viernes, 9 de noviembre de 2018

TUMBA VACÍA

TUMBA VACÍA
23/09/2018
Pronto o tarde, después de la labor obstruccionista a cargo de rábulas de turno y de la confusión que añada la jauría mediática, finalmente llegará el día en que la losa de 1.500 kilos de la tumba de Franco será levantada y puede que en ese momento ante la expectación general se produzca un imponente fiasco. Corre un insistente rumor de que esa tumba está vacía. Si esto es así, cuando el notario levante acta de que el cadáver del dictador ha desaparecido, ante un caso tan de novela negra lógicamente al asombro seguirá una inevitable especulación llena de morbo. ¿Dónde está el fiambre? ¿Ha sido robado por sus enemigos o ha sido puesto a buen recaudo en algún lugar secreto por sus partidarios? Si la tumba está vacía y el cadáver del dictador no aparece, llegará el momento en que será necesaria la ayuda de un Sherlock Holmes de andar por casa, quien tal vez podría desarrollar una hipótesis en sus justos términos. Los despojos de Franco no hay que ir a buscarlos en su tumba del Valle de los Caídos, sino en el cerebro de gran parte de los españoles de uno y otro bando. Ahí hay que encontrarlos. ¿Los lleva usted dentro y no lo sabe? En este caso, se trataría de una película de terror. De hecho, ese cadáver duerme en el sustrato ideológico más profundo de la derecha cavernaria, que todavía se alimenta de su memoria y en el odio más enquistado de la izquierda, que no logra sacudirse de encima su fantasma. Sacar a Franco de la tumba es muy fácil. Lo complicado es exhumarlo del cerebro de gran parte de los españoles, la verdadera tumba donde se está pudriendo. ¿De verdad, viejo español, de una forma u otra, no lo lleva usted dentro?
Limpiar el panteón de Cuelgamuros es el primer paso ineludible para que la neurosis colectiva que produce su memoria comience a desvanecerse y la figura del dictador sea deglutida definitivamente por la historia.

BLASFEMIA

BLASFEMIA
30/09/2018

La blasfemia es el reverso de la jaculatoria, una plegaria negra, lo que significa que para ser un perfecto blasfemo primero hay que creer mucho en Dios. La blasfemia surge del sustrato más profundo del pueblo español como un reflejo condicionado para sacudirse de encima a un Dios aplastante que se manifiesta a través del poder eclesiástico presente en la vida familiar, en la educación y en la moral a lo largo del camino que conduce desde la pila bautismal a la sepultura. La blasfemia en el campo expresa la ira de labrador ante cualquier calamidad, el pedrisco que hiere la espiga, la sequía que agosta los pastos, las plagas que esquilman las cosechas. El campesino mira al cielo, proyecta su rabia contra el dueño y señor del universo y le culpa de semejante desaguisado. La blasfemia ha sido cultivada en toda su múltiple variedad, roída, masticada, escupida, por los arrieros que han cruzado durante siglos los caminos de España; de hecho, todos los asnos y pollinos ibéricos la llevan interiorizada en su cerebro hasta el punto que el más recalcitrante de estos jumentos en cuanto oye la blasfemia se pone a andar. Hoy las redes están llenas de arrieros informáticos. Las blasfemias han sido han sido asumidas por el software y pronto entrarán a formar parte constitutiva de la inteligencia artificial. Cuando el ordenador se atranca como un asno obcecado, le das tres veces a la tecla y nada, pero sueltas una blasfemia castiza y toda la tecnología se pone de nuevo en marcha. En contrapartida el pueblo español trata de calmar la ira divina con infinitas jaculatorias, rogativas y procesiones, que a su vez te llevarán al cielo mientras con la blasfemia puedes dar con tus huesos en la cárcel. Señor juez, tome la blasfemia como lo que es, el rabo atravesado de una plegaria, un ferviente y mal ensalivado acto de fe, una jaculatoria al revés.

jueves, 8 de noviembre de 2018

SALVAMENTO

SALVAMENTO
21/10/2018

En cualquier calle de cualquier ciudad de Europa se puede observar cada día con más frecuencia la imagen de ancianas amarillentas en silla de ruedas y de viejos jadeantes con muletas, que apenas pueden con su alma, acompañados y asistidos por jóvenes inmigrantes negros o hispanos. Son imágenes premonitorias de la Europa que heredarán nuestros descendientes si la convulsa biología planetaria no acude al rescate. En un futuro no tan lejano España va necesitar cinco millones de gente joven que venga a trabajar, a integrarse, a reproducirse y a pagar impuestos. Europa va a necesitar 50 millones de extranjeros jóvenes de cualquier color, que aporten savia nueva que la libre de su inexorable decrepitud. Ante la angustiosa visión de la continua llegada de pateras a nuestras costas hay que preguntarse quién salva a quién. El terrible espectáculo de los inmigrantes huidos del hambre y de la guerra, que son rescatados en el Mediterráneo, de hecho, supone una operación contraria de salvamento. Son ellos quienes vienen a salvarnos. Ahora estos náufragos limpian el cúmulo de basura que dejan nuestros adorables adolescentes después de los conciertos y los botellones, piden limosna en la puerta de los rebosantes supermercados, realizan los trabajos más duros que nadie quiere, contemplan con las manos en los bolsillos el paso de la historia por las esquinas. Cuando en el futuro los descendientes de estos esclavos sean tan señores como usted, a ellos deberá Europa agradecer el no haberse extinguido como una vieja caduca, egoísta y achacosa. Puede que algún patriota racista o xenófobo, a quien uno de estos inmigrantes tal vez le está limpiando hoy la mierda del retrete, crea que este pronóstico es el ridículo ensueño de un alma blanca. Pero por mucho que le duela lo cierto es que un día toda la humanidad será de color chocolate.

