Hemerotecas
MANUEL VICENT 30/11/1997
Cuando se coloca la primera piedra de un monumento simbólico a veces se suele introducir en ella un cofre con algunos periódicos de la fecha y diversas monedas de curso legal. De este modo se espera que el día en que nuestra civilización quede reducida a polvo, el cofre aflore y quienes habiten este planeta dentro de miles de años puedan contemplar el rostro del soberano que nos gobernaba y puedan leer también la clase de crímenes que cometíamos bajo su mandato. Existen otras formas de preservar los periódicos para la eternidad. Los egipcios embalsamaban los cuerpos sustituyendo sus partes blandas, incluido el seso, por una miel de gran calidad. Con ella no se ha resuelto ningún enigma y lo mismo va a suceder con los dulces cadáveres actuales que son momificados con procedimientos químicos. Tampoco darán ninguna noticia a la posteridad. Pero se sabe que hoy muchos cuerpos asesinados llegan a los depósitos de cadáveres, donde se les embalsama de forma perentoria para ser analizados. Les vacían el cerebro, que tal vez ha sido baleado, y en su lugar introducen un amasijo de periódicos. Y lo mismo se hace en el sitio de las vísceras con las revistas del corazón atrasadas. Cuando el forense termina su dictamen, estas víctimas atiborradas de diarios son sepultadas, se convierten en archivos bajo tierra y es de suponer que muchas de ellas quedarán incorruptas hasta más allá del tiempo en que las hemerotecas desaparezcan. Con todas las primeras piedras de los monumentos simbólicos de esta época en el futuro saldrán a la luz los cofres junto con innumerables cráneos y unos contendrán sólo noticias, y otros, también algunas monedas con el perfil de un déspota. Algunas calaveras llevarán dentro de la caja una crónica de sucesos que relatará la propia muerte, si bien en su interior, escrito en una lengua que ya será críptica, también se podrán descifrar bailes de sociedad, bodas reales y todos los artículos que pasarán a la inmortalidad por haber suplantado el cerebro de sus contemporáneos.
MANUEL VICENT 30/11/1997
Cuando se coloca la primera piedra de un monumento simbólico a veces se suele introducir en ella un cofre con algunos periódicos de la fecha y diversas monedas de curso legal. De este modo se espera que el día en que nuestra civilización quede reducida a polvo, el cofre aflore y quienes habiten este planeta dentro de miles de años puedan contemplar el rostro del soberano que nos gobernaba y puedan leer también la clase de crímenes que cometíamos bajo su mandato. Existen otras formas de preservar los periódicos para la eternidad. Los egipcios embalsamaban los cuerpos sustituyendo sus partes blandas, incluido el seso, por una miel de gran calidad. Con ella no se ha resuelto ningún enigma y lo mismo va a suceder con los dulces cadáveres actuales que son momificados con procedimientos químicos. Tampoco darán ninguna noticia a la posteridad. Pero se sabe que hoy muchos cuerpos asesinados llegan a los depósitos de cadáveres, donde se les embalsama de forma perentoria para ser analizados. Les vacían el cerebro, que tal vez ha sido baleado, y en su lugar introducen un amasijo de periódicos. Y lo mismo se hace en el sitio de las vísceras con las revistas del corazón atrasadas. Cuando el forense termina su dictamen, estas víctimas atiborradas de diarios son sepultadas, se convierten en archivos bajo tierra y es de suponer que muchas de ellas quedarán incorruptas hasta más allá del tiempo en que las hemerotecas desaparezcan. Con todas las primeras piedras de los monumentos simbólicos de esta época en el futuro saldrán a la luz los cofres junto con innumerables cráneos y unos contendrán sólo noticias, y otros, también algunas monedas con el perfil de un déspota. Algunas calaveras llevarán dentro de la caja una crónica de sucesos que relatará la propia muerte, si bien en su interior, escrito en una lengua que ya será críptica, también se podrán descifrar bailes de sociedad, bodas reales y todos los artículos que pasarán a la inmortalidad por haber suplantado el cerebro de sus contemporáneos.
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