sábado, 18 de julio de 2020

EN CANAL

EN CANAL
19/07/2020

Llegó a España desde el exilio y el dictador a su muerte le regaló este país. Fue la primera donación a fondo perdido que recibió el rey Juan Carlos y por un azar de la historia hubo un tiempo en que el regalo funcionó. Era simpático, superficial, un poco ganso y atrabancado, que no paró de darse leñazos a lo largo de su vida. Siendo todavía príncipe partió con su crisma la puerta de cristal en una piscina; después, ya como rey, se ha roto toda clase de huesos, rótulas, pelvis, cadera, hasta llegar a la infausta cacería de elefantes en Botsuana, donde, con un ligero traspiés en una alfombra, esta vez se rompió mucho más que un hueso, puesto que en ese safari se quebró a sí mismo moralmente todo entero. De hecho, dejó de ser rey cuando, apoyado en una muleta, tuvo que pedir excusas, que no perdón, a sus ciudadanos, muy humillado, como un cazador cazado. No se sabe qué es peor, si el desprecio o la compasión que generó su aventura. Juan Carlos I ha pasado en varias ocasiones por el quirófano, pero ninguna operación quirúrgica ha sido tan peligrosa y encarnizada como la que está sufriendo hoy, en la que aparece abierto en canal ante la opinión pública. Todos los ciudadanos de este país son invitados cada día por los medios a la fiesta del desguace del rey que un día encarnó felizmente la democracia en España. Humano, demasiado humano. Sus impúdicas finanzas, que unen el dinero sucio a la codicia, al despilfarro y a la venganza entre amantes, se han convertido en un cáliz que los españoles no tenemos por qué apurar hasta las heces. No hay nadie que pueda resistir semejante descarga. Antes de que su conducta irresponsable acabe por pudrir del todo a la monarquía, alguien debería invitar cortésmente al rey emérito a volver al mismo exilio de donde llegó, puesto que este país, que le fue regalado, ya no es el suyo.


Juan Carlos I en el Palacio de la Zarzuela durante el juramento y toma de posesión del primer gobierno de Adolfo Suárez en julio de 1976.

REENCUENTRO

REENCUENTRO 
12/07/2020

Si después de muchos años un día regresas al mar de tu infancia tienes que saber que ese mar no te ha olvidado. Como un espejo familiar que guardara en su azogue toda la evolución de tu rostro a lo largo de la vida, así es el mar, una forma sustancial, siempre igual, siempre distinta, que se confunde con tu conciencia cuando lo contemplas sentado en el muelle de la bahía, como canta Otis Redding. Eres ese niño que ahora levanta los mismos castillos en la arena y llora al verlos una y otra vez derribados sin saber que esa es la primera lección de la historia. Eres ese chaval que bracea con furia contra todo el mar en una pelea muy dura como si nadar fuera una moral. Está todavía en esa playa aquella vanidad de un cuerpo juvenil insolente que te hacía sentir inmortal como los caballos que piafaban entre el oleaje, que al romper contra su cuerpo, los llenaba de espuma. “Hombre libre, siempre amarás el mar”, dice un verso de Baudelaire. En aquellos tiempos de la dictadura solo el mar era la libertad. Recuerdas aquella mañana en la playa en que sonaba el campanil del oratorio llamando a los feligreses a misa. Fue la vez en que decidiste que el mar, entonces tan limpio, tan azul, también era un dios verdadero con aroma a salitre y abrazarse a él bajo la luz del mediodía era un acto más religioso que arrodillarse ante un confesor que te amenazaba con el infierno en medio de la gloria del verano. Después de tantos años, por muchas vueltas que hayas dado por el mundo, ese mar siempre te tendrá en su memoria y pese a todas tus caídas nunca te va a condenar. Al final del confinamiento a causa de la peste en el reencuentro con el mar de tu niñez, sentado en el muelle de la bahía, ves ahora un navío que se aleja. Como parte de su carga puede que se lleve el recuerdo de aquella lejana felicidad y la moral de la lucha en una guerra de antemano perdida.






