domingo, 28 de diciembre de 2008

CONCIERTO

Concierto
MANUEL VICENT 28/12/2008

Recordar sin desgarro ni melancolía, suave y armoniosamente, las cosas agradables que te hayan sucedido este año, como quien sale al huerto de atrás a recoger los frutos que ha dado cada estación, puede ser un ejercicio necesario de supervivencia cuando todo parece que se desmorona a tu alrededor. No pasa nada por ponerse tierno alguna vez. Al fin y al cabo a Bogart se le perdonó que se emocionara al oír de nuevo el piano de Sam. Pese a todo, no se te habrán negado ciertos momentos de felicidad en medio de la ruina general. El placer de la lectura de un libro apasionante durante una convalecencia te recordó aquellos días de la niñez en que el sopor de la fiebre se llenaba de piratas y aventureros. Seguramente habrá habido también este año algunas mañanas de primavera en que te has sentido feliz sin saber por qué, tal vez porque te bastaba con que el sol estuviera en la ventana para salir a pasear y que te obedeciera tu perro. Tampoco habrás olvidado el viaje que hiciste durante el verano. Abriste el mapa, señalaste un punto azul y de la yema del dedo surgió una ciudad, una isla, una playa unida al nombre de una amiga, de un compañero, de un viejo o nuevo amor con el que te pusiste en camino. Dulces fueron aquellas tardes en que la discusión acalorada se estableció en torno a una copa sobre el tema que no importaba nada, salvo el gusto por llevar la contraria para demostrar que te sentías vivo y en plena forma con toda la inteligencia bombeando sangre en las sienes y después sucedía el silencio con un poco de música en la que siempre estabas de acuerdo. Probablemente habrán sucedido algunos desastres en tu vida. El puesto de trabajo sigue estando en el aire, te han rechazado algunos proyectos en los que te habías embarcado, la desconfianza que genera la crisis ha terminado por calarte los huesos y parece que en el horizonte se ha instalado un muro que no vas a poder saltar. Pero la vida es como un concierto de Mozart en que las malas noticias hay que recibirlas en el interludio. Cualquier golpe duro en ese momento puede ser diluido en la memoria con el movimiento más excelso de la partitura que has oído y después quedará la segunda parte para que un solo de clarinete te haga olvidar por un instante cualquier desgracia.

domingo, 21 de diciembre de 2008

MAFIAS

Mafias
MANUEL VICENT 21/12/2008

Coinciden estos días en la cartelera dos películas sobre la mafia. Una trata de la mafia de calzoncillos sucios, compuesta por toda esa morralla humana que se mueve por los barrios devastados de Nápoles buscándose la vida entre revólveres con hedor a herrumbre, prontos a soltar plomo contra cualquier pequeña banda rival que les dispute la parte de la longaniza que les corresponde. Se llama Gomorra. La otra se refiere a la mafia de la alta política italiana establecida entre tafetanes y reclinatorios alrededor del viejo líder de una Democracia Cristiana entreverada de banqueros, cardenales y refinados asesinos. Se llama Il Divo, sobrenombre con que se conocía a Giulio Andreotti. Aunque no es lo mismo una pobre rata de la Camorra cebada de cocaína hasta el rabo, cosida a balazos al pie de un basurero de extrarradio que un banquero divinamente ahorcado en un puente de Londres, ambas películas son complementarias. La diferencia sólo está en la caspa. Un elegante cardenal adorna con su púrpura la mesa de un magnate donde cualquier crimen se desencadena mediante un guiño. Un rústico con chaleco y la gorra ladeada metido en un gallinero da órdenes a la organización de la Cosa Nostra con versículos del Eclesiastés. Cada mafia tiene su estilo y su música. Al contrario de lo que sucede en cualquier episodio de la mafia siciliana en que nunca deja de sonar un aria de Verdi que hace llorar a los matarifes, en la película de la Camorra no se oye ni una simple tarantela. Aquí no hay glamour sino barrigas sudadas. Su única música la producen las pistolas roñosas y los escapes de las motos cabalgadas por los sicarios. En cambio, la música de la Democracia Cristiana la constituyen los pasos blandos sobre las alfombras, las puertas de madera noble de los despachos, las frases cínicas que se ahogan en los terciopelos, el silencio mortal que sigue al crimen de Estado, el sonido que produce en la mejilla de Andreotti el beso del padrino Totó Riína. A esta gente tan fina le basta media jaculatoria precedida por un disparo para convertirte en un excelente cadáver. Lo dijo Michael Corleone: "He tratado de regenerar mis negocios, pero cuanto más alto he subido en la escala social más mierda he encontrado".

