miércoles, 2 de abril de 2008

OTRO VUELO

Otro vuelo
MANUEL VICENT 24/06/2001

Cuando después de los años uno vuelve ahora a Kanmandú, Tánger, Machu Pichu, la isla Elefantina, lugares que fueron sagrados para las tribus viajeras de los sesenta, aquellas que un día confundieron la libertad con el viento en las sandalias, se encuentra todavía a unos seres herrumbrosos que se quedaron allí varados sin fuerzas para levantar otro vuelo. Hoy parecen viejos mendigos, pero en su momento de esplendor fueron jóvenes de doradas cabelleras que aprendieron a dormir por primera vez bajo las estrellas, apoyada la cabeza en un morral de apache lleno de libros de Kerouac o de Dylan Thomas y en compañía de una navaja pacífica que les servía para fabricar collares y brazaletes. En mi juventud también había en la playa de Valencia un lugar iniciático que hoy está a punto de desaparecer. Era el balneario de Las Arenas en cuya puerta paraba el tranvía de la Malvarrosa. Allí estaba el Partenón azul, el bosquecillo de las jacarandas, la piscina con el trampolín modernista del cartel de Renau, el solario con los albornoces y las blancas toallas, las canciones de Renato Carosone en los bailes del domingo extasiadas en el aire junto al perfume de algas y calamares. Cuando he vuelto al balneario de Las Arenas siempre he encontrado también allí a un adolescente de entonces, paralizado en el tiempo, que ahora exhibía la ruina de su cuerpo semejante a la decrepitud de las paredes. Hasta hace poco lucía aun el mismo taparrabos sucinto de algodón con cordoncillo aprovechando incluso en invierno cualquier solana para seguir muy bronceado. Estos seres varados en los lugares magnéticos mantienen en pie el sueño de una generación que puede derrumbarse en cualquier instante. Unas veces es el propio cuerpo de estos guardianes el que finalmente se desintegra; otras es la piqueta de las inmobiliarias la que irrumpe en ese espacio sagrado y te mata el alma. En realidad uno muere muchos años antes de expirar. La muerte te sucede cuando ya no comprendes nada de lo que pasa alrededor. Por eso no voy a llorar por la felicidad perdida en el aquel balneario. Maldigo a los criminales de la construcción que pueden cometer otro asesinato sobre las dulces sensaciones de nuestra juventud, pero uno ya está preparado para olvidar el placer de aquellas fiestas, el sonido de los viejos trombones, porque hoy existen nuevos dones, otros espacios llenos de dicha y a cualquiera le puede arrebatar la locura del viento hacia otra armonía si tiene fuerza para levantar el vuelo.

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