MANUEL VICENT 08/02/2009
Está aquí a mi lado, siempre dispuesta, al alcance de la mano; a veces la acaricio como a una perra, pero no es una perra; tiene la piel ya muy gastada, con algunas señales de golpes que ha recibido en su larga y trajinada existencia; no es especialmente bonita, aunque me complace llevarla conmigo arrastrada con un dedo; juntos hemos corrido muchas aventuras, días de libertad, horas de angustia, inciertas fugas. Está siempre pegada al sillón donde escribo, al pie de la mesa de trabajo; me basta con bajar la mano y acariciar la maleta que me acompaña en todos los viajes. Esta maleta habla. Se trata de una voz secreta que sólo yo puedo oír. De pronto una mañana me dice: "vámonos, levántate y anda". Unas veces su voz es tentadora y otras imperativa. En cualquier caso, cuando la oigo por dentro, obedezco de forma automática. Abro esta pequeña maleta sobre mi cama y la lleno con todo lo que ella exige para complacerme durante el viaje. Desde hace ya muchos años no he hecho otra cosa que seguir sus antojos, que me han llevado a lugares terribles, fabulosos, excitantes e inolvidables. Un día me arrastró hasta el infierno del cólera en el campo de refugiados ruandeses en Tanzania; otro día me llevó a vestíbulos de hoteles fastuosos en las ciudades más fascinantes del planeta, pero también a infectos barracones donde las ratas eran las reinas coronadas. En algunos viajes se comporta todavía como una amante esquiva: es siempre la última en salir por la cinta de equipajes del aeropuerto y me obliga a esperarla hasta que todos los viajeros se han ido y me han dejado solo. Cuando me cree desesperado, al final aparece ella por el túnel y se desliza suavemente por la curva metálica hasta mis brazos. Algunas veces se ha fugado con otro, perdida en espacios inimaginables, pero después de unos días de extravío, al final esta amante siempre ha vuelto a posarse junto a mi sillón de trabajo. Es una maleta ya muy vieja, de color marrón sucio. Durante las travesías por el mundo se han pegado a su piel todos los horrores y placeres, éxitos y fracasos, que ha presenciado, pero en todo caso su interior contiene la libertad y la imaginación que deseo y basta con abrirla para encontrarlas. Por eso la acaricio como a una perra.