Carro de heno
MANUEL VICENT 13/03/1994
Tantos muertos sin enterrar, políticos corruptos que son paseados a pleno sol en el carro de heno con un güisqui en la mano, han convertido a este país en un cuadro de, El Bosco. La democracia también es una máquina de picar carne y nadie podrá pensar que este servicio no trabaja a pleno rendimiento. Levantar un escándalo diario es hoy un deporte nacional. Se está celebrando desde hace unos años en este territorio una cacería feroz y no hay día en que los periodistas no abatan dos o tres piezas, un financiero, un director general, un diputado, un ministro, un empresario, un sindicalista, un venado de 14 puntas o un mero conejo. No importa que los tiros sean certeros o errados: el simple escopetazo desata la alegría o el desánimo, nunca ya el estupor. Los escándalos alivian la quiebra de los periódicos y al parecer la caza es tan abundante, la corrupción se ha extendido tanto que el tiroteo está a punto de transformarse en una zarabanda literaria. Se dispara en todas las direcciones. Escritores enviscan a otros escritores. Periodistas tiran contra otros periodistas. Políticos de un mismo partido se acribillan por la espalda. Articulistas muy honestos y otros que están corrompidos hasta los huesos se erigen en fiscales sedientos de justicia, pero gracias a ellos algunos sátrapas son desenmascarados como ilustres forajidos y éstos, en su huida, arrastran a un subsecretario y a dos policías antes de caer por el acantilado y abajo aún quedan otros periodistas que se alimentan con sus restos. Alto el fuego. Propongo una tregua. Sólo para que este país no hieda de forma tan insoportable hay que enterrar primero algunos muertos. Alguien tendrá que ir a la cárcel, alguien tendrá que pegarse un tiro de verdad para demostrar al público que esto no es sólo un espectáculo. Está por demostrar todavía si los jueces tienen aquí la suficiente musculatura moral para encarcelar a un banquero, a un político o a un periodista. Los muertos que la prensa mata toman güisqui encima del carro de heno. Así los hubiera pintado hoy El Bosco.
MANUEL VICENT 13/03/1994
Tantos muertos sin enterrar, políticos corruptos que son paseados a pleno sol en el carro de heno con un güisqui en la mano, han convertido a este país en un cuadro de, El Bosco. La democracia también es una máquina de picar carne y nadie podrá pensar que este servicio no trabaja a pleno rendimiento. Levantar un escándalo diario es hoy un deporte nacional. Se está celebrando desde hace unos años en este territorio una cacería feroz y no hay día en que los periodistas no abatan dos o tres piezas, un financiero, un director general, un diputado, un ministro, un empresario, un sindicalista, un venado de 14 puntas o un mero conejo. No importa que los tiros sean certeros o errados: el simple escopetazo desata la alegría o el desánimo, nunca ya el estupor. Los escándalos alivian la quiebra de los periódicos y al parecer la caza es tan abundante, la corrupción se ha extendido tanto que el tiroteo está a punto de transformarse en una zarabanda literaria. Se dispara en todas las direcciones. Escritores enviscan a otros escritores. Periodistas tiran contra otros periodistas. Políticos de un mismo partido se acribillan por la espalda. Articulistas muy honestos y otros que están corrompidos hasta los huesos se erigen en fiscales sedientos de justicia, pero gracias a ellos algunos sátrapas son desenmascarados como ilustres forajidos y éstos, en su huida, arrastran a un subsecretario y a dos policías antes de caer por el acantilado y abajo aún quedan otros periodistas que se alimentan con sus restos. Alto el fuego. Propongo una tregua. Sólo para que este país no hieda de forma tan insoportable hay que enterrar primero algunos muertos. Alguien tendrá que ir a la cárcel, alguien tendrá que pegarse un tiro de verdad para demostrar al público que esto no es sólo un espectáculo. Está por demostrar todavía si los jueces tienen aquí la suficiente musculatura moral para encarcelar a un banquero, a un político o a un periodista. Los muertos que la prensa mata toman güisqui encima del carro de heno. Así los hubiera pintado hoy El Bosco.
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