete mujeres ordenadas sacerdotes. La neurosis que el sexo femenino produce dentro de la Iglesia Católica se deriva más de la necesidad de defender el poder del dios macho, que de la suciedad mental del pecado. Hace años conocí a una sacerdotisa protestante en un pueblo escandinavo que se había pagado los estudios de Teología haciendo strip-tease en un antro de Copenhague. Asistí a uno de sus oficios como ministra del Señor. Vestida con sotana de diseño, golilla trenzada, roquete y estola de oro, con suma unción impartió la palabra, dio la comunión a los fieles y al final bendijo con gran dominio de las tablas las cabezas de aquellos campesinos endomingados, que la miraban con gran veneración mientras cantaban salmos. En aquel templo tuve la sensación de que el cuerpo de la mujer está más preparado que el del hombre para servir de médium con cualquier divinidad. Posee más conexiones húmedas entre el vientre y el cielo. Aquella sacerdotisa escandinava parecía tocada por un misterio muy antiguo. De joven había sido bailarina de un burdel elegante. Por la mañana asistía a las clases de Teología en la Universidad para conocer lo libros revelados y por la noche mostraba el sexo a unos seres solitarios, pero al verla ahora en el presbiterio cubierta con las vestiduras sagradas la imaginaba tan pura como en la génesis de la religión serían las sacerdotisas de Eleusis o las oferentes sexuales de Artemisa. Si las mujeres subieran al altar no habría más pecado, sino un cambio de poder y la recuperación mágica de la belleza del paganismo. Por eso no se las deja pasar.

HORCHATA

Horchata
MANUEL VICENT 21/07/2002

El toma y daca sobre el peñasco de Perejil, que ha enfrentado militarmente a España y Marruecos, va a coincidir con la fiesta de Moros y Cristianos que se celebra por estas fechas en muchos pueblos de Valencia, cuyo rito consiste en desalojar con viejos arcabuces a los sarracenos que han plantado su bandera en una fortaleza. Pese a que el ministro de la Guerra ha descrito la reconquista de esa roca, guarnecida con sólo seis soldados, con la parafernalia grandilocuente del desembarco en Normandía, a cualquier gobierno, sea de derechas o de izquierdas, hay que exigirle que no nos obligue a ser patriotas, sobre todo en verano, que hace tanto calor. Por cada acto bello y heroico que se realice en nombre de la patria, se caerá en el ridículo siete veces; por cada pensamiento noble o verso insigne que inspire, la patria se verá inundada por la hueca palabrería o la basura moral que sólo sirve para ocultar unos intereses bastardos. El ser humano es un barro a medio cocer todavía y ese hervor que le falta lo suple con el irracionalismo de los símbolos y las fronteras, que constituyen fuentes inexorables de sangre, porque nacen aun del cerebro de reptil que llevamos cegado muy cerca de la nuca. El ciudadano tiene derecho a tomarse el patriotismo con horchata, como sucede en la fiesta de Moros y Cristianos, donde a la hora de componer cada ejército, de un tiempo a esta parte se observa un hecho muy significativo. Aunque en el programa queda establecido que ganen siempre los cristianos, cada año es más difícil encontrar gente que se apunte a ese bando. Todo el mundo quiere ser moro. Y no sólo porque el traje de los hijos de Mahoma sea de seda muy vistosa, adornado con joyas y tan amplio que, una vez borracho, permite mover el cuerpo en su interior con libertad libidinosa, frente a la coraza enconsertada y el casco de los cristianos que obliga a guardar la compostura propia de los vencedores. Hay algo más sutil en esta elección. En cualquier batalla festiva, como una burla de la historia, la clase subalterna se siente más feliz siendo derrotada. Aunque pueda tener consecuencias más graves, la toma del peñasco de Perejil me ha parecido una parodia de la fiesta de Moros y Cristianos, pero en ella se está dando ya un hecho revolucionario. Como en esta fiesta todo el mundo se apunta al bando de los moros, se ha comenzado a pedir a inmigrantes marroquíes y a otros árabes que hagan de cristianos. Tal vez esta paradoja será la paz y el fin del racismo. El patriotismo, mejor con horchata.

