miércoles, 2 de abril de 2008

LA GLORIA

La gloria
MANUEL VICENT 22/07/2001

Si basta con un sólo verso insigne para que un poeta vulgar se salve y un escritor mediocre puede pasar a la inmortalidad por una frase feliz que haga fortuna en plazas y mercados, también será suficiente recordar en el lecho de muerte el perfume de una rosa o el sabor de una anchoa para que toda una vida tenga sentido: esa ultima sensación habrá sido el eje de acero que ha armado el alma de la persona desechada ahora por la suerte. Todo el mundo ha obtenido un minuto de gloria en el pasado, pero hay que ser un artista para convertirlo en un asa donde agarrarse en medio de la desesperación. En las noches de insomnio cualquiera se siente reconfortado imaginando que en cierta ocasión también fue un héroe. Bastará con recordar la salvaje emoción del primer beso en la adolescencia o el placer de haberse rebelado por una vez en la juventud o los elogios que recibió de los amigos en la madurez por aquella famosa tortilla de patatas. Mientras unos atracan bancos sin disparar un tiro, otros dan conciertos de piano con igual virtuosismo en la Filarmónica de Berlín, pero no sufras si tu existencia no da para más, ya que se puede pasar perfectamente por este mundo sin haber escrito Hamlet ni haber asesinado a nadie. Deberías resignarte sabiendo que Shakespeare y Jack el Destripador compartían contigo la mayor parte de las sensaciones diarias. Ambos sentían el mismo alivio al soplarse los sabañones, se creían inmortales cuando en el juego su naipe se repetía por tercera vez, se deprimían si no encontraban a un gran personaje o a una buena víctima, en las noches de calor estiraban la pierna hacia la parte fresca de las sábanas como haces tu, y era también igual para ellos el sabor de los arenques, el amor a la cerveza y el miedo a la muerte, y si los dos fueron genios en lo suyo, te servirá de consuelo saber que Shakespeare tiene algunos versos muy malos y acabó siendo prestamista, mientras Jack el Destripador también dio algunas cuchilladas poco certeras y una vez salvó a una niña de morir ahogada. Puede que sólo seas un pequeño cobarde que prefiere soportar la injusticia con tal de vivir incontaminado. Así te quieren ellos, dedicado a los versos en la villa horaciana, entre gallinas y lechugas, tu contemplando el crepúsculo y ellos llenando el saco. El laurel tiene dos destinos: la cabeza del héroe o el estofado. Tal vez un día fuiste un rebelde: fue aquel día en que estuviste dispuesto a morir por no doblegarte. Ese es el minuto de gloria que te corresponde.

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