miércoles, 2 de abril de 2008

CONTROL

Control
MANUEL VICENT 21/10/2001

Despojado del reloj, del llavero y el cinturón, no obstante, el escáner del aeropuerto siguió sonando. Había detectado unas diminutas bolitas chinas de acero que un masajista oriental me había incrustado en la oreja, apropiadas para levantar la autoestima. Una compañera de viaje, de porte aristocrático, me comunicó que ella también había tenido un percance con la máquina. Después de aliviarse de anillos y pulseras, ante el insistente pitido del control de metales, la dama confesó a los guardias que acababa de asistir a una cacería de perdices. Un patoso le había pegado un escopetazo en el trasero y tenía varios perdigones alojados en carne. En los puestos de policía, aparte de la inspección de metales, ahora hay que pasar también la prueba de calidad de los rostros. Para saber en qué nivel se halla usted con respecto al espíritu norteamericano mírese en el espejo detenidamente y después traslade esa cara a la sala de embarque del aeropuerto de Washington. ¿Cree que resistiría el examen de una tripulación de rubios anglosajones? El terror de estos días hace que en cada vuelo norteamericano se celebre un juicio sumarísimo de miradas del resto de los pasajeros. Por otra parte, tan ridículo es el infantilismo anti-yanqui que aún pervive en los irreductibles progresistas como la adoración por Norteamérica con que han sido arrebatados algunos de nuestros antiguos comunistas. Resulta patético que estos conversos liberales del Séptimo Día exalten el espíritu americano cuando no pocos de ellos, que son algo cejijuntos, por carecer de un mínimo diseño anglosajón, hoy serían apeados de cualquiera de sus aviones. Pero si la naturaleza le ha dado a usted un aspecto sospechoso, tranquilícese, no es necesario que se afeite el bigotón. Dentro de poco por fuera ya no habrá diferencia de razas: las caretas antigás y los trajes contra el ántrax nos enmascararán a todos por igual y el mismo pánico también nos hará hermanos por dentro. Mientras tanto, después de odiar profundamente el terrorismo de Manhattan, puesto que las bolitas chinas en la oreja me han elevado la autoestima ¿me dejarán estos liberales del Séptimo Día aborrecer con la misma intensidad la matanza de inocentes afganos? Estas máquinas de guerra, el tomahawk, el infernal AC-130, el F-15 que busca carne en los refugios bajo tierra, nunca pelean entre iguales. Parece que necesitan alimentarse sólo de enemigos desarrapados, como las aves carroñeras, las auras tiñosas, que en esta playa desierta del Caribe ahora contemplo volar.

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