sábado, 19 de julio de 2008

POLVO DE ORO

Polvo de oro
MANUEL VICENT
21/05/2000

Permíteme que escriba sobre una puesta de sol. En medio de la violencia de Colombia cuya densidad se hace ya irrespirable, al caer la tarde me paseo por la muralla de Cartagena de Indias y desde la plaza de Santa Teresa llega una canción de amor de Benny Moré. Contemplar cómo el polvo de oro se posa en la bahía, desde Bocagrande hasta el Fuerte del Pastelillo, es un ejercicio de espiritualidad, sobre todo si se realiza oyendo los gemidos de placer que las parejas de amantes emiten en el hueco de las troneras, castilletes y aspilleras de este baluarte erizado de viejos cañones. Cada 100 metros, a lo largo de once kilómetros de muralla alzada sobre el mar del Caribe se perfila un soldado con su desolado mosquetón. Durante estos días en cualquier lugar de Colombia sólo he oído hablar de matanzas, sicarios, balazos y secuestros, pero en este gran país la muerte y la supervivencia son la misma sustancia y eso hace que la vida posea a su vez un carácter explosivo. En el coloquio que siguió a una charla se ha levantado una estudiante de secundaria para manifestar la sorpresa que le produce el ver que en España cada asesinato de ETA aun logra sacar a 50.000 manifestantes a la calle. En cambio cada año en Colombia muere de bala más gente que norteamericanos en toda la guerra de Corea o de Vietnam y nadie responde. La violencia constituye aquí un paisaje del alma. ¿Podrás redimirla con una bellísima puesta de sol? A la caída de la tarde las parejas de amantes hacen cola para ocupar las troneras de las murallas de Cartagena. Contra la poderosa belleza de este baluarte se estrelló un día la codicia del corsario Sir Drake y una sucesión de bucaneros, piratas y de ejércitos coloniales o de independentistas asediados han amasado sus piedras con sangre hasta convertirlas ahora en el lugar más idóneo para hacer el amor frente a la Historia. Puede que más de media Cartagena de Indias haya sido engendrada en los recovecos de esta muralla durante las puestas de sol. Entre mosquetones de soldados las parejas se entrelazan en las troneras cuyo hueco solo deja el espacio justo para dos cuerpos que se amen mucho y desde el mar, llegando de las islas del Rosario, sus siluetas oscuras se divisan formando pespuntes de pájaros posados en el filo de la barbacana, pero no son pájaros sino un ejército de amantes que se dispara entre si en este fuerte bajo una luz de oro impulsando la vida hacia adelante.

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