ONDAS

Ondas
MANUEL VICENT 14/07/2002

Si se trata de apostar entre la solidez del Himalaya y el vigor de cualquier idiotez emitida por la radio, la televisión o el teléfono móvil, no lo dudes en absoluto: cuando se hayan secado todos los mares y ya no quede aquí ni una sola bacteria capaz de reiniciar la Historia y reine sobre la Tierra un silencio mineral, el frenético guirigay que produce hoy la humanidad a través de las ondas electromagnéticas se estará expandiendo a la velocidad de la luz por todo el universo, de modo que la opinión estúpida evacuada en una tertulia de radio, el programa basura de televisión y el parloteo inútil de los adolescentes por el móvil tendrá más consistencia que todas las cordilleras juntas. Dentro de millones de años este planeta se habrá disuelto en el vacío y esas cotorras seguirán vigentes en algún punto de otra galaxia, donde podrían ser captadas. Las palabras vuelan, los escritos permanecen, decían los clásicos. Sólo erraron a medias. Los pergaminos que soportaron toda la filosofía de los griegos se han podrido; en cambio, si las pláticas que mantenían en corro esos sabios en la letrinas del ágora se hubieran emitido por radio, ahora se hallarían aun en pleno vuelo. Las ondas se llevan al espacio toda la algarabía electromagnética que produce el mundo, pero envueltos en su ruido y en su furia no va el canto de los pájaros, ni el rumor de las fuentes, ni las promesas que los enamorados formulan con voz abrasada al oído de sus amantes. Los pensamientos, los deseos y los sueños que son los más bellos sonidos que engendra la vida, se quedarán muertos en la tierra, de donde parten ahora sucesivos trenes de ondas abarrotados con toda la imbecilidad humana que, sin duda, contaminará las esferas celestiales. Las ondas se expanden esféricamente y cargan con todo, sin distinguir una sinfonía de Mozart del rebuzno de un asno escapado de cualquier telediario. Dentro de millones de años, cuando nuestro planeta sólo exista ya en forma de polvo estelar, sonará en algún punto del espacio el monólogo de Hamlet recitado por Lawrence Olivier junto al pedido que hicimos por el móvil al supermercado y también navegarán en suspensión todas las películas, las imágenes de los Papas vestidos de oro, los bombardeos y crímenes de guerra. La historia de la humanidad no será sino una locura que viaja indefinidamente sin destino. Llegado el momento sólo tendrán sentido las trompetas del Juicio Final anunciando un concierto para todos los muertos que promete ser multitudinario.

PROSTÍBULO

Prostíbulo
MANUEL VICENT 07/07/2002

Me dicen que hay ahora un prostíbulo en el antiguo pub de Boccacio, en Madrid, donde en los años setenta unos jóvenes que se sentían fronterizos con el amanecer aprendieron a remover el hielo en el interior del güisqui con el dedo y a chuparse luego la yema, iniciando con ese gesto la modernidad. En aquellos divanes de terciopelo rojo el escritor Juan Benet desde la cima del gin-tonic, que era su Sinaí, espantaba a los pelmazos y entronizaba a Faulkner con su bigote incluido; Fernando Savater con el mentón aproado apostaba por la felicidad contra el pesimismo de Ciorán y Juan Cueto, después de dejar atado su caballo de acero en la puerta, apoyaba la bota en el estribo de la barra para anunciar a los neófitos el reino de McLuhan. Había allí periodistas, actores, jueces demócratas, críticos estructuralistas y semióticos disueltos en la fascinación de la noche mientras el franquismo agonizaba. Boccacio de Madrid había importado el espíritu de la gauche divine de Barcelona y también aquí el marxismo más austero hizo síntesis por primera vez con el placer tailandés bajo una luz color gamba que después, en medio de la Transición, iría borrando los perfiles de cualquier ideología. Cuando estos primeros héroes de las noches predemocráticas se bebieron todo lo que había que beberse y se fueron a apurar los vasos a otras botillerías de moda, con el tiempo aquella cripta de terciopelo fue tomando un aire de sarcófago con fantasmas propios, aunque parecían escapados del vecino museo de cera. Me dicen que ahora Boccacio es un prostíbulo de lujo. Donde una generación comenzó a hablar libremente, a amarse sin culpa, a beber con lentitud, a imaginarse moderna y nocturna, hoy impera un mercado de carne femenina internacional a precio de subasta, de forma que la larga conquista de la felicidad que imaginaron en los divanes aquellos cabecillas del amanecer ahora se realiza en sólo media hora: una copa, una mirada lasciva, un trato, una tarifa y un éxtasis detrás de una cortina. En eso han ido a dar los sueños cuando ya se han podrido. Ignoro si en ese prostíbulo persistirán todavía algunos duendes del pasado. En todo caso el espíritu de Boccacio fue el de una generación que estableció el placer como una de las mejores armas contra la tiranía. Si aquellos ideales hoy se han esclerotizado, no es extraño que el lugar donde fermentaron también se haya prostituido y que los proxenetas vendan allí al mismo precio una carne vulnerada junto con los mejores sueños perdidos.

