domingo, 30 de noviembre de 2008

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MANUEL VICENT 23/11/2008

Conocer a fondo el alma humana, no sorprenderse de nada, estar de vuelta de todo, pero conservar siempre la virginidad en la mirada ante cualquier tragedia, villanía, heroísmo o golpe de fortuna que acontezca en la vida y contarlo como si sucediera por primera vez: ésta es, a mi juicio, una regla de oro para un escritor. Así me gustaría contar la historia de Jan Krugier, coleccionista de arte. No puedo decir que fuera mi amigo, aunque me trataba con mucho afecto, más allá del interés que ponía en que le comprara un boceto a lápiz de una cabeza de mujer, según él, de una supuesta novia de Matisse, que el pintor dibujó obsesivamente hasta el final de sus días. En la trastienda de su galería de Ginebra, rodeado de cuadros de Picasso, de Cézanne y de Degas, este judío polaco, pequeño, elegante, vestido de lino blanco, me contó que él había sido un niño con el pijama a rayas en Auschwitz, donde fue fusilado dos veces sin éxito. Cuando ya se oían a lo lejos los cañones de los rusos, los nazis comenzaron a pasar por las armas de forma masiva y aleatoria contra un muro a cuantos prisioneros andaban sueltos por el campo de exterminio. La primera vez, ante el pelotón de fusilamiento el adolescente Jan Krugier cayó desmayado una fracción de segundo antes de que le alcanzaran las balas. Logró escabullirse por debajo del montón de cadáveres y se confundió entre los supervivientes que campaban por los pabellones. Cazado de nuevo en otra redada fortuita y puesto ante los fusiles de los esbirros, esta vez se tiró al suelo en el instante preciso inspirado sólo por el instinto. Su padre, que había sido también coleccionista de arte, antes de morir gaseado en el mismo campo le había dado un consejo: "Cuando estés desesperado y ya no encuentres salida, piensa en algo bello, en algo noble y el mundo se volverá a iluminar". Ante el segundo pelotón de fusilamiento Jan Krugier recordó la figura de aquella bailarina de Degas, pintada al pastel, que su padre le mostraba de niño como un tesoro. La pasión por la belleza está unida al instinto de conservación. Jan Krugier siempre pensó que sólo por ella había salvado la vida. Ahora ha muerto, puesto que de la tercera descarga de fusilería nadie sale vivo.

ÉXITO

Éxito
MANUEL VICENT 30/11/2008

En los países anglosajones el deporte es la base de la educación. El esfuerzo, la audacia, el juego limpio, no dar nunca nada por perdido hasta el final, aceptar la victoria o la derrota con elegancia son valores que se desarrollan primero en el patio de los colegios, se transforman en conocimiento en las aulas y de ellos se nutre luego la moral ciudadana. En la cultura anglosajona el pensamiento se genera a través de la acción. Con esta regla crearon su imperio. En la educación latina, en cambio, queda establecido que en el principio era el verbo, que siempre termina haciéndose carne. España ha sido tradicionalmente un país verborreico, tierra propicia para leguleyos, abogados, tribunos, predicadores y sacamuelas. Durante el franquismo, un mando falangista daba la asignatura de formación del espíritu nacional en la escuela. Con soflamas patrióticas, que eran puro flato, llevaba a los alumnos por el imperio hacia Dios y desde los luceros se bajaba después al recreo donde un instructor desganado y fondón dirigía una tabla de gimnasia rudimentaria con un bocadillo de chorizo en la mano. Los charlatanes apenas han cambiado de tarima, pero de forma casi milagrosa España ha generado hoy una floración de campeones del mundo en el deporte. Mientras este país sigue produciendo, en general, políticos, artistas, escritores y científicos sin ningún significado en el orden internacional, unos deportistas de élite no cesan de generar victorias que obligan una y otra vez en cualquier parte del planeta a tocar el himno e izar en el mástil la bandera española, que aquí ha representado lo más rancio y nefasto del patriotismo. El éxito mundial en el deporte comienza a ser una costumbre en esta tierra de perdedores. Los jóvenes han comenzado a asociar la patria, no con un desfile militar ni con un acto político institucional, sino con la figura de cualquiera de nuestros campeones subido en lo más alto del podio. En Grecia se solía derribar parte de la muralla de una ciudad para que entrara con todo esplendor el atleta que había triunfado en los juegos olímpicos. Pero eso sucedía cuando en el principio era la acción y el verbo no se había convertido todavía en nuestra carne.

