MANUEL VICENT 17/08/1997
Los grandes aristócratas tienen un hueso de más que les une la quijada con la clavícula, de modo que no pueden volver el rostro sin girar el torso al mismo tiempo. En ese hueso supletorio consiste la verdadera nobleza. Se transmite hereditariamente sólo entre los elegidos para suplir a la antigua golilla que inmovilizaba la nuca de los caballeros. Hierático significa sagrado. Dios es el supremo inmóvil. Por eso los reyes y príncipes lo primero que aprenden es a estarse quietos, a no gesticular jamás, a fotografiarse erguidos en una escalinata, ellos con las manos en el culo, ellas discretamente con las manos sobre el pubis regio. Se nota enseguida que uno es villano porque se frota mucho las manos, zarandea demasiado la pamela y agita los músculos de. la cara ante cualquier sentimiento. La pamela necesita debajo el cráneo de una dama muy alta que apenas se mueva. Ese sombrero aristocrático se convierte en un ala delta o en una cometa loca sobre los hombros de una mujer rechoncha y expresiva como esas que se ven en las bodas y bautizos. Los yernos, cuñados y nueras de extracción burguesa que van accediendo a la Casa Real sólo deben preocuparse de saber dónde ponen las manos cuando se hacen la foto de familia. Es su única asignatura. En esto todos deben mirarse en Felipe de Edimburgo, que es el espejo del perfecto aristócrata con las manos detrás, elegante, inútil e inmóvil, tres atributos nobles que lo hacen imprescindible en cualquier ceremonia. A los maridos de nuestras infantas hay que aconsejarles que caminen con los riñones hacia adentro, con el pecho alto, que vuelvan la cabeza junto con el torso como si tuvieran el cuello soldado con un hueso y sobre todo que no expresen ningún sentimiento con el rostro ni con los brazos. Dios es un ente que no se mueve. Un rey es un ser que sabe poner con suprema elegancia las manos en el culo. Con eso nos damos por satisfechos los villanos que para expresar una mínima pasión tenemos la obligación de mover todo el cuerpo.
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