miércoles, 2 de abril de 2008

ALEJANDRÍA

Alejandría
MANUEL VICENT 13/05/2001

Recuerdo de Alejandría el sonido de los tranvías que pasaban de noche bajo la ventana abierta del hotel Metropol. En el vestíbulo había unos nubios muy altos con el turbante rojo y las chilabas blanquísimas acompañados de mujeres panteras que traían las maletas con unas etiquetas de lugares fascinantes. Desde la habitación contemplaba la bahía. El faro de Alejandría ahora está ardiendo bajo el agua e ilumina el palacio de Cleopatra sumergido y la biblioteca que también ha naufragado. Adoro esta ciudad sólo porque su nombre ha llenado de música mi oído durante mucho tiempo. La llevo unida a la sensación que tengo de la libertad. Su historia es el comercio del puerto, los garitos del placer, los barcos que llegaban trayendo de otros países mercancías exóticas y noticias verídicas que no se distinguían de las fábulas. La literatura y el periodismo tienen la misma sustancia: el punto de unión se halla en los antiguos malecones de Alejandría. Al pie de las naves los marineros desembarcados contaban sucesos que habían acaecido en otros mares y en ellos se mezclaban noticias de degüellos, de incendios de ciudades y de alfombras mágicas. Aquella noche el sonido de los tranvías bajo las ventanas del hotel Metropol era similar a la maravillosa música del cortejo de Marco Antonio que a uno también le prepara como el último goce de los sentidos para el sueño que se aleja. Imaginaba la Alejandría de otra época llena de mercaderes, carruajes, mujeres divinas con pamelas, viajeros misteriosos, contrabandistas, seres de cualquier parte del mundo unidos por la misma huida, por la misma ambición. Si el hombre es la medida de todas las cosas, también la libertad debe tener una medida humana. No es un concepto. No está vinculada a la patria ni a otro ente superior a uno mismo. La libertad se compone de pequeños actos libres rutinarios que son el soporte de nuestro derecho a los pequeños placeres de cada día. Sentado en un café de la cornisa de Alejandría un hombre libre leería el periódico esperando un barco que está siempre a punto de llegar, tendría una cita de negocios a media mañana, un encuentro de amor a la caída de la tarde y al oír a medianoche en medio del sueño la maravillosa música de un cortejo que se aleja con todos los placeres mostraría la fortaleza de despedirlos desde la ventana sin más. En Alejandría acaban de descubrir 5.000 momias en sus sarcófagos de oro macizo.

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