domingo, 18 de enero de 2009

LOS JUECES

Los jueces
MANUEL VICENT 18/01/2009

En general un juez es una persona, hombre o mujer, que recién terminada la licenciatura de Derecho, alrededor de los 22 años, no tiene demasiado claro por donde va a orientar su vida. Piensa que podría hacer oposiciones a notarías o a abogacía del Estado, pero si en ese momento le hubiera tocado el gordo de Navidad con una gran descarga de millones tal vez habría montado un bar o una granja de pollos. Salvo raras excepciones, el recién licenciado se decidió a opositar a judicatura por una razón coyuntural, en cualquier caso muy alejada de la vocación sagrada de enderezar los torcidos senderos del mundo a través de la justicia. Puede que necesitara colocarse a como diera lugar, apremiado por la pareja que quería casarse o trató de complacer a su padre, que también pertenecía a la carrera o simplemente se lo jugó a los chinos con los compañeros de la facultad. De hecho, le parecía más fácil ser juez que notario porque la de juez o fiscal era una oposición que se convocaba todos los años con muchas plazas. Se encerró en casa a cal y canto hasta cebarse con cuatrocientos temas del programa sin enterarse de las pasiones que se cocían en la calle, salvo lo que oía por la ventana, y un buen día soltó como un papagayo ante un tribunal la retahíla de artículos del código que había deglutido y de no ser nadie, sin que el elector lo llamara con su voto, pasó por oposición a formar parte de uno de los tres poderes del Estado, el cual le regaló la potestad de meterle a usted en la cárcel o de llevarlo al patíbulo si hubiera pena de muerte. Nadie del tribunal le preguntó a aquel lejano opositor, que hoy por simple escalafón habrá llegado a lo más alto de la magistratura, si era demócrata, beato, conservador o autoritario, pero es evidente que el Estado tiene desprotegido ese flanco por donde puede colarse con ciertas mañas toda clase de enemigos políticos. Aparte de pertenecer a un estamento corporativo lleno de triquiñuelas jurídicas capaces de trabar la maquinaria del gobierno por pura ideología, aquellos opositores pelanas cuyo cargo es vitalicio, pueden sentar en el banquillo al presidente de la nación, decir la última palabra a la hora de interpretar la Constitución e incluso dar un golpe de Estado. Estamos en sus manos.

domingo, 11 de enero de 2009

EL ODIO

El odio
MANUEL VICENT 11/01/2009

Cuando termine la matanza actual, el odio sucio que quede en el aire será el arma de más largo alcance en esta guerra perpetua entre Israel y Palestina. El tiempo no cuenta. Tarde o temprano estos niños de Gaza destrozados en las escuelas, los heridos rematados por bombas de racimo en los propios hospitales, las casas y mezquitas destruidas con decenas de muertos cada día fermentando bajo los cascotes, trabajo ejecutado a la perfección por el ejército israelí, uno de los más poderosos del mundo, no harán sino ahondar el pozo negro en el que se van a sepultar todos, las víctimas y los verdugos, los vencedores y los vencidos. Para saber lo vulnerable que se siente Israel, no hay más que ver con qué extrema saña, pareja a la agonía, ataca a un pueblo hacinado en la miseria, desesperado y prácticamente indefenso. Convertido en una maquinaria de guerra, con la precisión de una garra de tigre, el ejército hebreo responde a las estúpidas provocaciones de los fanáticos de Hamás con una demoledora lluvia de acero sobre Gaza para cobrarse los cadáveres al ciento por uno, que es el rédito prometido por Yavhé a los suyos. Pero no se trata de ningún triunfo. De hecho, la inseguridad radical del estado de Israel es también nuestro propio riesgo, no exento de culpa. Como el odio de los humillados es el arma de más largo alcance, cualquiera de nosotros un día puede saltar por los aires mientras esté comiendo chuletas en un asador de Madrid o tomando una copa en un café de París o de Nueva York. Si se dejan a un lado las disquisiciones de los analistas acerca de este conflicto enquistado, lo cierto es que uno no podría vivir hoy con una mínima dignidad si no denunciara este exterminio perpetrado por los israelíes contra el pueblo palestino, aunque solo sea para no despreciarse ante el espejo al afeitarse. A cualquier cataclismo de la naturaleza le sigue el silencio de Dios, que nunca reivindica a miles de muertos. Ningún creyente se escandaliza. Pero la matanza indiscriminada que Israel impone a la población civil de Gaza es una catástrofe moral y callar, escurrir el bulto, buscar motivos para justificarla no deja de ser una bajeza. Por otra parte, Israel nunca podrá vencer con las armas. Sólo la paz duradera será su gran victoria.