lunes, 15 de diciembre de 2008

DISPARO

Disparo
MANUEL VICENT 14/12/2008

Ante la crisis actual sólo cabe una actitud sensata, aunque poco gallarda: la misma que adoptan los futbolistas cuando el árbitro ordena cerca del área un tiro a puerta. Los jugadores contrarios forman una barrera, pero más allá de la posibilidad de que se produzca el gol o de que el portero pare el balón, cada uno se protege con las manos los genitales para que el disparo no se los aplaste. Así hay que afrontar la crisis y después Dios dirá. Pero cualquier cosa que uno crea que ha dicho Dios, es falsa, como afirmó un sabio sufí. Lo mismo podría afirmarse de la física cuántica porque, según el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, en el mundo microscópico la acción del observador altera por sí misma el sistema observado. Si este principio se aplica a la filosofía resulta que la famosa frase de Descartes pienso, luego existo, no resuelve la duda metódica, puesto que nuestra existencia cambia por el hecho de pensarla. Si se aplica al periodismo una noticia pierde veracidad por el hecho de publicarla. Si se aplica a la política la opinión de un líder nunca es auténtica ya que su sentido se modifica por el hecho de pronunciarla. Si se aplica a la economía ningún pronóstico sirve de nada porque el propio dictamen del experto distorsiona el problema por el hecho de formularlo. Si Dios, la física cuántica y la economía no permiten que ningún analista, aun tratándose de un profesional muy solvente, acierte en la diana, no quiera usted saber el desastre que se produce cuando el teólogo es un fanático, el filósofo un estúpido, el periodista un golfo, el político un corrupto y el economista un ignorante, algo muy habitual. En este supuesto en lugar de dar en las proximidades de la diana, la flecha puede perderse en las nubes o atravesar el pie del que la dispara. Contra la ley de la óptica los problemas se ven más grandes de lejos que de cerca, de modo que cualquier opinión que se refiera a la próxima hecatombe nunca será acertada. Ésta es la base del optimismo antropológico. Nadie puede demostrar de antemano que el disparo a puerta llegará a la red o lo parará el portero. Ante esta incertidumbre sólo queda una actitud: protegerse los genitales con las manos para que no salten por los aires.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

DEGRADANTE

Degradante
MANUEL VICENT 07/12/2008

Si en cualquier aeropuerto del mundo me obligan a quitarme el cinturón con el riesgo de que se me caigan los pantalones; si además tengo que pasar descalzo por el escáner como si entrara en una mezquita; si el altavoz repite continuamente que vigile mi equipaje de mano para que nadie coloque en él una bomba; si cada vez que se sienta a mi lado en el avión un individuo con rasgos árabes pienso que voy a saltar por los aires, debo deducir que esta paranoia es parte sustancial de la victoria de Bin Laden. Uno soporta esta humillación en beneficio de la propia seguridad y la de todos. Hasta aquí nada que objetar, salvo que estas normas extraen de nuestra pobre alma lo que en ella hay de oveja churra o merina. Pero en esta guerra existe otra degradación más alarmante. En la civilización occidental los derechos humanos han sido arduamente conquistados a lo largo de la historia. El Habeas Corpus del imperio romano, la Carta Magna que el rey Juan sin Tierra otorgó a los nobles ingleses en el siglo XIII, la Declaración de Independencia y la Constitución Norteamericana, la Revolución Francesa han sido hitos de un duro camino lleno de sangre hacia la justicia y la libertad. Como meta de esta conquista del espíritu, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas se proclama que nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos y degradantes. Más que en los misiles, la fortaleza de nuestra civilización se funda en esta lucha idealista por la dignidad. Si el terror de unos islamistas fanáticos nos impulsa a meter en jaulas en Guantánamo a prisioneros como si fueran animales, si en la prisión de Abu Ghraib, en Irak, los soldados norteamericanos usan perros para vejar sexualmente a presos desnudos, si un Gobierno español acepta que hagan escala en nuestro territorio aviones cargados de prisioneros que serán torturados, está claro que Bin Laden está ganando la partida, puesto que nos obliga a abdicar de la raíz histórica que nos había hecho indestructibles. El Habeas Corpus, la Carta Magna, la Constitución Norteamericana, la Revolución Francesa es hoy papel de váter. Uno se quita ese cinturón y se le caen los pantalones.