EL ARCO

El arco
MANUEL VICENT 30/06/2002

Un artículo literario se empieza a escribir abriendo el estuche donde duerme el arco, encajado en su molde de terciopelo. La madera de ese arco suele estar labrada con perfiles de dioses guerreros o aderezada con relieves de animales simbólicos, pero también puede ser lisa, sin adorno alguno, según sea sencillo o barroco el estilo del arquero. Un artículo literario es un ejercicio de puntería muy psíquico. Hay que sentirse armónico por dentro para transmitir armonía a la flecha. El arco se tensa tirando duramente las crines de caballo virgen contra el pecho, con la respiración contenida. Cuando el arquero consigue que una línea ideal enlace su mente pura con la punta de la flecha y ambas se confundan con la certeza absoluta de dar en el blanco, dispara. Antes de una competición, algunos arqueros japoneses, que son maestros en este arte, se recluyen varios días en un monasterio budista para concentrarse: sólo así su flecha logrará primero atravesar el cero que habita en mitad del diafragma. No digo que para escribir un buen artículo haya que internarse previamente en un convento, sino que su tensión es la misma del arco y aunque el destino de la flecha siempre sea incierto, dondequiera que vaya deberá dar en la diana con toda limpieza. Basta con un dardo para escribir un artículo literario, porque en este ejercicio sólo se permite disparar una vez. Muchos periodistas de combate ejercen todos los días el tiro de pichón para denunciar vicios públicos y abatir a políticos y a otros enemigos personales. El artículo literario está llamado a matar de una forma más fina. Al arco se le acaricia como a la cadera de la amada, luego se decide si la flecha deberá llevar en la punta la dulzura del veneno preciso, después se coloca la manzana de Guillermo Tell a una distancia medida y al empezar a escribir el dardo se pone a volar. Si con un gran impulso se pierde detrás de las nubes, puede que al caer de nuevo sobre la mesa de trabajo el dardo traiga capturado a Dios, a un ángel o a un pájaro. Si su vuelo ha sido rasante puede que haya rozado la cabeza de un ministro dejándola ridículamente despeinada. En todo caso un artículo literario deberá regresar siempre con una pieza cobrada, un corazón enamorado, unos pimientos asados, la pequeña historia de un crimen nefando, el polvo de un desván, un aroma de algas y sal marina, un deseo de belleza, el licor profundo de un verso, el sudor de un asesino. Pero a veces el dardo también puede volver desnudo. Como en este caso.

