domingo, 25 de mayo de 2008

LA COCINA

La cocina
MANUEL VICENT 25/05/2008

La buena cocina ha nacido de la escasez, incluso de la penuria, sin más aditivos que el hambre y la imaginación. Desde el paleolítico, las mujeres han permanecido siempre al pie de los fogones y han realizado el milagro de crear de la nada unos platos suculentos y variados. Pese a esto, apenas sí se recuerdan nombres de cocineras famosas en la historia. La alta cocina moderna ha invertido este prodigio. Ha convertido la abundancia de alimentos en nada. Puesto que ahora en el mercado hay de todo, el mérito está en hacer del exceso un arte conceptual. Gracias a este juego de manos algunos cocineros han alcanzado la celebridad de los más insignes artistas. Sus restaurantes parecen laboratorios de farmacia donde se elabora una comida basada en espumas y emulsiones muy propia para desdentados. En la puerta de esos restaurantes habría que colgar este cartel: "Prohibido entrar con hambre". Porque allí no se va a comer. Son centros de investigación de nuevos sabores y una vez sentado a la mesa lo más interesante es la forma en que el maître susurra los increíbles y metafóricos experimentos de la carta y la cara de alegría, de sorpresa o de idiota que pone el comensal sometido a ese banco de pruebas. Todo comenzó en los años setenta del siglo pasado cuando unos cocineros pedantes de Lyon se creyeron además literatos. Desde entonces las creaciones de la nueva cocina nunca han traspasado las paredes de los restaurantes. A ellos se accede como a un museo del paladar y no imagino a nadie comiendo una tortilla desestructurada o un sorbete de algas despechugado y gritando para que le pasen el porrón, mientras suena el acordeón bajo la parra en un banquete mediterráneo. En la Ciudad Prohibida de Pekín, cien cocineros comenzaban a preparar desde el amanecer para el emperador treinta bocados distintos servidos en platillos minúsculos, en los que se instalaba en cada uno un insólito sabor, hasta formar una sinfonía del gusto renovada todos los días. Nadie ha alcanzado nunca esta cima culinaria. De ese delirio deriva la nueva cocina cuya carta es un alarde de ciencia-ficción. Sólo que hoy el cocinero famoso es un monarca absoluto, tanto si da unas judías con chorizo muy populares como si ofrece raspas de sardinas caramelizadas de diseño.

domingo, 18 de mayo de 2008

ESTAFA

Estafa
MANUEL VICENT 18/05/2008

A la clase obrera hoy le basta con cerrar los ojos para soñar con el paraíso en la tierra. Al instante, en mitad de la frente comienzan a cimbrearse las palmeras de una playa de los mares del sur, la misma que aparece en un calendario editado por cualquier fábrica de embutidos. Muchos no comprenden todavía por qué vota a la derecha la gente de los suburbios de las grandes ciudades que se levanta a las seis de la mañana a trabajar hasta dejarse la piel sin más horizonte que seguir así hasta el final de sus días. Los autobuses, el metro y los cinco carriles de las autopistas vierten en el corazón de todas las urbes de Occidente un aluvión humano indefenso. A esa hora, recién salido del sueño, el cerebro se halla muy blando todavía y da entrada franca a todos los mensajes con los que es bombardeado de forma inmisericorde. Sobre la multitud de cabezas desamparadas en los andenes del suburbano resplandecen los paneles publicitarios. La marca de una crema se desliza por la piel de un cuerpo desnudo de belleza inaccesible que, no obstante, parece estar al alcance de la mano. Desde los vertederos industriales de las afueras se elevan sobre la extensión de coches atascados unas vallas con un rostro femenino en actitud de entrega cuyos labios entreabiertos ofrecen al automovilista la vaga promesa de huir con él un día al salir del trabajo. En la parada del autobús una chica de piernas largas o un joven de mandíbula cuadrada con los pectorales muy marcados se quedan siempre en tierra, pero desde el diorama acompañan al viajero con una mirada seductora hasta la primera curva y le mandan un mensaje a través de la ventanilla: si hoy trabajas muy duro, todo cambiará mañana. Esfumado el valor de la solidaridad, mucha gente, que se mata para salir adelante con una agonía tenaz, vota a la derecha porque espera ser como ella y su cerebro crea un horizonte de felicidad no muy distinto de las ofertas excitantes que emanan de los paneles publicitarios. En ellos cada promesa es un reto, una meta. Donde antes había ideas ahora sólo hay marcas. Donde antes había sentimientos ahora sólo hay sensaciones. La izquierda ha quedado en una difusa conciencia de rebelión colectiva frente a esa estafa.

