miércoles, 2 de abril de 2008

NOCTURNO

Nocturno
MANUEL VICENT 17/12/2000

Bajo los soportales de la plaza de Armas de la ciudad de Guadalajara, en México, duermen todas las noches muchos indígenas envueltos en cartones y papel de periódico. Esta vez eran más de cien. Al filo de la madrugada llegó un predicador engominado y los despertó con un altavoz. Lo hizo de forma muy imperativa : venga, arriba, arriba no más, hermanos, que está a punto de llegar la Navidad y Dios va a nacer. Este enviado les mandó ponerse en pie para que escucharan un mensaje de paz. Los inditos somnolientos abandonaron sus envoltorios y formaron un corro en torno al azucarado evangelista y a una rubia de frasco vestida con finas gamuzas que probablemente era su mujer. Unas furgonetas traían más indigentes sin techo de otras partes de la ciudad. Llegaban acompañados por unas señoras muy acicaladas y caritativas que les ayudaban a desembarcar y entre ellos venía una joven enana demente que llevaba una Biblia en la mano. A esa primera hora de la madrugada la deshabitada plaza de Armas tenía una gran resonancia puesta por entero a servicio del predicador cuya voz se oía de lejos formulando una pregunta a este grupo de miserables: ¿Alguno de ustedes conoce el misterio de la Navidad? Ante el silencio pasmado de los desarrapados, ya insomnes, el enviado les aclaró: la Navidad no son regalos ni grandes banquetes, no caigan vuestras mercedes en esa tentación, estas son fiestas de amor y de paz para el alma. ¿Quien de ustedes ha traído la Biblia que se les regaló anteayer? Sólo la enana loca había guardado el Libro Sagrado; al parecer los demás la habían vendido o extraviado o tal vez se la habían comido. El predicador dijo: un ángel anunció a la Virgen que iba a concebir un hijo por obra del Espíritu Santo, imaginen que un día llega a casa vuestra mujer y les comunica que está embarazada del Espíritu Santo y que de su vientre va a nacer Dios, ¿qué pensarían ustedes? Bajo la soledad de la madrugada el espacio de la plaza de Armas estaba vigilado por estatuas de bronce y a uno de esos pedestales que soportaba a un prócer de la Revolución se subió la enana demente con la Biblia en la mano. El predicador le reclamó: si sabes leer abre el Libro Sagrado y lee para nosotros. La enana loca obedeció. Abajo hervían ya unas perolas de caridad. Desde lo alto del pedestal se oyó en la oscuridad la voz de aquel ángel que decía: Y Dios dividió el mar y los guió por toda la noche con el resplandor del fuego.

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