Redada
MANUEL VICENT 02/05/1999
Todas las ciudades del mundo tienen un sótano secreto, equiparable al infierno, donde hay una palanca general capaz de cortar el fluido humano. Si un encargado con mucha autoridad tirara de ella, la gente quedaría paralizada sobre el asfalto, en las aceras, oficinas, alcobas, bares y estadios. Este corte de energía podría realizarse en medio del fragor del día. Cogidos por sorpresa en la actividad que estaban ejecutando en ese instante, los ciudadanos inmóviles como muñecos de carne podrían ser interrogados por hábiles inspectores. Sería lo más parecido a una redada planetaria. Los inspectores tendrían la oportunidad de pasearse tranquilamente con los pulgares engarzados en los sobacos entre este bosque de gente atrapada para arrancar a cada individuo una confesión sin coartada posible. ¿Adónde iba usted? ¿Qué estaba haciendo en este preciso momento? ¿Qué papeles lleva en esa cartera? ¿Qué persona tiene al otro lado del teléfono? ¿Quién es esa pareja que está con usted en la cama? ¿Qué buscaba a esta hora en este lugar escondido del parque? ¿Qué estaba pensado, deseando o soñando cuando se produjo el corte de fluido? Un interrogatorio ejercido de forma exhaustiva sobre estos muñecos de carne que no tuvieran capacidad para mentir demostraría hasta qué punto la mayoría de los mortales está dentro de la ley, pero fuera de sus sueños. Lo lógico es que el grueso del rebaño humano discurra por las cañadas que le han sido asignadas. En general, cada persona está donde se la espera. La gente acude con puntualidad al trabajo, paga los plazos, toma el aperitivo los domingos, firma contratos, contrae nupcias, se aparea y muere con toda regularidad. Una redada planetaria no hallaría más asesinos y ladrones que los estrictamente necesarios, pero serían infinitas las personas que en el momento de bajar la palanca, sin ser delincuentes sino ciudadanos honorables, estarían realizando una cosa que detestaban, soñando en algo maravilloso imposible de alcanzar, acudiendo a una cita desagradable o esperando a alguien muy deseado que nunca llegará. ¿Acaso no son éstos los delitos más graves que nunca aparecen en los sumarios? Si la palanca de ese sótano del infierno volviera a hacer contacto generando de nuevo el fluido humano de modo que cada criatura paralizada pudiera movilizarse ahora en busca de sus sueños, ¿adónde iría usted? Puedo decir lo que yo haría: entregarme.
MANUEL VICENT 02/05/1999
Todas las ciudades del mundo tienen un sótano secreto, equiparable al infierno, donde hay una palanca general capaz de cortar el fluido humano. Si un encargado con mucha autoridad tirara de ella, la gente quedaría paralizada sobre el asfalto, en las aceras, oficinas, alcobas, bares y estadios. Este corte de energía podría realizarse en medio del fragor del día. Cogidos por sorpresa en la actividad que estaban ejecutando en ese instante, los ciudadanos inmóviles como muñecos de carne podrían ser interrogados por hábiles inspectores. Sería lo más parecido a una redada planetaria. Los inspectores tendrían la oportunidad de pasearse tranquilamente con los pulgares engarzados en los sobacos entre este bosque de gente atrapada para arrancar a cada individuo una confesión sin coartada posible. ¿Adónde iba usted? ¿Qué estaba haciendo en este preciso momento? ¿Qué papeles lleva en esa cartera? ¿Qué persona tiene al otro lado del teléfono? ¿Quién es esa pareja que está con usted en la cama? ¿Qué buscaba a esta hora en este lugar escondido del parque? ¿Qué estaba pensado, deseando o soñando cuando se produjo el corte de fluido? Un interrogatorio ejercido de forma exhaustiva sobre estos muñecos de carne que no tuvieran capacidad para mentir demostraría hasta qué punto la mayoría de los mortales está dentro de la ley, pero fuera de sus sueños. Lo lógico es que el grueso del rebaño humano discurra por las cañadas que le han sido asignadas. En general, cada persona está donde se la espera. La gente acude con puntualidad al trabajo, paga los plazos, toma el aperitivo los domingos, firma contratos, contrae nupcias, se aparea y muere con toda regularidad. Una redada planetaria no hallaría más asesinos y ladrones que los estrictamente necesarios, pero serían infinitas las personas que en el momento de bajar la palanca, sin ser delincuentes sino ciudadanos honorables, estarían realizando una cosa que detestaban, soñando en algo maravilloso imposible de alcanzar, acudiendo a una cita desagradable o esperando a alguien muy deseado que nunca llegará. ¿Acaso no son éstos los delitos más graves que nunca aparecen en los sumarios? Si la palanca de ese sótano del infierno volviera a hacer contacto generando de nuevo el fluido humano de modo que cada criatura paralizada pudiera movilizarse ahora en busca de sus sueños, ¿adónde iría usted? Puedo decir lo que yo haría: entregarme.
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