domingo, 11 de mayo de 2008

ANTORCHA

Antorcha
MANUEL VICENT 11/05/2008

En las ruinas del templo de Hera, en Olimpia, una vez más los rayos del sol, a través de un espejo cóncavo, han encendido la antorcha olímpica y una cadena de atletas la está llevando alrededor del mundo desde Grecia hasta Pekín. En cada país por donde ha pasado hasta ahora ha iluminado a toda clase de miserias, pero también el poso de idealismo que aun queda en la humanidad. Esa llama tan pura deberá atravesar toda la basura del planeta antes de que arda finalmente en lo alto del pebetero. Este rito se estableció por primera vez en 1936 en los juegos olímpicos de Berlín, que fueron famosos porque Hitler abandonó la tribuna ante el triunfo del atleta negro Jesse Owens y se negó a entregarle las cuatro medallas de oro. Humeaba aún el sebo de esa antorcha olímpica, después de ser apagada, cuando cayeron sobre Europa cincuenta millones de cadáveres. En China son ejecutadas más de tres mil personas al año con un tiro en la nuca y las familias deben resarcir al Estado el valor de las balas, pero en Pekín, durante los juegos, se va a erradicar por decreto la contaminación para que entre aire puro en los pulmones de los atletas. Por su parte los monjes del Tibet ya han probado la antorcha olímpica en forma de estaca. En la antigua Grecia, los reyes de las ciudades y colonias, siempre en guerra entre ellos, establecían una paz obligada cada cuatro años y mandaban naves a Olimpia cargadas de poetas, artistas y atletas, a competir en la palestra. Allí les esperaba la multitud trufada de ladrones, tahúres, prostitutas y vendedores ambulantes presidida por Zeus, al cual los sacerdotes sacrificaban una hecatombe de bueyes rubios. Las cenizas eran depositadas en crateras de oro en la corriente del río Alfeo y los atletas vencedores, coronados con hojas de acebuche, las despedían con cánticos y versos. A continuación los griegos volvían a degollarse entre ellos. Entonces no había llama olímpica. El sol era la única antorcha. Los estetas anglosajones que reiniciaron los juegos al final del siglo XIX, tomaron directamente del sol de Olimpia la famosa llama cuya antorcha ilumina cada cuatro años desde lo alto del pebetero los ideales de belleza, sueños de paz, músculos y marcas antes de convertirse de nuevo en una estaca.

domingo, 4 de mayo de 2008

MÁS TOROS

Más toros
MANUEL VICENT 04/05/2008

Muchos admiradores de Joaquín Sabina y de Joan Manuel Serrat quedaron pasmados al verlos una tarde sentados en una barrera de la plaza de toros de Barcelona durante una corrida. En esta vida hay cosas que no encajan por muchas vueltas que les des. Uno puede imaginar a Serrat aplaudiendo a Pau Gasol o a Rafa Nadal y oír a continuación Paraules d'amor sin que se te rompa ningún esquema. Pero la profunda sensibilidad de esa canción está a mil años luz de un puyazo que hace correr la sangre del toro hasta la pezuña. A Serrat se le puede perdonar esta caída, dado el amor que se le tiene, siempre que sea por una vez y no más. Tampoco Sabina tiene el diseño taurino necesario para hacernos creer que le gusta más el toro en la plaza que en el estofado. Las corridas se dan a pleno sol y con moscas; en cambio, el enorme talento de Sabina es urbano y nocturno. Sus admiradores le verían mejor de madrugada acodado en la barra de un bar frente a una copa, con un cigarrillo en los labios; nunca con gafas negras, un puro en la boca y los antebrazos en la maroma del callejón. ¿Pero, qué diablos hacían estos dos pájaros en una corrida? A esa hora Sabina debería estar durmiendo, como siempre, para tener la noche fresca a su antojo, y Serrat en aquel momento, tal vez, se rascaba mucho porque le picaba todo. La estética de este país está cada día más alejada de esa fiesta. No creo que un torero pueda ser ya un héroe para un español moderno. Pese a la marea de puyazos, mugidos, estocadas, sangre y descabellos que se nos viene encima, ese mundo pertenece al pasado. La inmensa mayoría de los jóvenes españoles, aunque no sean deportistas, prefiere mil veces un enceste de Gasol que ver a un toro vomitando sangre o les emociona más un revés fulgurante de Nadal que contemplar cómo el torero levanta del rabo a la res caída en la arena. Una amiga argentina me llamó muy acongojada por teléfono para decirme que, haciendo zapping, había visto por un canal internacional a Serrat y a Sabina en una corrida de toros aplaudiendo. Le juré por mi honor que no eran ellos. Al final conseguí que se calmara. Después de insistir mucho la convencí de que había sido una pesadilla.