viernes, 19 de noviembre de 2021

LA MARIQUITA

13/06/2021

A mi juicio no hay en el Museo del Prado una figura más vigorosa, arrogante y refinada que la de Alberto Durero, tal como aparece en su autorretrato. El otro día, mientras lo contemplaba obsesivamente sucedió un hecho singular. De pronto descubrí que por el borde superior del cuadro discurría una mariquita muy pequeña. Este hermoso coleóptero de caparazón rojo con pintas negras se detuvo en uno de los vértices del marco. Pensé que se precipitaría en el vacío, pero lejos de eso con cierta determinación bajó hacia la pintura y a través de la borla de la gorra de Durero se deslizó por su rubia cabellera pintada con infinitos puntos de oro hasta llegar al hombro de la figura. Los vivos colores de la mariquita no desdecían en absoluto de la suave tonalidad de la pintura y tampoco suponían un obstáculo para seguir contemplando excelsa belleza del autorretrato. Al contrario. Decidí seguir con la mirada su mismo camino como si la mariquita me indicara la forma de descubrir los secretos más íntimos de la textura de la tabla. Subió por el cuello de Durero y se adentró en la barba rubia, atravesó sus labios carnosos, escaló su prominente nariz y finalmente se detuvo en uno de sus ojos grises que la miraba de soslayo. Su forma minuciosa de avanzar me obligaba a fijarme en cada detalle de la pintura como nunca hasta entonces lo había hecho. La mariquita optó por bajar hasta el jubón del personaje, se deslizó por el cordón que le cruza el pecho, recorrió la cenefa dorada de la camisa y descendió hasta las manos enfundadas con guantes de cabritilla. Luego me obligó a leer la inscripción que aparece a la derecha del cuadro debajo del marco de la ventana. Dice: “1498. Lo pinté a mi propia imagen. Tengo 26 años. A.D.” A través de la ventana se divisa un paisaje. Al llegar allí la mariquita misteriosamente desapareció después de enseñarme cómo se mira un cuadro.



"HOMO LUDENS"

04/07/2021

No existe en la historia un líder político, desde Pericles a Churchill, que haya levantado una ovación en sus mítines que se parezca ni de lejos a la que provoca un delantero centro que mete un gol por la escuadra o un portero que para un penalti. Y si ese gol supone la victoria definitiva del equipo nacional, en nuestro caso se consigue el milagro de que las dos Españas se levanten de sus asientos con los brazos abiertos, lancen un grito unánime de entusiasmo y se abracen. Esa fraternidad espontánea dura mientras los neurotransmisores del cerebro producen una descarga conjunta de dopamina y serotonina, que llena de placer y felicidad las vísceras de millones de españoles de cualquier edad, clase social e ideología. En ese momento el simio patriota que cada hincha lleva dentro siente una convulsión orgásmica que le devuelve a los ancestros de la tribu. El homo ludens, el que juega, es anterior al homo sapiens, el que piensa, y al homo faber, el que trabaja. El juego es el origen de la inteligencia compartida y no es necesario que lo haya dicho el historiador Johan Huizinga, porque yo he visto con mis ojos cómo jugaban los hijos pequeños de una familia de gorilas en la selva de la cordillera de los Volcanes en Ruanda y se comportaban con los mismos gestos de alegría y enfado como esos niños que a los cuatro años ya se divierten compitiendo en el tobogán del parque. A este mundo se ha venido a jugar. De hecho todo es un juego, la guerra, la política, las finanzas y tal es el desconcierto en que se vive hoy que el fútbol se ha convertido en lo más coherente del sistema. Once multimillonarios en calzón corto con el propósito compartido de meter el balón en la portería contraria que ponga al simio de pie en la grada, en el bar o en el sofá de casa. El gol es nuestro destino en lo universal, la única forma de que las dos Españas se abracen.

TÚ NO TE METAS

14/11/2021 

Año 1974. Imagino a unos padres biempensantes sentados a la mesa en un comedor con mucha plata en el aparador y en las paredes una Santa Cena y algún bodegón del XIX con una perdiz y un conejo ensangrentados. El hijo ha llegado de la facultad muy excitado. Cuenta que esa mañana ha corrido delante de los guardias en la universitaria. Ha habido pelotas de goma, gases lacrimógenos y algunos heridos. Mientras le sirve la sopa con un cucharón de alpaca, la madre le dice: “Hijo, tú no te metas”. Por lo visto aquel estudiante que durante la dictadura obedeció a sus padres y dejó de meterse en líos, preparó oposiciones a abogado del Estado y luego fue un alto funcionario en la Transición. Año 1989. Este burócrata está ahora sentado a la mesa del comedor de un chalet adosado con muebles lavados de estilo nórdico, de cuyas paredes cuelgan algunos cuadros de pintura abstracta. A la hora del almuerzo llega la hija muy excitada después de haber asistido a una manifestación no autorizada por la igualdad de la mujer donde la policía ha repartido leña a mansalva. Mientras la madre le sirve en el plato unos rollitos de primavera, el padre le dice: “Hija, tú no te metas”. Esa chica siguió el consejo, dejó de meterse en líos, consiguió una beca para estudiar economía en Estados Unidos y hoy es una importante financiera en un banco. Año 2018. Imagino a esta ejecutiva sentada a la mesa de un apartamento de lujo con mucho diseño de metacrilato.

A la hora del almuerzo su hijo todavía no se ha levantado de la cama. La madre no encuentra manera de que se implique en alguna causa, la que sea, pero el chico se pasa el día de sofá en sofá abducido por los videojuegos de la tableta. Esta advertencia, hijo, tú no te metas, transmitida de generación en generación ha fabricado dos modelos de ciudadanos, unos en forma de pacientes ovejas y otros en forma de lobos esteparios.

