Mafias
MANUEL VICENT 21/12/2008
Coinciden estos días en la cartelera dos películas sobre la mafia. Una trata de la mafia de calzoncillos sucios, compuesta por toda esa morralla humana que se mueve por los barrios devastados de Nápoles buscándose la vida entre revólveres con hedor a herrumbre, prontos a soltar plomo contra cualquier pequeña banda rival que les dispute la parte de la longaniza que les corresponde. Se llama Gomorra. La otra se refiere a la mafia de la alta política italiana establecida entre tafetanes y reclinatorios alrededor del viejo líder de una Democracia Cristiana entreverada de banqueros, cardenales y refinados asesinos. Se llama Il Divo, sobrenombre con que se conocía a Giulio Andreotti. Aunque no es lo mismo una pobre rata de la Camorra cebada de cocaína hasta el rabo, cosida a balazos al pie de un basurero de extrarradio que un banquero divinamente ahorcado en un puente de Londres, ambas películas son complementarias. La diferencia sólo está en la caspa. Un elegante cardenal adorna con su púrpura la mesa de un magnate donde cualquier crimen se desencadena mediante un guiño. Un rústico con chaleco y la gorra ladeada metido en un gallinero da órdenes a la organización de la Cosa Nostra con versículos del Eclesiastés. Cada mafia tiene su estilo y su música. Al contrario de lo que sucede en cualquier episodio de la mafia siciliana en que nunca deja de sonar un aria de Verdi que hace llorar a los matarifes, en la película de la Camorra no se oye ni una simple tarantela. Aquí no hay glamour sino barrigas sudadas. Su única música la producen las pistolas roñosas y los escapes de las motos cabalgadas por los sicarios. En cambio, la música de la Democracia Cristiana la constituyen los pasos blandos sobre las alfombras, las puertas de madera noble de los despachos, las frases cínicas que se ahogan en los terciopelos, el silencio mortal que sigue al crimen de Estado, el sonido que produce en la mejilla de Andreotti el beso del padrino Totó Riína. A esta gente tan fina le basta media jaculatoria precedida por un disparo para convertirte en un excelente cadáver. Lo dijo Michael Corleone: "He tratado de regenerar mis negocios, pero cuanto más alto he subido en la escala social más mierda he encontrado".
MANUEL VICENT 21/12/2008
Coinciden estos días en la cartelera dos películas sobre la mafia. Una trata de la mafia de calzoncillos sucios, compuesta por toda esa morralla humana que se mueve por los barrios devastados de Nápoles buscándose la vida entre revólveres con hedor a herrumbre, prontos a soltar plomo contra cualquier pequeña banda rival que les dispute la parte de la longaniza que les corresponde. Se llama Gomorra. La otra se refiere a la mafia de la alta política italiana establecida entre tafetanes y reclinatorios alrededor del viejo líder de una Democracia Cristiana entreverada de banqueros, cardenales y refinados asesinos. Se llama Il Divo, sobrenombre con que se conocía a Giulio Andreotti. Aunque no es lo mismo una pobre rata de la Camorra cebada de cocaína hasta el rabo, cosida a balazos al pie de un basurero de extrarradio que un banquero divinamente ahorcado en un puente de Londres, ambas películas son complementarias. La diferencia sólo está en la caspa. Un elegante cardenal adorna con su púrpura la mesa de un magnate donde cualquier crimen se desencadena mediante un guiño. Un rústico con chaleco y la gorra ladeada metido en un gallinero da órdenes a la organización de la Cosa Nostra con versículos del Eclesiastés. Cada mafia tiene su estilo y su música. Al contrario de lo que sucede en cualquier episodio de la mafia siciliana en que nunca deja de sonar un aria de Verdi que hace llorar a los matarifes, en la película de la Camorra no se oye ni una simple tarantela. Aquí no hay glamour sino barrigas sudadas. Su única música la producen las pistolas roñosas y los escapes de las motos cabalgadas por los sicarios. En cambio, la música de la Democracia Cristiana la constituyen los pasos blandos sobre las alfombras, las puertas de madera noble de los despachos, las frases cínicas que se ahogan en los terciopelos, el silencio mortal que sigue al crimen de Estado, el sonido que produce en la mejilla de Andreotti el beso del padrino Totó Riína. A esta gente tan fina le basta media jaculatoria precedida por un disparo para convertirte en un excelente cadáver. Lo dijo Michael Corleone: "He tratado de regenerar mis negocios, pero cuanto más alto he subido en la escala social más mierda he encontrado".
No hay comentarios:
Publicar un comentario