COLUMPIO

Columpio
MANUEL VICENT 16/06/2002

Aquella mañana del 15 de junio de 1977, después de votar por primera vez en libertad , subí a la sierra de Guadarrama donde estaban los amigos en el jardín derruido de Villa Valeria celebrando la democracia y en la radio sonaba la canción Oh mamy, Mamy blue o tal vez eran Los Brincos los que cantaban Con un sorbito de champán mientras el coche atravesaba el paraje de Hoyo del Manzanares en cuyas breñas perfumadas de jara y pólvora aún sonaban las descargas del último fusilamiento que mandó Franco, pero entre aquellos peñascales había ahora familias felices en sillas plegables alrededor de tarteras abiertas. Todos mis amigos eran progresistas, lucían patillas de hacha y algunos habían estado en la cárcel. En el jardín de Villa Valeria se celebraba también una fiesta campestre, y algunos de aquellos jóvenes que después serían ministros jugaban a la petanca o hablaban de proyectos políticos, sentados en sillones blancos de mimbre desventrados que pertenecían a los antiguos dueños de la mansión abandonada. Permanecen todavía extasiados en el aire los gritos de los niños que poblaban el jardín y entre ellos había una niña rubia de cuatro años que en silencio se columpiaba bajo los pinos y cuyo rastro he perdido. A la sombra de aquella mansión en ruinas se solazaban unas mujeres que eran madres jóvenes, llenas de placer, dispuestas a romper todas las barreras. Como cualquier ser vivo, una generación nace, crece, se reproduce y muere. O tal vez se transforma. Aquellos jóvenes progresistas que establecieron sus ritos de humo en los años sesenta y llegaron hasta la muerte de Franco muy limpios con su ira musical, fueron entonces ya escarnecidos por la derecha ruda e incluso hoy son zaheridos por muchos que pertenecieron a esa propia cosecha, gente ahora muy establecida, con tripa, canas y la depresión en la nuca. La generación de la República se salvó estéticamente con la derrota en la guerra civil, pero estos progresistas se estigmatizaron con el poder. Pese a todo, en su tiempo abrieron todos los caminos, y aunque algunos daban al abismo y otros a la deserción o a La Moncloa, siempre quedó preservada aquella niña rubia que se columpiaba bajo los pinos de la mansión en ruinas. Después de 25 años, tal vez sea hoy una joven dispuesta a seguir luchando por la misma libertad. Desconozco cuál ha sido su destino, pero sólo para salvarme, la imagino fuerte, independiente, saludable y entregada, como el fruto de una generación que no se pudrió del todo.

ZUMO

Zumo
MANUEL VICENT 09/06/2002

Un domingo como éste, a las nueve de la mañana, volvió a crearse el mundo cuando se oyó una voz femenina que decía: hoy te toca a tí traerme el desayuno a la cama. En el espacio reinaba ese silencio neumático que precedió al Génesis. Aún no había sido hecha la luz ni el espíritu flotaba sobre las aguas ni había manzanas en el paraíso, pero en ese momento todo el universo fue ocupado por un sonido que salía de la cocina. El exprimidor de naranjas había entrado en acción impulsado por el compañero y el zumo comenzó a existir. Poco después la casa se inundó con el aroma del café. Mientras el hombre preparaba el desayuno, ella leyó un verso en el libro que tenía en la mesilla: A través de una noche en pleno día/ vagamente he conocido la muerte. Entonces él entró en la habitación con la bandeja y en ella llevaba mermelada, tostadas, café, zumo y algunas cápsulas de vitaminas y minerales. Depositó el desayuno en el regazo de la mujer y a continuación subió la persiana y descorrió las cortinas. Fuera de la habitación no existía nada porque el mundo no había sido creado todavía, pero aquella mujer ya se llamaba Eva y el hombre era Adán. El horizonte de la ventana lo formaba una sensación de plomo, aunque ahora la habitación estaba iluminada por el zumo de naranja y cuando ella elevó el vaso a los labios como una lámpara en la oscuridad exterior comenzó a vibrar una luz iridiscente sobre la cual se extendió el concepto del tiempo y de la memoria. Esta pareja de amantes ignoraba su pasado. No recordaba haber sido expulsada del paraíso ni sabía que la muerte les acogería un día a causa del placer. Después del zumo tomaron café, tostadas y algunas vitaminas. Un domingo como este sin darse cuenta la pareja sentada en la cama estaba creando un mundo a su imagen y semejanza. Pásame la mermelada, dijo Eva. ¿Quieres un poco más de café?, preguntó Adán. Y entonces por primera vez en su vida saludaron al sol que iluminaba las sábanas revueltas por el amor y las cortinas se inflaron con una brisa que traía un perfume de protozoos y algas. La mujer recitó el verso que había leído, pero el hombre le dijo que era un mal sueño, que la muerte no existía. Adán y Eva, después del desayuno, se pusieron el chándal, cogieron las bicicletas y salieron a pasear. A medida que avanzaban se iban creando los caminos, el paisaje, los ríos azules, los valles, los bosques, los animales. Por la tarde crearon también la música de jazz y el güisqui y así hasta la mañana siguiente que fue lunes y ya intervino Dios.

