Parmesano
MANUEL VICENT 28/05/1995
El queso parmesano le recordaba a la amante que había perdido. Aquella mujer lo había abandonado, pero ese sabor era toda vía un vínculo que lo mantenía unido a ella. Cada porción de queso parmesano le hacía revivir los lances de amor que realizaron juntos las noches de verano en el jardín mientras bebían también bajo las constelaciones un vino rojo muy escogido. Allí él le ha bía jurado que le regalaría una casa de color siena entre cipreses y viñedos en una isla del Jónico, no lejos de Ítaca, y a pesar de eso ella un día se esfumó sin dejar rastro, de modo que el tipo se gastó todo el dinero en queso parmesano, puesto que sólo este manjar le recordaba las horas de amor que había vivido. Cuando lo probaba, gemía de placer y de nostalgia. Al principio todo fue bien. Comenzaba a masticar con los ojos cerrados y enseguida ella estaba a su merced: la imaginaba balanceándose en aquel columpio de la infancia, saliendo de clase de románicas con el libro bajo el brazo, cruzando la ciudad en dirección a aquella cafetería donde solían encontrarse. Durante algún tiempo el tipo pudo controlar el sabor del queso. Este adoptaba todas las formas de su pasión. En el interior del queso se hallaban también las palabras ardientes que la mujer había pro nunciado y él recordaba cada matiz de su voz en cuanto ese producto rozaba su paladar. Durante algunos meses el tipo sólo se alimentó de queso y como es lógico engordó hasta convertirse en un monstruo, pero en su interior algo comenzó a quebrarse: a medida que el queso parmesano se hacía imprescindible para soñar, aquella pasión se desvanecía en la memoria hasta el punto que un día el propio queso ya sustituyó definitivamente a la amante y él lo comía sin recordarla ni de searla. Una tarde la pareja se cruzó por la calle. Ella no lo re conoció. Pesaba más de cien kilos debido al queso que había comido buscando recobrar la dicha pasada. Pero era un hombre feliz. Ahora el queso parmesano le llevaba a viajar solo hacia aquella casa en la isla del Jónico donde nadie le esperaría nunca.
MANUEL VICENT 28/05/1995
El queso parmesano le recordaba a la amante que había perdido. Aquella mujer lo había abandonado, pero ese sabor era toda vía un vínculo que lo mantenía unido a ella. Cada porción de queso parmesano le hacía revivir los lances de amor que realizaron juntos las noches de verano en el jardín mientras bebían también bajo las constelaciones un vino rojo muy escogido. Allí él le ha bía jurado que le regalaría una casa de color siena entre cipreses y viñedos en una isla del Jónico, no lejos de Ítaca, y a pesar de eso ella un día se esfumó sin dejar rastro, de modo que el tipo se gastó todo el dinero en queso parmesano, puesto que sólo este manjar le recordaba las horas de amor que había vivido. Cuando lo probaba, gemía de placer y de nostalgia. Al principio todo fue bien. Comenzaba a masticar con los ojos cerrados y enseguida ella estaba a su merced: la imaginaba balanceándose en aquel columpio de la infancia, saliendo de clase de románicas con el libro bajo el brazo, cruzando la ciudad en dirección a aquella cafetería donde solían encontrarse. Durante algún tiempo el tipo pudo controlar el sabor del queso. Este adoptaba todas las formas de su pasión. En el interior del queso se hallaban también las palabras ardientes que la mujer había pro nunciado y él recordaba cada matiz de su voz en cuanto ese producto rozaba su paladar. Durante algunos meses el tipo sólo se alimentó de queso y como es lógico engordó hasta convertirse en un monstruo, pero en su interior algo comenzó a quebrarse: a medida que el queso parmesano se hacía imprescindible para soñar, aquella pasión se desvanecía en la memoria hasta el punto que un día el propio queso ya sustituyó definitivamente a la amante y él lo comía sin recordarla ni de searla. Una tarde la pareja se cruzó por la calle. Ella no lo re conoció. Pesaba más de cien kilos debido al queso que había comido buscando recobrar la dicha pasada. Pero era un hombre feliz. Ahora el queso parmesano le llevaba a viajar solo hacia aquella casa en la isla del Jónico donde nadie le esperaría nunca.
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