miércoles, 2 de abril de 2008

BÁRBAROS

Bárbaros
MANUEL VICENT 04/11/2001

Salieron a los confines de su territorio las autoridades de cada país, acicaladas con casacas y fajines para recibir a los extraterrestres que iban a llegar. Bailaban con toda la furia en las discotecas las multitudes de oro y después se apareaban frenéticamente en los portales porque estaban a punto de llegar los extraterrestres. Alrededor de mesas camillas, a la luz de una vela, los esotéricos exploraban las vísceras de un gato para saber la hora precisa en que vendrían los extraterrestres a llevarse a los más iniciados al anillo de Ganímedes. De pronto todo había sido permitido en este planeta: aviones de pasajeros derribaban rascacielos; misiles de cien millones de dólares eran arrojados sobre mendigos, cabras y niños; esporas del ganado se hacían las dueñas del Capitolio de Washington; políticos envanecidos ahuecaban la voz para soltar cualquier simpleza ; intelectuales con el cerebro de miga de pan fiaban ya el pensamiento al patrón que les pagaba. Y todo porque los extraterrestres estaban apunto de llegar. Después de una larga espera , como los extraterrestres no aparecían por el horizonte , comenzó a cundir el desánimo, porque ellos , como los bárbaros del poema de Kavafis, en el fondo eran una solución, hasta que, por fin, se supo que los extraterrestres nunca llegarían, puesto que desde hacía tiempo ya estaban entre nosotros, solapados bajo una apariencia humana , ejerciendo oficios corrientes. Eran muchos, aunque nadie conocía su número exacto. De modo que el simpático panadero que te vende la chapata crujiente, el conductor de autobús que tararea una canción, el fontanero, la cajera del supermercado, el repartidor del gas, esa chica que te sonríe, aunque no tengan los ojos líquidos ni las orejas puntiagudas, puede que hayan llegado de algún punto del universo a salvar este mundo del desastre. Notarás una energía misteriosa si les das la mano, pero deberás estar tan vivo como ellos, ya que es un hecho cierto que algunas personas que mueren con todos los certificados, una vez celebrado el funeral, a los siete días abandonan la sepultura, se sacuden el polvo y vuelven a andar por la calle con una nueva alma y, al contrario, mucha gente que llena los restaurantes, baila en las discotecas, toca el claxon en los atascos, grita en los estadios y discute en el Parlamento, está muerta, si bien aún no ha sido enterrada. Estos muertos son los que siempre esperan a los extraterrestres en los confines de la Tierra con bandas de música, fajines y casacas.

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