EL FUEGO

El fuego
MANUEL VICENT 02/06/2002

Mientras ardía en el crematorio el cuerpo del pintor Onésimo Anciones recordé sus noches de gloria durante la agonía de Franco en el Pardo, cuando algunas emisoras extranjeras habían instalado junto a las tapias del palacio sus antenas para seguir de cerca los estertores del dictador. Anciones, que siempre tuvo la vocación de pintor disputada con la de periodista, se había convertido en el portavoz oficial de Radio Europa Uno y suministraba toda clase de rumores a los colegas y curiosos que en las veladas de aquel noviembre de 1975 acudían al Pardo en peregrinación a bautizarse de demócratas y cuyo rito consistía en pedir un conejo con tomate o un chuletón de corzo y devorarlos sin soltar ninguna carcajada, aunque el fingido duelo creaba un auténtico jolgorio en los restaurantes de alrededor. Franco se negaba a entregar la cuchara al Altísimo. Mientras el cuerpo de mi amigo ardía en el crematorio, lo imaginé de pie en el estribo del carromato de la emisora bajo la niebla, dando una conferencia de prensa con la voz rota: 'En este momento a Franco lo están operando en las caballerizas del palacio a la luz de unos faros de camión. El médico le ha tenido que dar una puñalada de urgencia en el vientre con un cuchillo de cocina y la sangre ha saltado hasta el techo. Acabo de dar esta noticia al mundo'. Fue uno de los momentos estelares de su vida. Anciones tenía siempre la voz ronca fomentada por muchas madrugadas, porque aquellas noches del diario Madrid, de la revista Hermano Lobo y de la agonía del franquismo emitían tres sonidos peculiares, el tañido de sirenas policíacas, el estruendo del camión de la basura y el vozarrón de este bohemio que se apoderaba de la oscuridad al salir de cualquier taberna. Algunas veces le acompañé en su regreso a Itaca en los tiempos felices. Anciones te cogía del brazo, ponía su rostro pegado a tu nariz, soltaba una gracia, luego se separaba, daba un desplante, te volvía a agarrar del brazo y te metía en otra taberna y así hasta que amanecía y entonces de camino a casa saludaba a cuatro porteros, se paraba a hablar con el viejo de la carbonería, jugaba una partida de tute con unos albañiles, en el estudio pintaba un magnífico bodegón y se lo comía, por la tarde confeccionaba cualquier periódico, pero su reino volvía a ser la noche y en ella se adentraba otra vez como un predicador anarquista por las tascas. Así lo recordé mientras asistía a su último fuego. Han pasado los tiempos de gloria: están ardiendo ya los amigos.