LUZ DE VELA

LUZ DE VELA
14/10/2018


Los cartujos no hablan. Su regla es el silencio. Solo cuando se cruzan por el claustro encapuchados hasta las cejas, con las manos metidas en la manga contraria del hábito se les está permitido saludarse con estas palabras mirándose de soslayo. Uno dice: “Hermano, morir tenemos”. Otro contesta: “Ya lo sabemos”. Estaba yo hace unos días en la terraza de un restaurante italiano de Chamberí compartiendo con unos amigos una pasta con anchoas bajo un agradable sol de otoño tamizado por la sombrilla y en esto se me acercó una figura alta, vestida de negro, con el rostro medio embozado entre la gorra y la bufanda. No lo reconocí a primera vista, pero me saludó con una cortesía llena de euforia: “Amigo, cuánto tiempo, ya ves qué sorpresa, todavía no nos hemos muerto. De pronto me acordé que hace 50 años el pintor Cristino de Vera pronunció por primera vez una frase parecida la noche en que me fue presentado en el sótano del bar Oliver mientras alguien aporreaba el piano la canción Oh Susana.Eran las noches locas del café Gijón, de Oliver y de Carrusel, y ya entonces Cristino, llegado de Canarias, estaba obsesionado en bromear con la muerte como Hamlet con la calavera de Yorick y tal vez trataba de ahuyentarla como el niño que juega a darle patadas a un bote mientras camina. Los cuadros de Cristino de Vera parecen estar pintados a la luz amarilla parpadeante de una vela de cartujo. En sus lienzos vibra el silencio convertido en materia. La calavera reina en todos ellos entre monjes, bodegones de frutas, vasos, cogollas, tazas, rosas. Lo de más es espacio. Como un anacoreta que trata de quitarse la muerte de encima la convierte en una sombra. Humilde y luminoso como Morandi. Limpio como Luis Fernández. Al pie de la pasta con anchoas le dije a Cristino: no estoy muy seguro, pero yo diría que no hemos muerto todavía.

LANGOSTAS

LANGOSTAS
07/10/2018

Un día no muy lejano toda la belleza de este planeta será completamente devorada por una plaga mortífera. Ahora son 1.000 millones. Pronto serán 2.000, luego 3.000 millones y muchos más los insectos ortópteros, conocidos como langostas, que hoy bajo la forma de turistas con gorra, mochila, camiseta, bermudas y chanclas se reproducen con una rapidez extraordinaria y migran de un sitio a otro con un designio devastador. En la Biblia se puede leer: “Envió el Señor un viento abrasador que trajo las langostas en tan espantosa muchedumbre que nunca hubo tantas hasta aquel tiempo. Y cubrieron la faz de la tierra devorando toda la hierba de la tierra y los frutos de los árboles”. La plaga de la langosta solo se detiene cuando después de acabar con toda la vegetación muere por falta de alimento. Tampoco el turismo cesará hasta que no haya destruido por invasión y aplastamiento las ciudades más hermosas del mundo, las ruinas históricas, los monumentos, catedrales, obras de arte de los museos y también playas, islas, valles y cimas incontaminadas. La belleza lleva en si misma el germen de su propia destrucción. Cada día atrae una mayor cantidad de adoradores y los convierte en una plaga letal. En este momento sobrevuela el planeta un millón de aviones con la tripa llena de insectos ortópteros listos para aterrizar; millones de trenes y caravanas de coche cruzan todos los países; miles de cruceros desembarcan en los puertos de mar un número inimaginable de langostas con un mismo fin predeterminado: aglomerarse y crear una insoportable claustrofobia en torno a la belleza de este mundo hasta destruirla por completo, de forma que solo quede a su alrededor un rastro de orín y de sudor. Hoy son mil. Pronto serán 4.000 millones las langostas humanas destinadas a realizar este maleficio que la belleza lleva dentro como una maldición.

EN EL SALÓN

EN EL SALÓN
28/10/2018

Una familia educada sabe que cada instancia de la casa tiene sus propias normas de comportamiento. Según el machismo galante, antiguamente se decía que la mujer perfecta debía ser una dama en el salón, una artista en la cocina y una casquivana en la cama. En contrapartida, el feminismo rampante obliga hoy al varón a ser en el salón un perfecto caballero, en la cocina un colega siempre dispuesto a fregar los platos y en la cama un amante leal, apasionado y divertido. No se habla del cuarto de baño, donde en todo caso, hombre o mujer, se puede ser limpio y elegante o un cerdo. En la política también existen distintos espacios, cada uno con unas reglas muy estrictas. En el Parlamento, como en el salón de casa, se defienden públicamente los derechos humanos, se permite soñar con la independencia o con la unidad indisoluble de la patria, se establecen los buenos deseos de libertad y de justicia envueltos con grandes palabras. Estas cuestiones etéreas no se debaten en la cocina donde se guisa la inmediata realidad parda de cada día. No es imaginable que una familia bien educada confunda los espacios y se comporte ante las visitas en el salón como en la alcoba y en la cocina como si estuviera en el cuarto de baño, cosa que, en efecto, sucede en la política española cuando en el salón se debaten los grandes problemas y de pronto se oye que alguien arriba ha tirado de la cadena del váter y todos los ideales de paz, de consenso, de entendimiento, de diálogo han sido arrastrados hacia el desagüe por un torrente de mierda. Algunos diputados muy patriotas se comportan en el salón como en el retrete, los soberanistas catalanes guisan su ideal de independencia a medias con un mejunje de garbanzos que produce un flato insoportable y, por su parte, los medios de comunicación han convertido la política española en una impúdica cama redonda. Eso es todo.