martes, 4 de agosto de 2020

LA MIRADA

LA MIRADA
26/07/2020

Después de un año, al abrir las ventanas para que se oree la vieja casa de verano, te envuelve el aire dulzón que expelen los muebles, los libros, los visillos, los armarios, la cocina, con un sabor familiar que no te ha abandonado. La imagen del tiempo se halla en esa cesta donde habían quedado olvidados algunos periódicos y revistas. Sus titulares se refieren al encono político entre partidos, a algunas tragedias y escándalos, que eran noticia el verano pasado. Este invierno ha habido duros temporales, algunos muy aciagos, que habían destruido gran parte de la costa. Sobre los titulares de esos periódicos viejos se ha posado un moho amarillo y de las catástrofes meteorológicas apenas quedan vestigios. Aquellos sucesos te parecen inanes y ligeros frente a la gran pandemia que asola hoy al mundo entero. Así ha rodado también el tiempo sobre tu rostro. Después de un año, el espejo del cuarto de baño, testigo de cargo de tus éxitos y fracasos, guarda todavía la imagen que le dejaste al terminar las vacaciones en septiembre de regreso a la ciudad, pero ahora con la boca y la nariz tapados para que el virus no te mate, el espejo solo puede reconocerte por los ojos, como sucede también entre las personas. Cuando alguien se acerca a hablarte te preguntas a quién pertenece ese medio rostro cubierto por la mascarilla. Recuerdas el aforismo de Antonio Machado: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”. Ahora deberás adivinar en los demás la alegría, el miedo, la sorpresa que expresa su mirada, limpia o sucia, oscura, verde o azul. Aunque las noticias de la peste un día se cubran también de moho en los periódicos olvidados en la cesta del tiempo, puede que esta tragedia nos haya enseñado a mirar con nuevos ojos la vida. El poder de la mirada será, tal vez, en el futuro la gran aportación cultural de esta pandemia.


sábado, 18 de julio de 2020

EN CANAL

EN CANAL
19/07/2020

Llegó a España desde el exilio y el dictador a su muerte le regaló este país. Fue la primera donación a fondo perdido que recibió el rey Juan Carlos y por un azar de la historia hubo un tiempo en que el regalo funcionó. Era simpático, superficial, un poco ganso y atrabancado, que no paró de darse leñazos a lo largo de su vida. Siendo todavía príncipe partió con su crisma la puerta de cristal en una piscina; después, ya como rey, se ha roto toda clase de huesos, rótulas, pelvis, cadera, hasta llegar a la infausta cacería de elefantes en Botsuana, donde, con un ligero traspiés en una alfombra, esta vez se rompió mucho más que un hueso, puesto que en ese safari se quebró a sí mismo moralmente todo entero. De hecho, dejó de ser rey cuando, apoyado en una muleta, tuvo que pedir excusas, que no perdón, a sus ciudadanos, muy humillado, como un cazador cazado. No se sabe qué es peor, si el desprecio o la compasión que generó su aventura. Juan Carlos I ha pasado en varias ocasiones por el quirófano, pero ninguna operación quirúrgica ha sido tan peligrosa y encarnizada como la que está sufriendo hoy, en la que aparece abierto en canal ante la opinión pública. Todos los ciudadanos de este país son invitados cada día por los medios a la fiesta del desguace del rey que un día encarnó felizmente la democracia en España. Humano, demasiado humano. Sus impúdicas finanzas, que unen el dinero sucio a la codicia, al despilfarro y a la venganza entre amantes, se han convertido en un cáliz que los españoles no tenemos por qué apurar hasta las heces. No hay nadie que pueda resistir semejante descarga. Antes de que su conducta irresponsable acabe por pudrir del todo a la monarquía, alguien debería invitar cortésmente al rey emérito a volver al mismo exilio de donde llegó, puesto que este país, que le fue regalado, ya no es el suyo.


Juan Carlos I en el Palacio de la Zarzuela durante el juramento y toma de posesión del primer gobierno de Adolfo Suárez en julio de 1976.