CHACALAY

Chacalay
MANUEL VICENT 26/05/2002

En Valencia va a cerrar el Chacalay, un bar inglés que en los años cincuenta tenía una pequeña pista donde tomaban copas y bailaban los jóvenes más o menos finos de entonces, entre los cuales, creo imaginar, estaba yo. Odio la nostalgia. Sólo quiero describir ahora la escena que presencié en ese bar el otro día cuando sin ninguna melancolía entré casualmente a beber algo. Había en el taburete de la barra un hombre mayor, solitario y derruido con un güisqui en la mano que parecía esperar a alguien, como así fue, porque al rato entró una joven muy bella que después de darle un beso, le dijo: 'Perdona, me he retrasado un poco, ¿hace mucho que has llegado?'. El hombre contestó elevando el vaso: 'No me he movido de aquí desde 1960'. La mujer le replicó con ironía : '¿1960?. Es el año en que yo nací'. El hombre, suavemente ebrio, murmuró: 'Desde entonces te he estado esperando y por fin has llegado'. Según pude oír mientras bebía en el taburete de al lado, aquel encuentro era una despedida. La pareja había elegido Chacalay para dar por terminada una historia de amor. No se reprochaban nada. Sólo parecían mutuamente derrotados por una pasión sin salida, aunque por la forma de mirarse no todo estaba perdido. Pensé: cuando esta mujer nació él sería un joven señorito con blasier azul y pantalón de franela gris y aquí en Chacalay bailaría las canciones de Nat King Cole y los boleros de Lucho Gatica con niñas de la burguesía y mientras ella crecía hasta convertirse en esta joven madura el hombre siguió bebiendo y envejeciendo en este local, que a lo largo de los años pasó a ser un bar de señoritas, tablao flamenco y restaurante económico para quedar finalmente muy deshabitado con la figura de este viejo cliente varada en el taburete con el mismo güisqui en la barra desde la agonía del franquismo hasta hoy. Entendí muy bien quien podría ser él, pero no logré descifrar el misterio de aquella mujer tan bella. Muy segura de sí misma al despedirse besó las lágrimas de su amante y murmuró: '¿Estás llorando?'. El hombre le contestó: 'Lloro porque te voy a olvidar'. Una dirección en la agenda que se tacha, un número de teléfono que ya no se consigue recordar, un viejo bar que cierra, un amor que termina, un rostro que con el tiempo se va desdibujando, eso es en realidad la muerte, porque uno muere previamente cuando desaparecen las personas y las cosas que sin saberlo le sustentaban. Después de esa despedida supe que el Chacalay ya estaba para siempre clausurado.

MAPA

Mapa
MANUEL VICENT 19/05/2002

Desde la Central Station de Nueva York, situada entre Lexington y la Calle 42, el suburbano parte hacia todos los destinos, incluyendo alguno que no está señalado en ningún mapa. La Central Station es un lujoso templo de mármol y en una de sus naves, bajo lujosas lámparas, hay un mercado de alimentos, el más surtido que haya visitado jamás, con frutas exóticas y verduras desconocidas traídas de cualquier parte del mundo que al unirse con el aroma de las especias y salazones se constituyen en vías de la memoria y también del conocimiento, si los filósofos sensacionistas no mienten. Es otra forma de viajar en el vehículo más rápido. Iba a tomar el metro hacia el Museo de Arte Contemporáneo y con el billete en la mano me demoré ante un puesto de un italiano que entre recipientes de conservas cuyo diseño nada tenía que envidiar a ningún frasco de Calvin Klein, exhibía en un capazo de cáñamo unos pellejos rugosos de color cobre con motas y filamentos de oro. Parecían monedas romanas antiguas, pero sólo eran tomates secados al sol. Desaparecidos de mi vida desde la niñez quedé extasiado al verlos brotar de pronto en medio de Nueva York. Compré medio kilo por cinco dólares. Había decidido visitar la exposición antológica de Kieffer y llevando esos tomates secos en una bolsa de papel con ella entré en el museo sin que el escáner detectara ningún peligro. Kieffer trabaja un expresionismo bélico de campos asolados, de paredones derruidos y chamuscados por las bombas. Mientras atravesaba salas sucesivas que semejaban lugares de exterminio, tal vez imbuido por la energía primaria que brotaba de la bolsa de papel mi pensamiento tomó dos vías contrarias: una me llevó al infierno de Auschwitz, según los pellejos humanos abrasados que pendían de las paredes del museo y otra me condujo a aquel paraíso que era el desván de la casa de mi infancia donde todos los perfumes olían terrestres, profundos y naturales. Sentado en un banco, al pie de un cuadro torturado de Kieffer, que era el resultado de un incendio, examiné escrupulosamente la piel de uno de aquellos tomates secos que como en un denario llevaba grabada en una cara la imagen de una ninfa que bailaba coronada de adelfas y en la otra el rostro de un niño para mí ya desconocido. De regreso al hotel, cruzando las tinieblas de Nueva York en el suburbano tuve la sensación de que había viajado a uno de esos lugares no señalados en ningún mapa que según Melville son los únicos lugares verdaderos.

