El mimo
MANUEL VICENT 23/11/1997
En una esquina de Serrano, un mimo que simulaba ser una estatua de mármol blanco se había plantado sobre un pedestal en la acera y los peatones que discurrian a esa hora por allí no se paraban a mirarlo, pero algunos le daban una limosna. El mimo estaba inmóvil. Esta vez se había disfrazado de policía por ver si cambiaba su suerte. Llevaba casco, casaca, polainas con espuelas y una porra, todo enharinado. Antes solía adoptarla figura de un marginal con los pantalones caídos y el pecho cubierto con algunos andrajos imitando a Cantinflas. El público de Serrano es muy conservador. No le gusta ver a tíos desarraigados, de modo que entonces no le echaban ni una peseta en el plato. En cambio, dos bocacalles más arriba, un competidor solía exhibirse como una estatua de oro, una especie de rey Midas, y los peatones no cesaban de arrojarle monedas. El mimo ahora estaba dos horas sin mover un párpado y ya había recaudado más de 1.000 pesetas, puesto que su figura de gendarme subida en el pedestal parecia un monumento que las joyerías, los establecimientos de lujo y los burgueses perfumados del distrito habían levantado en homenaje a las fuerzas de seguridad. El hecho ocurrió a, última hora de la tarde. Por supuesto, el mimo estaba completamente paralizado. Un individuo se detuvo ante él. Se acercó. Después de contemplarlo un rato, le dio con los nudillos en una rodilla. Aquel mimo en forma de policía de mármol ni siquiera movió una pestaña, pero de pronto el individuo le metió un zarpazo a la recaudación y salió corriendo. En ese momento, el mimo, que había permanecido inmóvil tanto tiempo en el pedestal, dio un salto increíble conmovido por un muelle. Este policía de mármol salió disparado detrás del ladrón, lo cazó en medio del paso de cebra recuperó la recaudación y acto seguido lo llevó del pescuezo hasta entregarlo a un policía municipal de carne y hueso. Realizado este servicio, el mimo volvió al pedestal y allí quedó de nuevo absolutamente paralizado.
MANUEL VICENT 23/11/1997
En una esquina de Serrano, un mimo que simulaba ser una estatua de mármol blanco se había plantado sobre un pedestal en la acera y los peatones que discurrian a esa hora por allí no se paraban a mirarlo, pero algunos le daban una limosna. El mimo estaba inmóvil. Esta vez se había disfrazado de policía por ver si cambiaba su suerte. Llevaba casco, casaca, polainas con espuelas y una porra, todo enharinado. Antes solía adoptarla figura de un marginal con los pantalones caídos y el pecho cubierto con algunos andrajos imitando a Cantinflas. El público de Serrano es muy conservador. No le gusta ver a tíos desarraigados, de modo que entonces no le echaban ni una peseta en el plato. En cambio, dos bocacalles más arriba, un competidor solía exhibirse como una estatua de oro, una especie de rey Midas, y los peatones no cesaban de arrojarle monedas. El mimo ahora estaba dos horas sin mover un párpado y ya había recaudado más de 1.000 pesetas, puesto que su figura de gendarme subida en el pedestal parecia un monumento que las joyerías, los establecimientos de lujo y los burgueses perfumados del distrito habían levantado en homenaje a las fuerzas de seguridad. El hecho ocurrió a, última hora de la tarde. Por supuesto, el mimo estaba completamente paralizado. Un individuo se detuvo ante él. Se acercó. Después de contemplarlo un rato, le dio con los nudillos en una rodilla. Aquel mimo en forma de policía de mármol ni siquiera movió una pestaña, pero de pronto el individuo le metió un zarpazo a la recaudación y salió corriendo. En ese momento, el mimo, que había permanecido inmóvil tanto tiempo en el pedestal, dio un salto increíble conmovido por un muelle. Este policía de mármol salió disparado detrás del ladrón, lo cazó en medio del paso de cebra recuperó la recaudación y acto seguido lo llevó del pescuezo hasta entregarlo a un policía municipal de carne y hueso. Realizado este servicio, el mimo volvió al pedestal y allí quedó de nuevo absolutamente paralizado.
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