REENCUENTRO

REENCUENTRO 
12/07/2020

Si después de muchos años un día regresas al mar de tu infancia tienes que saber que ese mar no te ha olvidado. Como un espejo familiar que guardara en su azogue toda la evolución de tu rostro a lo largo de la vida, así es el mar, una forma sustancial, siempre igual, siempre distinta, que se confunde con tu conciencia cuando lo contemplas sentado en el muelle de la bahía, como canta Otis Redding. Eres ese niño que ahora levanta los mismos castillos en la arena y llora al verlos una y otra vez derribados sin saber que esa es la primera lección de la historia. Eres ese chaval que bracea con furia contra todo el mar en una pelea muy dura como si nadar fuera una moral. Está todavía en esa playa aquella vanidad de un cuerpo juvenil insolente que te hacía sentir inmortal como los caballos que piafaban entre el oleaje, que al romper contra su cuerpo, los llenaba de espuma. “Hombre libre, siempre amarás el mar”, dice un verso de Baudelaire. En aquellos tiempos de la dictadura solo el mar era la libertad. Recuerdas aquella mañana en la playa en que sonaba el campanil del oratorio llamando a los feligreses a misa. Fue la vez en que decidiste que el mar, entonces tan limpio, tan azul, también era un dios verdadero con aroma a salitre y abrazarse a él bajo la luz del mediodía era un acto más religioso que arrodillarse ante un confesor que te amenazaba con el infierno en medio de la gloria del verano. Después de tantos años, por muchas vueltas que hayas dado por el mundo, ese mar siempre te tendrá en su memoria y pese a todas tus caídas nunca te va a condenar. Al final del confinamiento a causa de la peste en el reencuentro con el mar de tu niñez, sentado en el muelle de la bahía, ves ahora un navío que se aleja. Como parte de su carga puede que se lleve el recuerdo de aquella lejana felicidad y la moral de la lucha en una guerra de antemano perdida.






CONFINADO

CONFINADO
05/07/2020

Lo tenía todo, una tercera mujer con dos hijos adolescentes que parecían dos máquinas tragaperras, tenía un dúplex con terraza, un despacho financiero conectado con paraísos fiscales, un rifle con mira telescópica para matar venados, un monovolumen con un maletero capaz de transportar los palos de golf y también cualquier cadáver. A los 69 años tenía todo lo que podía desear en esta vida, salvo un sobrepeso que hacía saltar la aguja de la báscula. Una masajista diplomada le pasaba la garlopa por sus mantecas dos veces por semana y un dietista en nómina lo sometía en vano a distintas y crueles ensaladas. Era uno de esos gordos con mala conciencia que hunden el diván del psicoanalista, quien le decía: “Tienes confinado dentro de ti a un ser muy limpio que grita deseando huir, deja que escape y síguele a donde quiera que vaya”. El estado de alarma de la pandemia había concluido con la llegada del verano, un tiempo en que la gente trata de alargar el brazo agónico hacia el horizonte y sólo consigue atraparse por detrás los propios genitales. El psicoanalista le había advertido de que todos estamos habitados por los múltiples seres que hemos sido a lo largo de la vida, culpables o inocentes, y que se niegan a desaparecer. Tal vez ese otro yo que gritaba dentro de este hombre quería huir hacia una playa que no estuviera en el mapa donde esperaba reencontrarse con su primera inocencia, con aquella libertad de lobo estepario de cuando solo buscaba la belleza y la armonía de vivir. Puede que fuera aun aquel chaval de 16 años con su primer amor de verano o aquel joven comprometido con los ideales de la izquierda o aquel tipo solidario antes de que enredara en negocios que lo hicieron un sucio millonario. Uno de estos seres confinado en aquel cuerpo mantecoso es el que gritaba pidiendo auxilio, mientras el hombre tomaba tranquilamente una ensalada.


Dos personas con sobrepeso en un banco de Benidorm.

DÍAS DE IRA

DÍAS DE IRA 
28/06/2020

Ya se sabe, empiezas cometiendo un asesinato, sigues con un atraco a mano armada, después le robas la cartera a un ciego y al final acabas por no saludar al portero. Este saludo es el que marca ahora la corrección política y social, una forma de refinada tortura en la que intervienen a medias un puritanismo rampante y la idiotez más absoluta. Puestos a pasar la historia por la lima del siete, aquí no se salva nadie, empezando por Jehová y terminando por el tendero de la esquina. No se pueden juzgar con la sensibilidad de hoy los hechos crueles, fanáticos, visionarios que sucedieron hace cientos de años sin poner a toda la humanidad patas arriba. Vivimos tiempos en los que el profeta Isaías se pondría tibio con sus salmos, puesto que en medio de la peste se han instalado los días de la ira. Están a la vuelta de la esquina procesiones de disciplinantes como las del Séptimo Sello, en las que la verdad, usada como látigo, conduce el ganado humano mansamente al redil. En este momento están siendo abatidos de sus pedestales próceres de todas clases, descubridores, conquistadores, políticos y moralistas; muy pronto serán los literatos y artistas si sus libros, películas y pinturas no se adaptan al orden establecido. No hace falta remontarse a la época bizantina del emperador León III, quien mandó destruir todas las imágenes religiosas. Desde entonces los iconoclastas no han dejado de actuar. Si los talibanes de Afganistán dinamitaron los Budas de Bâmiyân, labrados en el siglo V, ¿por qué habría que escandalizarse si un día se destruye a martillazos el David de Miguel Ángel, a causa de sus gloriosos genitales? La historia todo lo tritura. En el futuro también nosotros seremos juzgados y declarados culpables, como gente insensible, tosca y brutal, por convivir con toda naturalidad con injusticias y hechos muy crueles sin que se nos indigestara la comida. 


