1. El filme de Zapruder
MANUEL VICENT 03/08/2008
El 22 de noviembre de 1963, a las 12.30, el industrial textilero de ropa femenina Abraham Zapruder se hallaba encaramado en un pilar junto a la pérgola de la plaza Dealey, en Dallas, con una cámara Bell & Howell de 8 milímetros, modelo 414. Este hombre había nacido en la ciudad de Kovel en Ucrania, en el seno de una familia ruso-judía. En 1920 emigró a Estados Unidos, se asentó en Brooklyn y en 1941 se mudó a Dallas. Primero cortaba patrones diseñados en una industria de confección hasta que logró crear su propia compañía, cuyas oficinas estaban situadas cerca del Texas School Book Depository, donde se supone que había un sujeto armado con un rifle de mira telescópica, marca Mannlicher, de mecanismo manual, apostado en el alféizar de una ventana de la cuarta planta.
La cámara captó el disparo mortal en la cabeza del presidente Kennedy
Abraham Zapruder usaba la cámara de cine para filmar a sus empleados. Esa clase de tomavistas hasta entonces se alimentaba de bodas, barbacoas, fiestas de aniversario, escenas en el columpio del jardín y perros revolcándose con niños supervitaminados en la pradera. Era la época en que estos aparatos eran todavía inocentes. Aquella mañana de noviembre de 1963, la caravana con el presidente Kennedy y su esposa a bordo de un Lincoln 61 estaba a punto de doblar por Olm Street y entrar en la plaza. Con el ojo pegado al visor, este cineasta aficionado siguió al vehículo, que avanzaba a 25 kilómetros por hora, y hubo un momento en que el presidente bajó la mano y su cabeza hizo un giro rápido. Un segundo después un letrero obstaculizó la toma y cuando reapareció Kennedy ya tenía una mano en el cuello. La cámara de Zapruder captó el disparo mortal en la cabeza del presidente con la salida de la masa encefálica, el hueso del cráneo y la ráfaga de sangre. Fueron tres disparos ejecutados en ocho segundos y medio. La cámara de Zapruder descubrió también a un hombre con un paraguas abierto en un día de sol situado en una colina próxima haciendo señales, a otro tipo de aspecto hispano con el brazo levantado todo el tiempo y a una dama con una cámara Yashica tomando la escena desde otro ángulo, pero ni el sujeto del paraguas, ni el hombre del brazo en alto ni la mujer y su material filmado nunca han sido encontrados.
Ninguna película del Hollywood ha sido nunca tan visionada, analizada, discutida y analizada hasta el fondo de cada fotograma. Ninguna ha contado una historia tan grande con sólo 16 segundos de filmación. El precio de este filme fue valorado en 16 millones de dólares, un millón por segundo. Abraham Zapruder murió de cáncer en 1970 después de inaugurar una nueva época.
Aquel 22 de noviembre de 1963 se acabaron los sueños. Empezaba la nueva era que ha marcado a las sucesivas generaciones. No me refiero a que la muerte del presidente Kennedy marcara el final de una utopía política, sino la entrada en la historia del videoaficionado, un personaje invisible, que a partir de aquel hito estelar se ha ido apoderando del planeta para estar en todas partes y en ninguna. A partir del asesinato de Kennedy ya no irán los fotógrafos buscando la noticia. Serán los sucesos los que irán en busca de las cámaras, y al mismo tiempo todas las personas anónimas que pueblan las ciudades del mundo se convertirán en figurantes. Verás salir de la iglesia a unos recién casados, a los invitados echando arroz a los novios, a la pareja subiendo a una limusina orlada con cintas, globos y cascabeles y a uno de los cuñados grabando el feliz acontecimiento con un vídeo. Sin darse cuenta, este aficionado también habrá tomado con la cámara el atraco que ese momento se estaba produciendo en la licorería de la esquina. Sobre la hamaca de una playa de Sumatra habrá un turista grabando la sonrisa feliz de su novia en biquini con un coco en la mano cuando, de pronto, en la misma toma se verá avanzar una ola gigantesca del mar que se va a tragar a medio millón de personas.
