miércoles, 2 de abril de 2008

TODO AZUL

Todo azul
MANUEL VICENT 18/11/2001

En una celda del corredor de la muerte de un penal de Texas un preso escribió en la pared: 'aquí estuvo Walter B. Harriott la noche antes de que lo achicharraran en la silla eléctrica.' En las letrinas de una perdida estación de un ferrocarril de Castilla, entre dibujos obscenos, alguno de ellos trazado a dedo con excrementos, había un número de teléfono seguido de esta súplica: 'me siento muy solo, no importa si eres un asesino, por favor, llámame'. En las mazmorras del fuerte de Cartagena de Indias donde duermen cabeza abajo racimos de murciélagos hibernados, todavía pueden leerse a la luz de una vela las blasfemias que dejaron escritas los soldados españoles en un castellano del siglo de oro. Frente a esta alta literatura de túnel cerrado, te consolará contemplar en una columna del templo de Poseidón colgado en un cabo sobre el mar Egeo esta inscripción rayada en el mármol: ' por aquí pasó lord Byron, poeta'. Y uno puede purificarse imaginando que aquel día el mar estaría muy azul. Se escribe siempre para ahuyentar los terrores de la soledad y de la muerte, y también para dar testimonio, en medio de la crueldad, de la memoria de los días felices. Cuenta Jenofonte que el ejército griego volvía abatido después de una derrota y al ganar la cumbre de un monte, los guerreros vencidos arrojaron las lanzas y abrazándose comenzaron a gritar: ¡el mar! ¡el mar! De pronto habían descubierto que ya estaban en casa. En el corredor de la muerte, en cualquier letrina, en todas las mazmorras siempre hay una luz azul. Si el condenado de Texas hubiera continuado escribiendo pudo haber contado que una vez de niño sus padres lo llevaron al muelle de madera de Atlantic City y lo último que sintió en el instante de recibir en su seno una descarga de 10.000 voltios fue el sonido de aquellas gaviotas confundido ya con la muerte. Si el usuario de las letrinas del ferrocarril se hubiera parado a pensar un poco más tal vez habría recordado la mirada cálida de aquella joven pasajera que en otro de sus viajes le abrió un espacio de esperanza que no supo aprovechar. En las mazmorras de Cartagena de Indias había unas aspilleras altas por donde salían los murciélagos a la caída del sol para volar sobre la bahía y regresaban muy cerrada la noche convertidos en brazas doradas por el crepúsculo para iluminar a los prisioneros. Lord Byron también escribió: 'para mí tu dulce voz como música en el agua'. Y, no obstante, me encuentro aquí deprimido tomando una cerveza.

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