domingo, 4 de enero de 2009

EL TIEMPO

El tiempo
MANUEL VICENT 04/01/2009

El tiempo no existe. El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada. Después de Reyes, un día notarás que la luz dorada de la tarde se demora en la pared de enfrente y apenas te des cuenta será primavera. Ajenos a ti en algunos valles florecerán los cerezos y en la ciudad habrá otros maniquíes en los escaparates. Una mañana radiante, camino del trabajo, puede que sientas una pulsión en la sangre cuando te cruces en la acera con un cuerpo juvenil que estalla por las costuras, y un atardecer con olor a paja quemada oirás que canta el cuclillo y a las fruterías habrán llegado las cerezas, las fresas y los melocotones y sin saber por qué ya será verano. De pronto te sorprenderás a ti mismo rodeado de niños cargando la sombrilla, el flotador y las sillas plegables en el coche para cumplir con el rito de olvidarte del jefe y de los compañeros de la oficina, pero el gran atasco de regreso a la ciudad será la señal de que las vacaciones han terminado y de la playa te llevarás el recuerdo de un sol que no podrás distinguir del sol del año pasado. El bronceado permanecerá un mes en tu piel y una tarde descubrirás que la pared de enfrente oscurece antes de hora. Enseguida volverán los anuncios de turrones, sonará el primer villancico y será otra vez Navidad. La monotonía hace que los días resbalen sobre la vida a una velocidad increíble sin dejar una huella. Los inviernos de la niñez, los veranos de la adolescencia eran largos e intensos porque cada día había sensaciones nuevas y con ellas te abrías camino en la vida cuesta arriba contra el tiempo. En forma de miedo o de aventura estrenabas el mundo cada mañana al levantarte de la cama. No existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio sin resbalar sobre la memoria que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria. Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina. Que te pasen cosas distintas, como cuando uno era niño.

domingo, 28 de diciembre de 2008

CONCIERTO

Concierto
MANUEL VICENT 28/12/2008

Recordar sin desgarro ni melancolía, suave y armoniosamente, las cosas agradables que te hayan sucedido este año, como quien sale al huerto de atrás a recoger los frutos que ha dado cada estación, puede ser un ejercicio necesario de supervivencia cuando todo parece que se desmorona a tu alrededor. No pasa nada por ponerse tierno alguna vez. Al fin y al cabo a Bogart se le perdonó que se emocionara al oír de nuevo el piano de Sam. Pese a todo, no se te habrán negado ciertos momentos de felicidad en medio de la ruina general. El placer de la lectura de un libro apasionante durante una convalecencia te recordó aquellos días de la niñez en que el sopor de la fiebre se llenaba de piratas y aventureros. Seguramente habrá habido también este año algunas mañanas de primavera en que te has sentido feliz sin saber por qué, tal vez porque te bastaba con que el sol estuviera en la ventana para salir a pasear y que te obedeciera tu perro. Tampoco habrás olvidado el viaje que hiciste durante el verano. Abriste el mapa, señalaste un punto azul y de la yema del dedo surgió una ciudad, una isla, una playa unida al nombre de una amiga, de un compañero, de un viejo o nuevo amor con el que te pusiste en camino. Dulces fueron aquellas tardes en que la discusión acalorada se estableció en torno a una copa sobre el tema que no importaba nada, salvo el gusto por llevar la contraria para demostrar que te sentías vivo y en plena forma con toda la inteligencia bombeando sangre en las sienes y después sucedía el silencio con un poco de música en la que siempre estabas de acuerdo. Probablemente habrán sucedido algunos desastres en tu vida. El puesto de trabajo sigue estando en el aire, te han rechazado algunos proyectos en los que te habías embarcado, la desconfianza que genera la crisis ha terminado por calarte los huesos y parece que en el horizonte se ha instalado un muro que no vas a poder saltar. Pero la vida es como un concierto de Mozart en que las malas noticias hay que recibirlas en el interludio. Cualquier golpe duro en ese momento puede ser diluido en la memoria con el movimiento más excelso de la partitura que has oído y después quedará la segunda parte para que un solo de clarinete te haga olvidar por un instante cualquier desgracia.

domingo, 21 de diciembre de 2008

MAFIAS

Mafias
MANUEL VICENT 21/12/2008

Coinciden estos días en la cartelera dos películas sobre la mafia. Una trata de la mafia de calzoncillos sucios, compuesta por toda esa morralla humana que se mueve por los barrios devastados de Nápoles buscándose la vida entre revólveres con hedor a herrumbre, prontos a soltar plomo contra cualquier pequeña banda rival que les dispute la parte de la longaniza que les corresponde. Se llama Gomorra. La otra se refiere a la mafia de la alta política italiana establecida entre tafetanes y reclinatorios alrededor del viejo líder de una Democracia Cristiana entreverada de banqueros, cardenales y refinados asesinos. Se llama Il Divo, sobrenombre con que se conocía a Giulio Andreotti. Aunque no es lo mismo una pobre rata de la Camorra cebada de cocaína hasta el rabo, cosida a balazos al pie de un basurero de extrarradio que un banquero divinamente ahorcado en un puente de Londres, ambas películas son complementarias. La diferencia sólo está en la caspa. Un elegante cardenal adorna con su púrpura la mesa de un magnate donde cualquier crimen se desencadena mediante un guiño. Un rústico con chaleco y la gorra ladeada metido en un gallinero da órdenes a la organización de la Cosa Nostra con versículos del Eclesiastés. Cada mafia tiene su estilo y su música. Al contrario de lo que sucede en cualquier episodio de la mafia siciliana en que nunca deja de sonar un aria de Verdi que hace llorar a los matarifes, en la película de la Camorra no se oye ni una simple tarantela. Aquí no hay glamour sino barrigas sudadas. Su única música la producen las pistolas roñosas y los escapes de las motos cabalgadas por los sicarios. En cambio, la música de la Democracia Cristiana la constituyen los pasos blandos sobre las alfombras, las puertas de madera noble de los despachos, las frases cínicas que se ahogan en los terciopelos, el silencio mortal que sigue al crimen de Estado, el sonido que produce en la mejilla de Andreotti el beso del padrino Totó Riína. A esta gente tan fina le basta media jaculatoria precedida por un disparo para convertirte en un excelente cadáver. Lo dijo Michael Corleone: "He tratado de regenerar mis negocios, pero cuanto más alto he subido en la escala social más mierda he encontrado".