LA LIDIA

La lidia
MANUEL VICENT 12/05/2002

En una cafetería de Alexanderplatz de Berlín estoy hojeando el diario EL PAÍS. Leo en la sección de cultura la última exposición de pintura en el Guggenheim, una entrevista con Woody Allen, el éxito de un concierto de rock de los ACDC. Estas noticias encajan a la perfección con esta ciudad y con los seres que tengo alrededor, chicas galácticas, ejecutivos globalizados y marcianos con crestas de gallo. Me creo un tipo moderno con un periódico moderno en las manos que está en sintonía con los edificios alucinantes que han levantado aquí los arquitectos más modernos. Pero, de pronto, al pasar una página me encuentro en medio de Berlín con la imagen de un toro ensangrentado, traspasado por varios hierros, con la lengua fuera, agonizando a los pies de un extraño matarife recubierto de lentejuelas y remachado en oro falso. La sensación cutre que se deriva de la sección taurina de este diario la he experimentado algunas veces en París, en Estocolmo, en Roma, en cualquier ciudad del extranjero donde esta matanza abyecta de toros en público está fuera de contexto y se atribuye a un espectáculo propio de un mundo perro. Ahora que nos ha dejado nuestro cronista taurino Joaquín Vidal, cuya excelente literatura siempre era el mejor lance de la corrida, que en el fondo abominaba, puesto que siempre parecía pasarlo muy mal en el tendido; habiendo desaparecido también la insigne figura del fundador de este periódico, José Ortega Spottorno, que tal vez vivió encandilado por el naipe amarillo de toreros antiguos, uno se atrevería a soñar que ha llegado el momento de erradicar de las páginas de EL PAÍS, de una vez para siempre, la sección de la lidia para que el lector sensible no tenga que pasar por la humillación de contemplar, entre una sinfonía dirigida por Claudio Abbado y una conferencia de Steiner, esa morcilla acribillada y sangrante que un día fue en el campo un bello animal. Después de todo, Goya acaba de ser asignado al bando de los enemigos de la fiesta. Por fin alguien inteligente ha montado en el Museo del Prado una exposición de su Tauromaquia con una lectura rigurosa. Goya expresó con todo su genio aquella España negra de las corridas sin ahorrar ninguna víscera, ningún vómito, ninguna crueldad, como un desastre o un aquelarre más de un país de faca y alpargata que lo aventó al exilio. En los cristales de esta cafetería de Berlín se reflejan los seres más bellos del planeta. ¿Por qué entre ellos este diario me sirve un toro ensangrentado?

