domingo, 8 de junio de 2008

FICCIÓN

Ficción
MANUEL VICENT 23/05/1999

No se puede entender el siglo XIX sin la novela burguesa; ni el siglo XVIII sin el pensamiento de los enciclopedistas; ni el siglo XVII sin el teatro calderoniano; ni el siglo XVI sin los romances y los madrigales. Cada época tiene su propia expresión literaria que traba la realidad y la imaginación. De este modo no se podrá entender nada del siglo XX sin el cine y el periodismo. Ambos constituyen la gran ficción que hoy nos fabricamos. En el futuro quienes deseen saber cómo éramos los mortales en este zurrado final de milenio deberán releer nuestros periódicos y explorar el almacén de nuestras imágenes. En ese material encontrarán las pasiones que nos movían y los sueños que nos alimentaban, qué calidad tenían nuestros crímenes, cómo llorábamos y reíamos porque el periodismo junto con el cine es nuestra gran fantasmagoría. El hecho de que la información sea ya planetaria, instantánea y compulsiva crea un espejo imaginario que se rompe en mil pedazos cada día. Uno de esos vidrios cae en nuestra sopa de fideos, otro nos hiere el corazón pero en ellos el mundo se descompone y crea el mejor relato de la fantasía. Si ahora mismo nosotros ya no distinguimos los cadáveres reales de los muñecos animados ni podríamos jurar si Al Capone fue un asesino real o una creación de las sombras, a nuestros futuros exploradores les serán sumamente difícil descifrar las imágenes y distinguir lo que fue cine y lo que fue información, realidad o sueños. La gran comedia humana del siglo XX son los periódicos. Ésa es nuestra naturaleza literaria. Hoy a los turistas que atraviesan las ciudades en autobús se les muestran las aceras famosas donde se rodaron escenas de películas o acaecieron tragedias que resaltaron los periódicos. Aquí el ventilador del suburbano levantó la falda de Marilyn Monroe; desde este depósito de libros dispararon a John Kennedy; en esta esquina besó Woody Allen a Diane Keaton; en este túnel murió aplastada la princesa de Gales; en esta playa se rodó el desembarco de Normandía, ¿o fue un combate real? Aquí sucedió la guerra de Yugoslavia donde los misiles inteligentes al equivocarse aceptaban la responsabilidad humana. ¿O fue todo aquello sólo una película de vaqueros del Oeste? Esta confusión es nuestra literatura. También nuestra estética, que en el futuro servirá para entender nuestro mundo, uno de cuyos iconos será el sombrero del gánster Dillinger junto a su cadáver.

ESTRATEGAS

Estrategas
MANUEL VICENT 16/05/1999

He aquí una forma plástica de contemplar la guerra de Yugoslavia: Norteamérica bombardea el corazón de Europa ayudada por sus vasallos de la OTAN y bendecida por algunos intelectuales mamporreros. Comprendo que esta visión es demasiado impresionista y puede sonar a insulto, pero no es menor el agravio que tenemos que soportar los pacifistas cuando algunos intelectuales misileros, que tienen el instinto de colocarse siempre en el lado correctamente establecido, nos tachan de almas bellas en las que se apoya la tiranía. Vaya por delante que ninguno de estos intelectuales bombardeadores le va a ganar a uno en la condena del genocida Milosevic y de sus crímenes contra la humanidad, si bien ellos, en el subconsciente, sin duda desearían que estos crímenes fueran incluso más horribles todavía para que su conciencia pudiera digerir la ignominia de tantos inocentes muertos por las bombas de la OTAN. Tal vez están anhelando que se descubran innumerables fosas comunes repletas de niños masacrados por los serbios, ya que esta brutalidad les haría dormir en paz con su alma, que no es tan cándida, aunque sí más narcotizada. Odio la limpieza étnica pese a que pertenezco a una patria cuya supuesta esencia y unidad se han forjado durante ocho siglos limpiando su suelo de musulmanes. De niño me obligaron a cantar himnos para conmemorar una gran matanza entre hermanos. Los pacifistas estamos hechos a esta maldad. Pero algunos intelectuales, escritores y poetas líricos siempre se colocan del lado del más fuerte, hacen guardia en la mejor garita y desde allí dictaminan sin matices ni dudas quién es el bueno y quién es el malo. Si esta psicología rudimentaria que aplican a Milosevic y sus serbios la llevaran a su literatura, sus libros estarían repletos de personajes de cartón. Por mucho que se odie a Milosevic, un buen escritor no puede hacer con él una novela mala. Ahora empieza a ser un buen espectáculo comprobar cómo estos intelectuales mamporreros, ante el absurdo cruento e inútil de los bombardeos de la OTAN, tratan de quitarse el cepo y escurrir el bulto. Pronto el espectáculo será más patético aún. Cuando la paz de Yugoslavia se vislumbre y al fracaso de la guerra se una el pasteleo diplomático, se podrá ver a estos intelectuales corriendo entre los escombros en busca, una vez más, del lado bueno para darnos desde allí otra vez sus implacables lecciones.