FRANCO TODAVÍA

07/11/2021

El cadáver de Franco ha vuelto a supurar debido a un documental realizado por la televisión alemana sobre su figura y al testimonio grabado en unas cintas por algunos que conocieron de cerca al dictador, psicólogos, historiadores, incluido su propio confesor. Nada que no se supiera, sospechara o se intuyera acerca de este personaje. Franco tenía muy desarrolladas las virtudes menores del ser humano. Era astuto, taimado, precavido, desconfiado, contumaz, con un olfato muy fino para detectar el lado más frágil de las personas. En cambio, tenía completamente atrofiadas las grandes virtudes, la magnanimidad, el espíritu solidario de concordia y perdón, la empatía con el dolor ajeno, la visión del Estado que no fuera en propio beneficio. Se habla de sus complejos que sufrió desde niño por su pequeña estatura de 1,63, por su voz aflautada, por ciertas maneras afeminadas que lo hacían objeto de burlas de sus compañeros. Como militar en Marruecos logró suplir esa carencia de aspecto varonil con una crueldad sin límites bajo la forma de disciplina y con un arrojo desmedido en las batallas, solo en busca de ascensos. Era muy mal estratega, ni siquiera tenía estudios de alto Estado Mayor, pero dirigió el bando nacional de la Guerra Civil con una obsesión de vencer al enemigo por aplastamiento total sin importarle el tiempo que durara la contienda para imponer luego un régimen de terror. No tiene ninguna importancia el hecho de que fuera o no homosexual y si había adoptado, como parece evidente, a la hija de su hermano Ramón cuando este se divorció de una tanguista. Lo que importa es si la figura del dictador ha pasado definitivamente a la historia o si su cadáver exhumado del Valle de los Caídos ha vuelto a supurar y su putrefacción está contaminando ciertas formas de política con el peligro de pudrir también la democracia.

COMER, PENSAR

31/10/2021

Si fuéramos animales rumiantes como algunos herbívoros nos daría tiempo a pensar en lo que comemos, puesto que comer no consiste solo en masticar sino también en ensalivar el alimento con el pensamiento. En este caso, al llevarse un pedazo de pan a la boca un comensal sensible debería pensar en el labrador que sembró ese trigo, en el jornalero que lo segó, en el molinero que lo molió, en el panadero que lo amasó y en el grado de amor, de sacrificio o de explotación con que cada uno ejerció su trabajo. Si el comensal fuera un poeta debería imaginar que esa fruta que estalla en su boca fue una flor en primavera y ese vino que resbala por la lengua fue un racimo dorado y ese aceite virgen fue la luz de los ojos de la diosa Minerva, sin olvidar que la mayor ganancia de su cultivo se la han llevado los intermediarios. Si supiéramos con todo pormenor el camino que han recorrido ciertos alimentos, por ejemplo, una chuleta de cordero antes de llegar a la mesa, no habría estómago que lo soportara, de modo que frente a la basura que nos vemos obligados a comer sería bueno volver a rezar como hacían los burgueses antaño. Al elevar en el restaurante la cuchara y el tenedor a la boca uno debería pensar que está atado a la cadena de miles de personas que los han usado previamente y han depositado en ellos su karma. Por otra parte, ya se sabe, el cuchillo sirve lo mismo para cortar la tarta de cumpleaños que para poner fin a una reyerta. En medio de una sobremesa acalorada en que se discute de política puede que un comensal de izquierdas o de derechas suelte gotículas de saliva que después de volar por el aire vienen a caer en tu plato cargadas de ideología. De hecho, si te las tragas envueltas en la sopa deberás imaginar qué pasará cuando esa crispación entre a formar parte de tu sangre. Ante el alimento de cada día, pensar o no pensar, esta es la cuestión.

RUEDA DENTADA

24/10/2021 

Después de resistirme durante años he tenido que desechar mi viejo teléfono móvil que, al parecer, pertenecía a una generación perdida en el pasado. El cambio me ha obligado a tomar una decisión muy traumática. Ese móvil obsoleto contenía nombres, direcciones y números de teléfono de amigos que ya habían muerto. Algunos permanecían aún anclados en mi lista de favoritos. Me resistía a borrarlos. Con algunos de esos nombres había compartido momentos muy felices, aventuras, fiestas, viajes por todo el mundo, veranos, trabajos, debates, éxitos, fracasos, muertes compartidas de otros amigos, la rueda dentada del tiempo sobre nuestras vidas. Mantener sus nombres en el móvil era como si nada hubiera sucedido y una forma de no renunciar a proyectos comunes que su muerte había interrumpido. A veces durante los insomnios de madrugada me daba por marcar algunos de esos teléfonos para ver si alguien levantaba el auricular desde la otra parte. Sonaban infinitamente lejos, fuera del tiempo. Uno de ellos seguía comunicando como sucedía siempre cuando él vivía; en otro se oía solo una tos; a otra llamada respondió una voz femenina muy cascada que me preguntó si yo aún seguía vivo. No supe qué contestar a esa pregunta tan comprometida y colgué. Otros teléfonos no tenían cobertura, cosa lógica, ya que si uno se encuentra en el más allá, no tener cobertura equivale, por fin, al descanso eterno. Me sentía feliz llevando en el bolsillo a todos mis amigos muertos. Me negaba a darles una sepultura definitiva. Puesto que dentro de unos días se celebra la fiesta de los difuntos, antes de borrarlos de mi agenda he depositado una flor de pensamiento sobre su tumba. Mi nuevo teléfono tiene a merced de la yema de los dedos todas las aplicaciones adaptadas a las exigencias de la vida moderna. Ahora lo ocupan solo los nombres de cuantos siguen vivos bajo la rueda dentada del tiempo.