CEREZAS

Cerezas
MANUEL VICENT 05/05/2002

He subido de nuevo al valle de los cerezos, en la Marina Alta, donde en otros tiempos fui muy feliz en medio del silencio tratando de descifrar el jeroglífico que los lagartos llevan grabado en el rabo. A estas alturas de la vida no he logrado comprender todavía por qué el esplendor de un paisaje unas veces te llena de un placer casi salvaje los sentidos y otras te sume en una profunda tristeza. Como en otros días de primavera, también esta mañana mientras ascendía muy despacio las ramas cuajadas de cerezas maduras invadían el interior del coche por las ventanillas y al arrebatarle sin esfuerzo este fruto al árbol tenía la sensación de estar recibiendo de la vida un amor inmerecido. Pero hoy es uno de esos días en que sientes que la belleza te hiere. Siempre que subo a este valle cuyo esplendor he soñado desde mi juventud creo estar ejerciendo mi particular mito de Sísifo, aunque cada vez es distinta la piedra que uno carga. Sísifo no la transportaba sobre su espalda, sino en el corazón o en la mente, porque la cima del monte se hallaba en el interior de sí mismo y ese es el mito: bajar y volver a subirte desde el pozo ciego de las entrañas hasta la cumbre de la inteligencia soleada para despeñarte una y otra vez. La piedra siempre es uno en cuerpo y alma. ¿Cómo es posible estar tan triste en medio de esta enorme lumbre de cerezas encendidas? Antes de emprender viaje esta mañana he visto a una pareja de ratas grises encaramadas en una palmera desayunando pequeños dátiles de oro y luego durante la ascensión esta imagen ha sido sustituida por el olor a espliego que llenaba mi memoria y dentro de ella iba restaurando los fragmentos de una pasión con el sonido de unos versos de Horacio. Al final del camino me he sentado sobre mi propia melancolía a la sombra de una pared que aún rezumaba por las grietas la lluvia pasada. Desde allí arriba cada barranco abre un ojo azul, que es el mar donde han naufragado todos los placeres de la juventud. Jugaba con el bastón a arrancar una piedra de buen tamaño que se hallaba a mis pies cuando de forma imprevista por debajo ha salido un lagarto, que antes de huir ha quedado un momento extasiado mirándome con la cabeza ladeada. En su rabo he creído leer esta inscripción labrada hace miles de años: olvida el pasado y toma lo que la hora presente te dé. Después he arrancado la piedra y ella por sí misma ha salido rodando por todo el valle poseída por el fuego de los cerezos. Se lleva mi corazón. Iré a recogerla mañana.

RESISTENTE

Resistente
MANUEL VICENT 28/04/2002

Una visión minimalista de la Resistencia Francesa contra los nazis sería esta: un tren silba en la lejanía; hay un tipo con gorra apeado de su bicicleta que lo ve cruzar en un paso a nivel y luego sigue camino junto a la vía tarareando una canción; en un sótano con humo de muchos cigarrillos este hombre da cuenta a otros camaradas de algún plan en la lucha clandestina. Probablemente sonaría también la voz de Edith Piaf, de Yves Montand o de cualquier acordeón. Recién salido de la adolescencia, la difusa rebeldía política contra el franquismo la llevo asociada a estas imágenes de películas en blanco y negro con héroes franceses cotidianos que se jugaban la vida por la libertad. Si aquel tren llevaba prisioneros al campo de concentración su silbido era largo y patético, pero tal vez el convoy iba cargado con armamento del enemigo. En este caso había que hacerlo saltar por los aires y allí estaba el hombre de la bicicleta que era el enlace con los dinamiteros. En París los amantes se besaban a la luz aterida de los reflectores antiaéreos como nosotros lo hacíamos en los años cincuenta con las novias en los cines bajo el cono luminoso que proyectaba en la pantalla aquel tren que iba hacia la muerte. En la estación de Austerlitz esperaba Bogart inútilmente a Ingrid Bergman para huir juntos a Casablanca, pero Picasso había optado por no abandonar la ciudad y seguía pintando en su estudio de Grands Augustins y tomaba café en el Flore, ajeno a las botas de los alemanes que crujían sobre los adoquines y esa era su forma de no doblegarse. La fuerte pulsión irracional que ahora nos devuelve Francia con la ascensión de la extrema derecha coincide con un oleaje de fascismo que late en toda Europa sin que se vea por ninguna parte aquella lucha romántica que encendía el corazón de los resistentes. Si ya nadie puede reconocer a Francia como la patria de los derechos humanos ni tampoco podemos llorar por aquel tren que llevaba a judíos hacinados al matadero sin reservar ahora parte de aquellas lágrimas para la matanza de Sharon en Yanin, ¿a qué asa habrá que agarrarse para no perder la dignidad? Mi generación sintió juntos el primer sexo y la estética en las películas donde los luchadores contra el fascismo eran románticos. Europa necesita que vuelva la figura del resistente. Si hay que enamorar a los jóvenes con la libertad, en París tendrá que oírse de nuevo la voz de Yves Montand e Ingrid Bergman deberá ir a Casablanca, aunque Bogart nunca sonría.