MANUEL VICENT 28/01/1996
Hay que repetirlo una vez más: en la hoguera de la Inquisición lo importante no era el hereje, lo importante era el fuego. Había que alimentarlo sin cesar. Cuando se habían acabado los judíos, se buscaban brujas; cuando faltaban las brujas, se capturaban protestantes; cuando ya no había protestantes, servían de leña algunos científicos; cuando ya no había científicos, bastaba con alguno farmacéuticos liberales; cuando éstos se extinguieron, el fuego fue avivado con masones, luego con republicanos, después con rojos de todas las gamas y finalmente éstos se fundieron con el propio color de las llamas. Ahora en España está imperando de nuevo el espíritu de la hoguera a propósito de unos crímenes de Estado que, bajo las siglas GAL, se han cometido en unas fechas determinadas del gobierno socialista. A cualquier persona decente le repugna apoyar a un partido que ha amparado tales asesinatos. Hasta aquí la maniobra del inquisidor ha sido perfecta. Pero a partir de este momento comienza a mandar el fuego. Al margen de la maquinaria ciega de los jueces, se avecina un espectáculo paralelo más excitante: contemplar cómo el incendio se extiende en varios frentes y sube por los escaños de la derecha, rodea varios cuarteles alcanza también unas instituciones muy altas y devora algún palacio. Ningún anarquista habrá soñado nunca con un placer más intenso: ver cómo se hunde el Estado mientras uno toma café Ahora se habla de cortafuegos o se busca el punto donde se produjo el primer foco de este incendio. La tragedia política empezó con dos ratas mal pagadas y un ministro que creía en la justicia Pero éste no es el caso. Si yo fuera profesor de Historia Política me serviría de esta introducción sólo para explicar el exquisito sabor que tenía el veneno de los Borgia. ¿Comprenden ahora por que aquellos próceres tan inteligentes envenenabn con tanta maestría El veneno creaba terrenos de nadie. Las pistas se perdían en lo panteones labrados por Miguel Ángel. Nadie se atrevía a mancillar esa obra de arte.
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