lunes, 15 de diciembre de 2008

DISPARO

Disparo
MANUEL VICENT 14/12/2008

Ante la crisis actual sólo cabe una actitud sensata, aunque poco gallarda: la misma que adoptan los futbolistas cuando el árbitro ordena cerca del área un tiro a puerta. Los jugadores contrarios forman una barrera, pero más allá de la posibilidad de que se produzca el gol o de que el portero pare el balón, cada uno se protege con las manos los genitales para que el disparo no se los aplaste. Así hay que afrontar la crisis y después Dios dirá. Pero cualquier cosa que uno crea que ha dicho Dios, es falsa, como afirmó un sabio sufí. Lo mismo podría afirmarse de la física cuántica porque, según el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, en el mundo microscópico la acción del observador altera por sí misma el sistema observado. Si este principio se aplica a la filosofía resulta que la famosa frase de Descartes pienso, luego existo, no resuelve la duda metódica, puesto que nuestra existencia cambia por el hecho de pensarla. Si se aplica al periodismo una noticia pierde veracidad por el hecho de publicarla. Si se aplica a la política la opinión de un líder nunca es auténtica ya que su sentido se modifica por el hecho de pronunciarla. Si se aplica a la economía ningún pronóstico sirve de nada porque el propio dictamen del experto distorsiona el problema por el hecho de formularlo. Si Dios, la física cuántica y la economía no permiten que ningún analista, aun tratándose de un profesional muy solvente, acierte en la diana, no quiera usted saber el desastre que se produce cuando el teólogo es un fanático, el filósofo un estúpido, el periodista un golfo, el político un corrupto y el economista un ignorante, algo muy habitual. En este supuesto en lugar de dar en las proximidades de la diana, la flecha puede perderse en las nubes o atravesar el pie del que la dispara. Contra la ley de la óptica los problemas se ven más grandes de lejos que de cerca, de modo que cualquier opinión que se refiera a la próxima hecatombe nunca será acertada. Ésta es la base del optimismo antropológico. Nadie puede demostrar de antemano que el disparo a puerta llegará a la red o lo parará el portero. Ante esta incertidumbre sólo queda una actitud: protegerse los genitales con las manos para que no salten por los aires.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

DEGRADANTE

Degradante
MANUEL VICENT 07/12/2008

Si en cualquier aeropuerto del mundo me obligan a quitarme el cinturón con el riesgo de que se me caigan los pantalones; si además tengo que pasar descalzo por el escáner como si entrara en una mezquita; si el altavoz repite continuamente que vigile mi equipaje de mano para que nadie coloque en él una bomba; si cada vez que se sienta a mi lado en el avión un individuo con rasgos árabes pienso que voy a saltar por los aires, debo deducir que esta paranoia es parte sustancial de la victoria de Bin Laden. Uno soporta esta humillación en beneficio de la propia seguridad y la de todos. Hasta aquí nada que objetar, salvo que estas normas extraen de nuestra pobre alma lo que en ella hay de oveja churra o merina. Pero en esta guerra existe otra degradación más alarmante. En la civilización occidental los derechos humanos han sido arduamente conquistados a lo largo de la historia. El Habeas Corpus del imperio romano, la Carta Magna que el rey Juan sin Tierra otorgó a los nobles ingleses en el siglo XIII, la Declaración de Independencia y la Constitución Norteamericana, la Revolución Francesa han sido hitos de un duro camino lleno de sangre hacia la justicia y la libertad. Como meta de esta conquista del espíritu, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas se proclama que nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos y degradantes. Más que en los misiles, la fortaleza de nuestra civilización se funda en esta lucha idealista por la dignidad. Si el terror de unos islamistas fanáticos nos impulsa a meter en jaulas en Guantánamo a prisioneros como si fueran animales, si en la prisión de Abu Ghraib, en Irak, los soldados norteamericanos usan perros para vejar sexualmente a presos desnudos, si un Gobierno español acepta que hagan escala en nuestro territorio aviones cargados de prisioneros que serán torturados, está claro que Bin Laden está ganando la partida, puesto que nos obliga a abdicar de la raíz histórica que nos había hecho indestructibles. El Habeas Corpus, la Carta Magna, la Constitución Norteamericana, la Revolución Francesa es hoy papel de váter. Uno se quita ese cinturón y se le caen los pantalones.