viernes, 28 de marzo de 2008

EXPRESIONISMO

Expresionismo
MANUEL VICENT 02/02/2003

Siempre he creído que la belleza sólo alcanza su destino si penetra en tu cuerpo y te saca las entrañas. Munich está nevado. Bajo un silencio de algodón he ido a la Pinacoteca Moderna, recién inaugurada y allí me he demorado en la sala del expresionista Max Beckmann, pintor de entreguerras. Afuera se oía a veces esa sirena de policía que aun despierta en el inconsciente el terror que se estableció en esta ciudad cuando estos cuadros fueron pintados. En la sala había dos únicos espectadores, una joven bellísima y un caballero muy elegante. Un pintor sólo es verdadero, y por tanto diabólico, cuando secuestra el alma de quien contempla cualquiera de sus obras. Creía que este era un principio teórico hasta que he comprobado que esa energía es real. La joven estaba situada a media distancia frente al cuadro Tanz in Baden- Baden y la luz cenital creaba una misma emulsión entre las figuras patéticas, decadentes y espectrales del lienzo y la espléndida belleza de la espectadora. Una situación semejante se producía en otro lado de la sala entre el caballero elegante y el lienzo Vor dem Maskenball, un baile de máscaras. Como si el decrépito maestro de ceremonias de un sórdido cabaret hubiera salido del marco y les hubiera tomado de la mano para invitarles a bailar con ellos, creí ver con mis propios ojos que la joven y el caballero se transformaban en otra de aquellas criaturas de carne macilenta cuya alma aterrorizada estaba pintando en ese momento Max Beckmann. Seguí observando a estos dos seres a medida que se detenían frente a otros cuadros expresionistas. Sucesivamente se iban volviendo viejos y descarnados, a merced de sus pesadillas y espectros interiores, solubles con las figuras distorsionadas que tenían delante. Después de abandonar la sala de Beckmann la pareja recompuesta se detuvo ante un lienzo de Picasso. Pese que se trataba de una figura con un ojo en el occipital cuyo cuerpo había sido formalmente descuartizado como una res, la joven bellísima y el caballero la pudieron contemplar sin perder por dentro ni por fuera la elegancia moderna que exhibían. Eso me hizo pensar que Piccaso con todas sus diabluras es un pintor frívolo incapaz de arañar el alma. Después de visitar la Pinacoteca Moderna entré en una cervecería repleta de figuras reales de Beckmann, de Otto Dix, de Kirchner flotando en la niebla del alcohol. Tocaba una orquesta de metal con instrumentos plateados, pero eran los eructos feroces de los borrachos los que hacían de trompetas.

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