El señor Zapruder se ha reproducido en progresión geométrica. Hoy sus descendientes van con el móvil cargado como un arma con capacidad para grabar toda clase de escenas en directo y mandarlas a Internet con sólo darle a un botón, de modo que vaya usted donde vaya, se halle dentro o fuera de la ley, tiene que saber que su rostro pertenece al universo. Todos los habitantes de este planeta somos ya actores. Al fin y al cabo, el filme de Zapruder resultó ser también sólo una ficción. Nadie sabe todavía quién mató a Kennedy, pero sus 16 segundos de filmación inauguraron la era del espejo universal donde todo el mundo se refleja al mismo tiempo, como víctima o como asesino.
La cámara captó el disparo mortal en la cabeza del presidente Kennedy
Abraham Zapruder usaba la cámara de cine para filmar a sus empleados. Esa clase de tomavistas hasta entonces se alimentaba de bodas, barbacoas, fiestas de aniversario, escenas en el columpio del jardín y perros revolcándose con niños supervitaminados en la pradera. Era la época en que estos aparatos eran todavía inocentes. Aquella mañana de noviembre de 1963, la caravana con el presidente Kennedy y su esposa a bordo de un Lincoln 61 estaba a punto de doblar por Olm Street y entrar en la plaza. Con el ojo pegado al visor, este cineasta aficionado siguió al vehículo, que avanzaba a 25 kilómetros por hora, y hubo un momento en que el presidente bajó la mano y su cabeza hizo un giro rápido. Un segundo después un letrero obstaculizó la toma y cuando reapareció Kennedy ya tenía una mano en el cuello. La cámara de Zapruder captó el disparo mortal en la cabeza del presidente con la salida de la masa encefálica, el hueso del cráneo y la ráfaga de sangre. Fueron tres disparos ejecutados en ocho segundos y medio. La cámara de Zapruder descubrió también a un hombre con un paraguas abierto en un día de sol situado en una colina próxima haciendo señales, a otro tipo de aspecto hispano con el brazo levantado todo el tiempo y a una dama con una cámara Yashica tomando la escena desde otro ángulo, pero ni el sujeto del paraguas, ni el hombre del brazo en alto ni la mujer y su material filmado nunca han sido encontrados.
Ninguna película del Hollywood ha sido nunca tan visionada, analizada, discutida y analizada hasta el fondo de cada fotograma. Ninguna ha contado una historia tan grande con sólo 16 segundos de filmación. El precio de este filme fue valorado en 16 millones de dólares, un millón por segundo. Abraham Zapruder murió de cáncer en 1970 después de inaugurar una nueva época.
Aquel 22 de noviembre de 1963 se acabaron los sueños. Empezaba la nueva era que ha marcado a las sucesivas generaciones. No me refiero a que la muerte del presidente Kennedy marcara el final de una utopía política, sino la entrada en la historia del videoaficionado, un personaje invisible, que a partir de aquel hito estelar se ha ido apoderando del planeta para estar en todas partes y en ninguna. A partir del asesinato de Kennedy ya no irán los fotógrafos buscando la noticia. Serán los sucesos los que irán en busca de las cámaras, y al mismo tiempo todas las personas anónimas que pueblan las ciudades del mundo se convertirán en figurantes. Verás salir de la iglesia a unos recién casados, a los invitados echando arroz a los novios, a la pareja subiendo a una limusina orlada con cintas, globos y cascabeles y a uno de los cuñados grabando el feliz acontecimiento con un vídeo. Sin darse cuenta, este aficionado también habrá tomado con la cámara el atraco que ese momento se estaba produciendo en la licorería de la esquina. Sobre la hamaca de una playa de Sumatra habrá un turista grabando la sonrisa feliz de su novia en biquini con un coco en la mano cuando, de pronto, en la misma toma se verá avanzar una ola gigantesca del mar que se va a tragar a medio millón de personas.
El señor Zapruder se ha reproducido en progresión geométrica. Hoy sus descendientes van con el móvil cargado como un arma con capacidad para grabar toda clase de escenas en directo y mandarlas a Internet con sólo darle a un botón, de modo que vaya usted donde vaya, se halle dentro o fuera de la ley, tiene que saber que su rostro pertenece al universo. Todos los habitantes de este planeta somos ya actores. Al fin y al cabo, el filme de Zapruder resultó ser también sólo una ficción. Nadie sabe todavía quién mató a Kennedy, pero sus 16 segundos de filmación inauguraron la era del espejo universal donde todo el mundo se refleja al mismo tiempo, como víctima o como asesino.
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