CONFINADO

CONFINADO
05/07/2020

Lo tenía todo, una tercera mujer con dos hijos adolescentes que parecían dos máquinas tragaperras, tenía un dúplex con terraza, un despacho financiero conectado con paraísos fiscales, un rifle con mira telescópica para matar venados, un monovolumen con un maletero capaz de transportar los palos de golf y también cualquier cadáver. A los 69 años tenía todo lo que podía desear en esta vida, salvo un sobrepeso que hacía saltar la aguja de la báscula. Una masajista diplomada le pasaba la garlopa por sus mantecas dos veces por semana y un dietista en nómina lo sometía en vano a distintas y crueles ensaladas. Era uno de esos gordos con mala conciencia que hunden el diván del psicoanalista, quien le decía: “Tienes confinado dentro de ti a un ser muy limpio que grita deseando huir, deja que escape y síguele a donde quiera que vaya”. El estado de alarma de la pandemia había concluido con la llegada del verano, un tiempo en que la gente trata de alargar el brazo agónico hacia el horizonte y sólo consigue atraparse por detrás los propios genitales. El psicoanalista le había advertido de que todos estamos habitados por los múltiples seres que hemos sido a lo largo de la vida, culpables o inocentes, y que se niegan a desaparecer. Tal vez ese otro yo que gritaba dentro de este hombre quería huir hacia una playa que no estuviera en el mapa donde esperaba reencontrarse con su primera inocencia, con aquella libertad de lobo estepario de cuando solo buscaba la belleza y la armonía de vivir. Puede que fuera aun aquel chaval de 16 años con su primer amor de verano o aquel joven comprometido con los ideales de la izquierda o aquel tipo solidario antes de que enredara en negocios que lo hicieron un sucio millonario. Uno de estos seres confinado en aquel cuerpo mantecoso es el que gritaba pidiendo auxilio, mientras el hombre tomaba tranquilamente una ensalada.


Dos personas con sobrepeso en un banco de Benidorm.

DÍAS DE IRA

DÍAS DE IRA 
28/06/2020

Ya se sabe, empiezas cometiendo un asesinato, sigues con un atraco a mano armada, después le robas la cartera a un ciego y al final acabas por no saludar al portero. Este saludo es el que marca ahora la corrección política y social, una forma de refinada tortura en la que intervienen a medias un puritanismo rampante y la idiotez más absoluta. Puestos a pasar la historia por la lima del siete, aquí no se salva nadie, empezando por Jehová y terminando por el tendero de la esquina. No se pueden juzgar con la sensibilidad de hoy los hechos crueles, fanáticos, visionarios que sucedieron hace cientos de años sin poner a toda la humanidad patas arriba. Vivimos tiempos en los que el profeta Isaías se pondría tibio con sus salmos, puesto que en medio de la peste se han instalado los días de la ira. Están a la vuelta de la esquina procesiones de disciplinantes como las del Séptimo Sello, en las que la verdad, usada como látigo, conduce el ganado humano mansamente al redil. En este momento están siendo abatidos de sus pedestales próceres de todas clases, descubridores, conquistadores, políticos y moralistas; muy pronto serán los literatos y artistas si sus libros, películas y pinturas no se adaptan al orden establecido. No hace falta remontarse a la época bizantina del emperador León III, quien mandó destruir todas las imágenes religiosas. Desde entonces los iconoclastas no han dejado de actuar. Si los talibanes de Afganistán dinamitaron los Budas de Bâmiyân, labrados en el siglo V, ¿por qué habría que escandalizarse si un día se destruye a martillazos el David de Miguel Ángel, a causa de sus gloriosos genitales? La historia todo lo tritura. En el futuro también nosotros seremos juzgados y declarados culpables, como gente insensible, tosca y brutal, por convivir con toda naturalidad con injusticias y hechos muy crueles sin que se nos indigestara la comida. 


"Una estatua de Cristóbal Colón, en el suelo tras ser derribada en Saint Paul (Minnesota) el 10 de junio." (Foto adjunta a la columna en el periódico)