MANUEL VICENT 18/05/1997
Por fortuna para nosotros, Dante no conoció el amor de Beatriz. Se limitó a imaginarlo. La mejor literatura amorosa nace de la impotencia, de la misma forma que las grandes aventuras han sido creadas por autores gordinflones o de poca salud que no se movieron de la mesa camilla. Para escribir un buen libro de cocina es aconsejable tener una gastritis que te permita acercarte a ciertos platos sólo con la mente y no con el estómago. La armonía de los dioses de mármol que emerge de la belleza helénica se la inventó el poeta loco Hölderling en el desván del ebanista Zimmer de la brumosa Tubinga, donde permaneció recluido durante muchos años hasta la muerte. Si Dante se hubiera casado con Beatriz, ambos tal vez habrían sido felices, pero nosotros nos hubiéramos quedado sin la Divina Comedia. Gracias a que Stevenson no fue un bucanero, sino un joven de pulmones muy delicados, hoy podemos leer La isla del tesoro. Conrad comenzó a escribir del mar cuando se retiró de capitán de la Marina mercante, y ese camino de la melancolía es el que ha conducido a algunos amantes y aventureros a crear obras de arte. Cuando alguien experimenta con éxito el sexo, no tiene necesidad de escribirlo: a lo sumo, lo cuenta a los amigos en el bar, pero estos lances no le interesan a ningún editor. El aventurero tampoco encuentra tiempo para pasar al papel sus hazañas porque las está viviendo, y si uno se ha acostumbrado a comer bien, le basta con esperar una buena digestión sin más literatura. ¿Puede un borracho ser un buen enólogo? Sólo los ex alcohólicos tienen capacidad para dar aroma, cuerpo y profundidad al vino con el deseo o la memoria. Todo esto está escrito para animar en un domingo de primavera a cuantos se sientan frustrados. Siempre es un consuelo pensar que Beethoven estaba sordo: de su silencio compacto extrajo la Novena sinfonía. ¿Se imaginan a Dante preguntando desde el gabinete: "Bea, ¿qué hay para cenar?". Cualquiera es capaz de tener en sus brazos a Richard Geere o a la Binoche. Basta con no poder hacerlo jamás.
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