PRIMAVERA

Primavera
MANUEL VICENT 04/04/1999

En primavera todo resucita: Dios, los espárragos, los cadáveres mal enterrados, los delitos que uno cometió hace 10 años, los amores olvidados, los revólveres arrojados al pantano, la flor de los almendros. En primavera todo cambia de sitio: los antiguos pacifistas adoran los bombardeos, los neonazis se conmueven ante los genocidios, la OTAN encarna ahora el pensamiento sanguinariamente correcto, los misiles llevan fecha de caducidad como los yogures y hay que consumirlos porque la industria de la guerra viene empujando y tiene los armarios llenos de pepinos de acero hasta rebosar. En primavera sube la dinamita en forma de savia a los cerebros de los violentos. Si en el cielo hubiera autobuses, allí se organizarían excursiones de fin de semana al infierno. Los bienaventurados irían a visitar el fuego eterno y bailarían a su alrededor el chachachá como hacen los jubilados en Benidorm. Antes de resucitar la semilla se tiene que pudrir, lo mismo que cualquier redentor debe bajar a las tinieblas del averno antes de saltar de la tumba como el tapón de una botella de champaña. La esencia de la primavera es la confusión de la sangre y de las ideas. Nunca una pascua florida ha producido tanta turbiedad en la mente. En esta guerra de la OTAN contra Yugoslavia nadie sabe dónde está el cielo y el infierno, salvo algunos intelectuales de pensamiento binario que dividen el mundo en buenos y malos, pero en Kosovo las multitudes huyen a la vez de las bombas y de los cuchillos porque el odio está allí muy mezclado y va desde el avión invisible F-117 hasta el tenedor con que se sacan los ojos unos vecinos que la semana pasada se pedían el perejil. Frente al horror de la limpieza étnica está el espanto del bombardeo sobre los inocentes. Para salvar su conciencia los partidarios de este tornado de hierros insisten en fabricar un demonio cada vez más cruel y tratan de arrojarlo desde el campanario como una cabra para que purgue las culpas de todos. Quienes estamos contra los bombardeos de la OTAN creemos que alguien nos miente profundamente al explicarnos la causa de tanta maldad humana. Muchos se escandalizan de que esa crueldad suceda en el corazón de Europa, a un par de horas en avión. En realidad acontece mucho más cerca. Ese odio dormido está dormido dentro de cada uno de nosotros y sube hasta el cerebro de forma confusa como la savia de primavera.

