sábado, 12 de abril de 2008

SATÉLITE

Satélite
MANUEL VICENT 17/01/1999

Los problemas de este mundo ya no pueden entenderse en toda su profundidad si no es por medio de un satélite. Las pasiones humanas forman una maraña indescifrable si se las contempla de cerca una a una, pero detectadas en su conjunto desde la estratosfera se mueven como una marea planetaria no muy distinta a la corriente del Niño. Entonces comprende uno por qué se bombardea a Irak. Al pensamiento único, a la economía globalizada, a la información total corresponde un nuevo ojo divino, que en lugar de estar encapsulado en un triángulo equilátero como en la Biblia, lo está dentro de un artefacto espacial como en la NASA. Hoy el individuo se confunde con el género, la unidad con el todo, la esencia con la superficie. El satélite artificial que nos reduce a una suma es un instrumento científico tan revolucionario como en su tiempo lo fue el microscopio. Con una lente de aumento los investigadores se adentraron en la intimidad de los tejidos humanos, y en ese camino hacia el alma descubrieron que las batallas de virus contra anticuerpos obedecían a una estrategia uniforme. Asimismo se rige hoy la geopolítica. El alma humana todavía no está al alcance del microscopio electrónico más sensible. Algún día se sabrá que el alma sólo es un virus muy vacilón, pero mientras dura su búsqueda y captura por los científicos en la intimidad de algún tejido sacro, los satélites artificiales detectan en sus sensores las pasiones humanas como una forma de calor que libera la Tierra. El ojo espacial va analizando los cambios de clima en el planeta, el avance de los desiertos, la licuación de los polos, el movimiento de los glaciares y el comportamiento de las hormigas. En este último apartado entramos los humanos, desde los obispos hasta los saltimbanquis, como un modo ciego de avanzar sobre las fuentes de abastecimiento y energía. Por el espacio gira un satélite encargado de revelar el resplandor que despide en el mundo la luz eléctrica. Se ve a Europa y Norteamérica encendidas como enormes antorchas. En cambio África y Asia están a oscuras y en Latinoamérica sólo aparecen algunas brasas aisladas que son las metrópolis en medio de una inmensidad de tinieblas. He aquí la profundidad de la filosofía y de la política desde el satélite: saber si es inevitable, como una convulsión fisiológica, bombardear Irak para que esas dos grandes antorchas sigan iluminando sin peligro una gran fiesta.

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