Hemingway
MANUEL VICENT 16/07/1995
Hemingway se pegó un tiro el día en que por fin descubrió que era un mal escritor. Tal vez este juicio de Borges sea un poco exagerado. Hemingway tenía mucha pegada en la distancia corta, en los relatos breves, pero sin duda su fama se debe a que supo conjugar el turismo con la crueldad. Este literato era sustancialmente un fascista: amaba la violencia como una forma de belleza. Se sentía atraído por la sangre de personas o de animales, y viajaba a cualquier lugar donde ésta se le ofreciera de un modo gratuito: toros, gallos, guerras, cacerías ` En los años veinte vino a España para presenciar en vivo una de nuestras típicas barbaries que sucedía en Pamplona, y de ella extrajo una pésima novela, The sun also rises, traducida con el título de Fiesta. De hecho, Hemingway nunca logró entender la muerte sino como espectáculo. Pasado el tiempo, los españoles deparamos a este escritor otra gran corrida que duró tres años y en la que se cortaron un millón de orejas. Herningway tampoco faltó a la cita. Se instaló en el hotel Florida de Callao y asistió a esta larga carnicería civil tomando notas desde la barrera. Con esto escribió otra mala novela, Por quién doblan las campanas, sin ahorrarse la complaciente mirada del explorador que se siente excitado ante unos nativos heroicos y violentos. Su verdadero genio consistía en salir siempre en la mejor fotografía, ya que estaba en cada momento en el sitio exacto, en el bar o restaurante oportuno en su época más gloriosa. Gracias a este talento singular, Hemingway se ha convertido él solo en una agencia de viajes, de modo que tiene menos lectores que turistas. Éstos toman cochinillo en Botín, o daiquiri en el Floridita de La Habana, o whisky en los Harris's Bar de París y de Venecia. Recientemente, uno de estos seguidores ha rendido homenaje al escritor durante un encierro en Pamplona dejándose partir la aorta por un toro. Era un joven norteamericano que ha muerto sin enterarse de que una sangre parecida a la suya, en su momento, sólo pudo engendrar una literatura mediocre.
MANUEL VICENT 16/07/1995
Hemingway se pegó un tiro el día en que por fin descubrió que era un mal escritor. Tal vez este juicio de Borges sea un poco exagerado. Hemingway tenía mucha pegada en la distancia corta, en los relatos breves, pero sin duda su fama se debe a que supo conjugar el turismo con la crueldad. Este literato era sustancialmente un fascista: amaba la violencia como una forma de belleza. Se sentía atraído por la sangre de personas o de animales, y viajaba a cualquier lugar donde ésta se le ofreciera de un modo gratuito: toros, gallos, guerras, cacerías ` En los años veinte vino a España para presenciar en vivo una de nuestras típicas barbaries que sucedía en Pamplona, y de ella extrajo una pésima novela, The sun also rises, traducida con el título de Fiesta. De hecho, Hemingway nunca logró entender la muerte sino como espectáculo. Pasado el tiempo, los españoles deparamos a este escritor otra gran corrida que duró tres años y en la que se cortaron un millón de orejas. Herningway tampoco faltó a la cita. Se instaló en el hotel Florida de Callao y asistió a esta larga carnicería civil tomando notas desde la barrera. Con esto escribió otra mala novela, Por quién doblan las campanas, sin ahorrarse la complaciente mirada del explorador que se siente excitado ante unos nativos heroicos y violentos. Su verdadero genio consistía en salir siempre en la mejor fotografía, ya que estaba en cada momento en el sitio exacto, en el bar o restaurante oportuno en su época más gloriosa. Gracias a este talento singular, Hemingway se ha convertido él solo en una agencia de viajes, de modo que tiene menos lectores que turistas. Éstos toman cochinillo en Botín, o daiquiri en el Floridita de La Habana, o whisky en los Harris's Bar de París y de Venecia. Recientemente, uno de estos seguidores ha rendido homenaje al escritor durante un encierro en Pamplona dejándose partir la aorta por un toro. Era un joven norteamericano que ha muerto sin enterarse de que una sangre parecida a la suya, en su momento, sólo pudo engendrar una literatura mediocre.
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