MÚSCULOS

Músculos
MANUEL VICENT 14/03/1999

El esfuerzo sobrehumano que está realizando la mujer moderna por conquistar sus derechos tal vez alcanzará la victoria definitiva en el próximo siglo. Si hoy el poder que detenta un ejecutivo es aún directamente proporcional a la longitud de las piernas de su secretaria, en el futuro será la calidad de los músculos masculinos, la evidencia de su paquete genital, su disposición a ejercer de penetrador al minuto lo que determinará que el hombre encuentre rápida colocación cuando las mujeres liberadas ocupen los altos despachos. Se supone que entonces todos los chicos tendrán dos carreras, sabrán cuatro idiomas y habrán hecho un curso en Harvard. Solo los hará diferentes un cuerpo más o menos espléndido, como sucede con las chicas preparadas que acuden ahora a una entrevista para conseguir un puesto de trabajo. El físico de la mujer todavía es catalogado por la mirada inseminadora que anida en el inconsciente de los jefes. Este darwinismo cruel de la belleza femenina puesede contemplarse en oficinas, bancos y ministerios. A medida que uno sube a cualquier planta noble y se adentra en el núcleo del poder las azafatas y secretarias son más fascinantes. En ese trayecto se ha producido una selección natural casi caballar, de modo que las formas femeninas se han ido depurando hasta alcanzar la perfección de las medidas de oro y con ellas inundan ese ámbito hermético donde se establecen insonoras dentelladas de tiburón mientras se libra a la vez una batalla entre la seducción de las que obedecen y el polen de los que mandan. Cuando las mujeres en el futuro sustituyan a los hombres en los puestos de decisión, cosa que va a suceder en el sigo XXI, ellas estarán sentadas detrás de la mesa y los secretarios y otros subalternos serán valorados por las horas que hayan dedicado al gimnasio. De acuerdo, le dirá la ejecutiva moderna a ese tipo que pide trabajo, tiene usted un gran expediente pero aparte de su alta preparación, ¿está usted dispuesto a acompañarme este fin de semana al Caribe y a meterse conmigo en la cama? ¡Ah! ¿que quiere usted a su novia? Entonces váyase a tomar por el saco. En el futuro el hombre tendrá que estar siempre en forma, maquillado y disponible. La competencia será terrible. Cuando, recibida la orden, ellos abandonen el despacho, ellas desde el sillón también observarán la calidad de su trasero. Y de él harán grandes proyectos.

LA DERECHA

La derecha
MANUEL VICENT 31/01/1999

No está bien visto hablar de política en determinadas alturas. A medida que uno asciende por los despachos empresariales va notando que la derecha se vuelve insonora, educada, voraz, con olor a lavanda, servida por ejecutivos que no llegan a los 40 años, técnicos en economía, educados en el extranjero, expertos en arrear bocados de tiburón sonriendo y que en lugar de matar venados o marranos en las monterías, como los ejecuta todavía la derecha clásica, se van a un país exótico los fines de semana a practicar un deporte de moda y vuelven los lunes por la mañana, feroces y soleados, hablando de abductores, gemelos y abdominales, y al pie de los ordenadores, estos hombres de músculos se mezclan con el índice Nikkei o Dow Jones, con marcas de palos de golf, con direcciones de nuevos restaurantes. De los periódicos sólo leen las páginas color salmón; se estremecen ante las declaraciones del ministro de Economía; les conmueve el producto nacional bruto, pero no el índice del paro, ni las catástrofes de la naturaleza, huracanes, terremotos o hambrunas, salvo que sean cataclismos monetarios que puedan arruinar las inversiones propias y hundir los mercados financieros. Son de derechas con la misma naturalidad con que respiran y no tienen necesidad de demostrarlo; por eso no pronuncian nunca, ni para bien ni para mal, los nombres de Aznar o de Borrell, de Jospin, de Blair, de Clinton o de cualquier otro político. Simplemente los ignoran. A esa altura de despacho empresarial o monetario se da por supuesto que los políticos están ahí sólo a su servicio. El avión del Estado debe volar por el centro de la política para evitar turbulencias, y mientras el aparato no se mueva, estos jóvenes ejecutivos liberales se dedican a la carnicería sin perder el olor a lavanda. En cierta ocasión acompañé a una joven aristócrata a pasear a su perro. Se nos acercó un mendigo. Al verlo así, andrajoso y con la mano tendida, aquella joven educada en un internado de Suiza se refugió en mis brazos sorprendida y exclamó: "¿Qué le pasa a este señor?". En los años setenta, el poeta maldito Carlos Oroza se hallaba en la habitación de un hotel en brazos de una mujer muy fina de Serrano y de pronto se oyeron gritos de una manifestación de obreros en la calle. "¿Qué sucede ahí abajo?", preguntó. El poeta contestó: "Nada, tranquila, es sólo una cosa de pobres". Así vuelve a ser la nueva derecha ahora.

