sábado, 12 de abril de 2008

AZÚCAR

Azúcar
MANUEL VICENT 26/12/1999

De niño yo creía que los suicidas solían matarse en sábado para tener un entierro multitudinario el domingo que era el día en que no trabajaban los jornaleros. También veía que en el cementerio el enterrador siempre cantaba por lo bajo un fandanguillo mientras preparaba la tierra con la azada para la siembra de algún difunto y esa tonadilla me parecía un himno a la vida. La alegría de vivir que da trabajar en un depósito de cadáveres es tan misteriosa como el hecho de que la mayoría de los suicidas para largarse de este mundo aproveche un risueño y apacible fin de semana, sobre todo en primavera. Hoy en día hay que tener gran perspicacia para discernir si uno está vivo o muerto. No es tan sencillo. Pero si te hallas en un depósito de cadáveres o en un cementerio tienes una enorme ventaja filosófica: basta con que te rasques allí una oreja para demostrar que existes. No hace falta pensar, como requería Descartes. Por otra parte es notorio que el polen de primavera pone muy resueltos a los depresivos: unos se arrojan a un pozo impulsados por el ansia de abrazarse a la oscura raíz de todas las savias, otros se cuelgan de un árbol para convertirse ellos mismos en un fruto adelantado entre las flores. Escribo estos pensamientos tan dulces porque es Navidad, un tiempo en que maduran los nabos. Durante estos días azucarados la desdicha común hace síntesis con la felicidad obligada y esta mezcla causa un gran desamparo en mucha gente. La Navidad es como la diabetes. El exceso de azúcar en la sangre es un mal que ejerce un efecto multiplicador en las demás enfermedades. En estas fechas los mendigos son más mendigos, las catástrofes planetarias son más divinas, las bombas son más mortíferas, los fanáticos son más sagrados, la soledad hace llorar a todos los osos de peluche del mundo encima de la cama, cualquier desgracia que uno tenga se yergue en la cima de esta montaña de turrón. El polen de primavera se parece mucho a estas esporas de falso amor que suelta la Navidad. Es la misma alergia que te obliga a estornudar y que a algunos les lleva a suicidarse comiendo. Para los antiguos romanos esta fiesta era esencialmente triste. Junto al fuego de los dioses lares la familia se reunía para despedir a esos viejos que sin duda no iban a sobrevivir al invierno. Me rasco una oreja en el cementerio, luego estoy vivo. Doy una limosna a un pobre por Navidad, luego estoy muerto.

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