"Una estatua de Cristóbal Colón, en el suelo tras ser derribada en Saint Paul (Minnesota) el 10 de junio." (Foto adjunta a la columna en el periódico)

domingo, 21 de junio de 2020

BARRICADA

BARRICADA
21/06/2020

Un día como hoy, 21 de junio, en culturas muy distintas desde la antigüedad se celebraba el solsticio de verano con un rito idéntico. Se construía un muñeco, que representaba a la muerte, se le engalanaba con cintas de colores y otros perifollos, lo llevaban en procesión a lo alto de un monte o a la playa y, allí, después de despojarlo de todos los adornos, lo despeñaban por un precipicio o dejaban que se ahogara en el mar. Era la forma exorcista de sacudirse la muerte de encima. Esta ceremonia en los países nórdicos se acompañaba con la tala de un abeto por cuyo tronco desnudo en medio de la plaza los jóvenes trepaban para recoger de lo alto aquellas cintas de colores con que había sido adornado y las entregaban a las muchachas coronadas de flores. Después de varios meses de confinamiento a causa de la peste se abrirá hoy la puerta de nuestra mente para enfrentarse al desafío orgiástico del verano. En nuestra cultura mediterránea este solsticio se celebra con hogueras, y en la noche de San Juan alrededor de las llamas se formulan deseos y se establece toda clase de sueños. También esta vez habrá bailes, canciones y guirnaldas; en la ronda del fuego bajo las estrellas germinarán primeros amores y habrá nostalgias de otros que se perdieron, pero en el solsticio de este año la ruidosa alegría aparecerá sobrevolada por la sombra de la guadaña. Nunca como en esa noche el placer estará tan unido a la muerte real, no en forma de muñeco simbólico, porque las cenizas de esas hogueras nos recordarán a las de nuestros muertos. Puede que el coronavirus nos obligue a vivir un verano a la antigua usanza. Una hamaca, la sombra de una parra, un buen libro, una bicicleta, alguna copa con un pequeño círculo de amigos de confianza formarán una barricada a la espera de que en la playa, entre el cuerpo y las olas, la muerte se ahogue de una vez en el mar.

domingo, 14 de junio de 2020

APAGÓN

APAGÓN
14/06/2020

La ciencia y la tecnología son capaces de lanzar un artefacto más allá de Plutón, fuera del sistema solar, pero el arte y la literatura ni siquiera han logrado subir un peldaño desde los tiempos de Homero, de Sófocles, de Sócrates, de Safo, de Virgilio y de Horacio, cuyo refinamiento no ha sido superado. De hecho, vivimos todavía de la herencia de sus conquistas del espíritu expresadas en poemas, en teatro y en pensamiento. A lo largo de la historia la estética ha sido compatible con la crueldad más abominable, de modo que es posible imaginar a Virgilio y a Horacio departiendo por la vía Apia sobre la cadencia métrica del hexámetro sin que les importara que en las veredas del camino hubiera esclavos crucificados a merced de las aves carroñeras y a Dante Alighieri enhebrando tercetos áureos en medio de la peste de Florencia. Se tiene por cierto que las guerras y hecatombes de la humanidad impulsan el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, pero ninguna gran tragedia ha servido para refinar la sensibilidad humana servidora del arte. Los sociólogos se preguntan si vamos a salir mejores de esta pandemia. Si se tiene en cuenta que en la evolución del espíritu el ser humano es un mono todavía a medio cocer, tal vez del coronavirus saldremos mucho más técnicos, pero igual de egoístas, idiotas, generosos, torpes, perplejos, crueles y piadosos. Sin duda, a raíz de este apagón planetario la técnica digital le habrá doblado el codo de una vez al mundo analógico y la vida humana comenzará a funcionar definitivamente como una aventura virtual. Pero si un día a causa de un ataque diabólico se produjera el colapso definitivo de las redes, la ciencia y la tecnología quedarían anuladas y puede que entonces en medio de la oscuridad tuviera que levantar la voz un ciego declamando: canta, musa, la cólera de Aquiles, para empezar la historia de nuevo por Homero.