domingo, 10 de mayo de 2020

SIN TOROS
10/05/2020

Si la peste del coronavirus no nos hubiera caído encima como una maldición, pese a la decadencia en que ha entrado la fiesta nacional, a estas alturas de la primavera se estarían celebrando las corridas de toros de la Feria de San Isidro en Madrid. Puede que para muchos antitaurinos contemplar la plaza de Las Ventas clausurada suponga un indudable alivio, pero no seré yo, ni siquiera en este caso, quien se alegre del mal ajeno, un resentimiento tan arraigado en la psicología del español frustrado. Probablemente la pandemia habrá asestado una estocada mortal a los empresarios del negocio taurino, ganaderos de reses bravas, toreros y apoderados. Toros criados con esmero para la lidia irán directamente al matadero, donde serán tratados como simples reses de carne anónima. Algunos artistas e intelectuales castizos que adornan la fiesta nacional podrán decir que a ese noble y bravo animal se le ha hurtado la gloria de morir peleando en la plaza para convertir su sangrienta tortura en arte o cultura. Pese a que detesto comer carne, siempre he creído que este no será un país del todo civilizado hasta que el nombre de Miura, en vez de llevarnos a imaginar el peligro de una aviesa cornada en la femoral, se asimile a un solomillo en un buen restaurante. En lugar de exaltar la muerte como espectáculo y elevar el desolladero a escuela de filosofía habría que dedicar todo el afán gastronómico a que las famosas divisas de Miura, Domecq, Pablo Romero o Vitorino sean un día sinónimo de entrecots, solomillos y chuletas. Así sucedió con la ganadería de Villagodio, que iba para bravo y al salir el ganado manso ha contribuido a la felicidad del estómago de los españoles, puesto que hoy en los libros de cocina un villagodio significa un chuletón de lomo alto, que llega a la mesa sin haber sido cruelmente atormentado en medio del bullicio de la fiesta.

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