Cuarteto
MANUEL VICENT 07/07/1996
Se veía subir una caravana de coches por la intrincada pista que acaba en un refugio de alta montaña, en la sierra haitana. Allí se reúne periódicamente un grupo de amigos a guisarse unos platos en medio de una soledad absoluta, que hoy es patética debido a que todos los montes de alrededor están quemados. Desde aquella altura de águila se divisa toda la maldad del incendio. La casa de forma extraña ha quedado a salvo y sus paredes de cal son lo único que brilla dentro de la inmensa carbonera. Se veía subir la caravana de coches. Iban cargados con perolas, cajas de mariscos, cestos con verduras, embutidos y salazones de excelente calidad, pero esta vez también transportaban un violonchelo, una viola y dos violines Stradivarius, aparte de butifarras de Alcolecha y cerezas de Vall de Ebo. El cuarteto Enesco de París, compuesto por profesores rumanos, acompañaba a estos amigos, entre los que hay desde doctores hasta chocolateros, todos decididos a comer juntos un magnífico arroz de primero e interpretar de segundo, Mozart, Haydn, Schubert, Peris Lacasa, Boccherini y Dvorak. No pregunten por qué estos músicos llegaron con los instrumentos a la cima de Aitana. Tampoco nadie se explica por qué apareció un gato pardo en la cumbre del Kilimanjaro. Este grupo de amigos para empezar concelebró un arroz con larguísima sobremesa mientras el cuarteto rumano afinaba los Stradivarius atemperándolos al aire finísimo de la alta montaña. La música comenzó a sonar al atardecer con- luna llena. La Danza alemana de Schubert, la Serenata de Haydn, la Eine klaine nach musik de Mozart fueron interpretados en la soledad de aquellos montes quemados y al fondo se veía el mar de la Vil.la Joiosa con algunos veleros.. Después del minueto de Boccherini hubo lomo de cerdo rustido, cerezas y diversos granizados. El cuarteto Enesco de París tampoco se explicaba la belleza de este placer gratuito. Simplemente, había allí un grupo de amigos que guisaba. Y ellos se limitaron a tocar sin preguntar nada.
MANUEL VICENT 07/07/1996
Se veía subir una caravana de coches por la intrincada pista que acaba en un refugio de alta montaña, en la sierra haitana. Allí se reúne periódicamente un grupo de amigos a guisarse unos platos en medio de una soledad absoluta, que hoy es patética debido a que todos los montes de alrededor están quemados. Desde aquella altura de águila se divisa toda la maldad del incendio. La casa de forma extraña ha quedado a salvo y sus paredes de cal son lo único que brilla dentro de la inmensa carbonera. Se veía subir la caravana de coches. Iban cargados con perolas, cajas de mariscos, cestos con verduras, embutidos y salazones de excelente calidad, pero esta vez también transportaban un violonchelo, una viola y dos violines Stradivarius, aparte de butifarras de Alcolecha y cerezas de Vall de Ebo. El cuarteto Enesco de París, compuesto por profesores rumanos, acompañaba a estos amigos, entre los que hay desde doctores hasta chocolateros, todos decididos a comer juntos un magnífico arroz de primero e interpretar de segundo, Mozart, Haydn, Schubert, Peris Lacasa, Boccherini y Dvorak. No pregunten por qué estos músicos llegaron con los instrumentos a la cima de Aitana. Tampoco nadie se explica por qué apareció un gato pardo en la cumbre del Kilimanjaro. Este grupo de amigos para empezar concelebró un arroz con larguísima sobremesa mientras el cuarteto rumano afinaba los Stradivarius atemperándolos al aire finísimo de la alta montaña. La música comenzó a sonar al atardecer con- luna llena. La Danza alemana de Schubert, la Serenata de Haydn, la Eine klaine nach musik de Mozart fueron interpretados en la soledad de aquellos montes quemados y al fondo se veía el mar de la Vil.la Joiosa con algunos veleros.. Después del minueto de Boccherini hubo lomo de cerdo rustido, cerezas y diversos granizados. El cuarteto Enesco de París tampoco se explicaba la belleza de este placer gratuito. Simplemente, había allí un grupo de amigos que guisaba. Y ellos se limitaron a tocar sin preguntar nada.
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