LA ESQUINA

La esquina
MANUEL VICENT 08/06/2008

Cuanto más dinero le das, más te fustiga; cuanto más te fustiga, más dinero le das para ver si se amansa. Esto no es una charada, sino la actitud que mantiene el Gobierno socialista con la Iglesia católica, a la que teme como al diablo y no sin razón. En las tertulias de café siempre hay un anticlerical exaltado que da con la solución. A los obispos hay que plantarles cara de una vez, el concordato con el Vaticano debe ser denunciado sin más. Según su opinión, la retirada del suministro es el único lenguaje que entiende la Iglesia. El Estado sólo se alimenta de prestigio y si lo pierde, desaparece. A ver quién gana. La mayoría aplaude esta teoría, pero alguno más moderado trata de aplacar los ánimos. La Iglesia en España tiene mucho poder todavía, dice. En realidad es la propietaria de nuestro cerebro límbico donde residen todas las emociones que nos han sido inoculadas antes del uso de razón, el bien y el mal, el cielo y del infierno, el miedo a la muerte, los dogmas del catecismo, las patrias, los símbolos y las banderas, todo amasado con los aromas, sonidos y sabores de los sentidos en estado de naturaleza cuando la inteligencia aún no se había desarrollado. Ese disco duro es el que la Iglesia transmite a través de la educación, un bocado que no está dispuesta a soltar por mucho que los socialistas, como la zorra de la fábula, ensalcen al cuervo para tratar de que abra el pico y le caiga la longaniza. La discusión de la tertulia deriva en saber si la Iglesia en España forma parte sustancial de la derecha más reaccionaria o sólo trata de defender sus privilegios, si ocupa el centro de la sociedad o sólo esa esquina, que el jefe de la oposición quiere abandonar. Cualquier ciudadano razonable desearía para este país una derecha moderna, europea, culta y sin sebo, capaz de oponerse con rigor al Gobierno, preparada para una alternancia en el poder, pero esta aspiración lógica parece inalcanzable dada la furia con que tratan de impedirlo los reaccionarios desde la famosa esquina, que ha sido tomada como un bastión por una amalgama de obispos a medias con la derecha radical. Esquinado se dice del individuo malintencionado, aplicable también a aquel que trata de quitarte la cartera en el nombre de Dios o de la patria.

domingo, 1 de junio de 2008

SONRISAS

Sonrisas
MANUEL VICENT 01/06/2008

Los poderosos están condenados a pasarse la vida viendo dentaduras. A fin de cuentas el éxito no es más que eso: contemplar cómo te sonríe todo el mundo y no cesa nunca de enseñarte las muelas. Hay sonrisas de conejo que sólo muestran tímidamente los dientes incisivos; otras ponen al descubierto también los caninos; otras llegan hasta los premolares y finalmente, cuando el subordinado se entrega por completo al poderoso, le descubre las treinta y dos piezas dentales incluyendo las prótesis, los puentes, las encías, el paladar y la campanilla que baila en el fondo del gaznate. Desde que se levanta hasta que se acuesta, el poderoso no hace sino generar alrededor sonrisas de sumisión, de gratitud, de interés, de codicia o de traición. Sólo los muy resabiados aciertan a distinguir a simple vista qué clase de pasión se esconde detrás de cada dentadura abierta, lo mismo que el dentista adivina enseguida la muela averiada con sólo pasar un espejo por el interior de la boca. Cualquier mortal nace entre sonrisas, pero a medida que crece, aquellas que recibió de niño en la cuna de forma gratuita, debidas al amor de la familia, comienzan a apagarse y a determinada edad desaparecen del todo. Hay gente con mala fortuna que a lo largo de su vida sólo verá los colmillos del jefe cuando le gruña como un mastín; en cambio, algunos privilegiados serán recibidos con una rueda de dentaduras resplandecientes a dondequiera que vayan, algo que sucederá ineludiblemente mientras tengan éxito o poder. Aquí radica el nudo de la cuestión. Los grandes artistas arden en la hoguera de la propia vanidad y las sonrisas sirven para avivar las llamas. Los banqueros han aprendido por instinto a conocer a los tiburones y cocodrilos que se acercan sonriendo a su despacho. Son de la misma especie y saben cómo defenderse. Pero no ocurre lo mismo con los líderes políticos, que en este sentido son seres indefensos. En el poder o en la oposición están condenados a contemplar a su alrededor más dentaduras que un dentista y al final corren el riesgo de no saber distinguir las auténticas de las postizas. Un político inteligente es aquel que desde el primer momento descubre la sonrisa que desarrollará los colmillos de Drácula a la espera morderle la yugular un día.