domingo, 16 de noviembre de 2008

ABISMO

Abismo
MANUEL VICENT 16/11/2008

La cara oculta de la sabiduría la constituyen todos los manuscritos de la antigüedad que se han perdido, los cuentos que fueron narrados de viva voz en las plazas orientales y las melodías creadas por millones de pastores con una flauta de caña junto con las canciones que también se disolvieron en el aire, las danzas que ni siquiera quedaron grabadas en las vasijas o en los frisos de los templos. Sólo una pequeña parte de la creación del mundo clásico se ha salvado, pero existe un vaso oscuro de la memoria colectiva donde se guardan las cenizas de la biblioteca de Alejandría, los papiros que se pudrieron bajo las aguas del Nilo, los versos que Safo no pudo terminar, otro teorema grabado por Pitágoras en las letrinas de Éfeso, que el tiempo ha hecho indescifrable y parte de las enseñanzas de Sócrates que Platón no recordó. Ser sabio consiste en navegar ese mar desconocido, imaginar el tesoro que la historia ha sumergido y rescatar del fondo del abismo, cada uno por su cuenta y riesgo, una parte de ese tesoro que no existe. La cultura desaparecida no está en las cátedras ni en las tribunas ni en los libros, sino en las palabras de las gentes sencillas. Cuando oigas a un marinero o a un campesino decir cosas salidas directamente de su pensamiento sin adherencia alguna, no debe admirarte que hablen con tanto rigor sin haber leído nunca nada, puesto que en su mente fluye con naturalidad la sabiduría que sólo han leído en el aire. Desde el fondo de los tiempos, pasando por el corazón de todos los mortales ya muertos, llegan por el aire cánticos insonoros, versos rotos en mil pedazos, cuentos de lobos o de hadas, alfombras mágicas invisibles, aforismos de filósofos anónimos, que las gentes sencillas respiran y los aposentan en su carne. De no ser así, no se explica que un marinero analfabeto sentado en la borda de su barca te cuente un naufragio con la misma cadencia de los hexámetros de Virgilio. O que un campesino se mueva con la azada entre los cuatro elementos, la tierra, el fuego, el aire y el agua, que según los presocráticos componen la naturaleza y haga con ellos unos pimientos, tomates, calabazas y melocotones con los que se puede coronar las cimas más altas del espíritu humano.

domingo, 9 de noviembre de 2008

PODER NEGRO

'Poder negro'
MANUEL VICENT 09/11/2008

Ahora se ha visto que el verdadero poder negro tenía poco que ver con aquellas panteras de Harlem, conducidas por Malcom X, quien fue abatido a tiros en 1965. Ni tampoco con el gesto de los atletas Tommie Smith y John Carlos, que levantaron el puño enfundado en un guante negro en lo alto del podio durante los Juegos Olímpicos de México. Puede que el sueño de Martin Luther King, baleado igualmente en Memphis en 1968, haya servido de sedimento moral al triunfo de Barack Obama, pero los peldaños que lo han conducido hasta la Casa Blanca han sido construidos por una larga seducción estética de la gente de esa raza, que al margen de la rebeldía, ha aflorado ahora políticamente desde el inconsciente de la sociedad norteamericana. Los blancos de Estados Unidos ya habían entregado su alma al jazz desde el inicio del siglo pasado. Louis Armstrong, Billie Holliday, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Ray Charles, Charlie Parker y muchos más, pese a vivir machacados, fueron héroes y su música aceptada como expresión de la libertad acompañó a los marines hasta Europa en la II Guerra Mundial. El swing está asociado al desembarco de Normandía. El mítico atleta negro Jesse Owens, nacido en Alabama, ya conquistó cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 y obligó a Hitler a abandonar la tribuna. Cassius Clay pasó del boxeo a la mística sufí, Magic Johnson y Michael Jordan han demostrado que el cuerpo puede volar, Carl Lewis batió todos los récords de velocidad, las hermanas Venus y Serena Williams han sido imbatibles en tenis, Tigre Woods es el número uno en golf. La admiración que los deportistas de esa raza han despertado entre sus conciudadanos blancos ha terminado por pasar desde la musculatura al cerebro. Barack Obama se ha elevado en el último peldaño del podio político como un atleta más, en sus mítines ha sido aclamado como lo fueron los grandes del jazz después de un concierto memorable. La música negra es el alma de Norteamérica. No ha sido la rebeldía social sino un estilo el que ha triunfado. Puede que el mundo se hunda, pero en la fiesta del 20 de enero, cuando entre Obama en la Casa Blanca, sonará el leve milagro del swing y va a parecer que todo se ha salvado.

domingo, 2 de noviembre de 2008

DELACIÓN

Delación
MANUEL VICENT 02/11/2008

Existe un catálogo de odios humanos según el grado de su refinamiento y perfidia. El más intenso es el odio teológico, que se produce entre sectas religiosas. Por la distinta interpretación de una sola palabra revelada a un profeta han sido degollados millones de creyentes. Al de los teólogos le sigue el odio entre eruditos e historiadores, capaces de los peores navajazos personales en su disputa acerca del número de sandalia que calzaba Alfonso X el Sabio. En tercer lugar está el odio entre poetas, artistas y escritores, que va desde el pellizco de monja a la insidia más ruin. Este odio suele ser, a veces, tan melifluo que es difícil distinguirlo de la envidia. El odio libera, pero la envidia ata. Por eso su mezcla es explosiva. La envidia es el único vicio que no produce placer. Se trata de un gen muy doloroso, asentado en el hígado, que puede llevarte a cometer grandes felonías y sólo por eso está catalogado como pecado capital, aunque no se trata de un pecado sino de una enfermedad amarilla. La calumnia y la puñalada por la espalda son los remedios clásicos, que el portador de ese gen utiliza para sacudirse de encima el sufrimiento por el bien ajeno. Sólo las personas que no conocen la envidia son realmente libres. Estar siempre dispuesto a alegrarse por el éxito de un amigo, no experimentar un secreto regocijo ante cualquiera de sus fracasos constituye una cumbre del espíritu, que no es diferente de la dicha de vivir, un don que el estómago agradece con digestiones felices y el cerebro con sueños profundos y sosegados. El niño chivato del colegio, el empleado soplón de la empresa, el confidente de la policía de bajos fondos se mueven en un estrato psicológico en el que la envidia todavía duele. Pero existe un nivel más profundo de la perfidia, allí donde la envidia, el odio y el fanatismo se unen, ocupado por la figura del delator político, quien llega a creer que la traición, junto con el veneno, es el arte protagonista de la historia. Con la húmeda suavidad del reptil, sus palabras se deslizan hasta el oído del inquisidor. No espera recompensa. Después de la delación se siente bien pagado por el bálsamo muy dulce que le invade todos sus cartílagos con sumo placer hasta el fondo de los sentidos.