Manantial
MANUEL VICENT 26/01/1997
La humanidad también tiene sus manantiales. A media tarde me gusta caminar por la ciudad entre el agua turbia de la gente. Es increíble la cantidad de seres deteriorados que la corriente de la vida arrastra por la calle. La mayoría de los rostros son cantos rodados. Los cuerpos han sido moldeados tal vez por unos sueños no cumplidos y a partir de un tiempo comienzan a formar parte de la ciénaga que se prioduce en cualquier desembocadura. Pero en medio de la carne pantanosa de la ciudad de pronto te encuentras con un manantial de agua pura brollando: un colegio de niños está manando en el asfalto. Aflora a borbotones por las puertas, invade la explanada de cemento, choca contra las tapias, se desliza por la acera y par te de esa corriente llena de remo linos y risas furiosas inunda los autobuses. El resto se derrama en todas las direcciones buscan do el alvéolo que un día les llevará al mar. A media tarde en toda la ciudad se multiplican estas fuentes limpias en su nacimiento: la salida de niños y adolescentes de los colegios e institutos. Da la sensación de que uno ha llegado en su travesía de la ciudad apestosa a un manantial de alta montaña parejo con la nieve. Después de muchos años he conseguido ver esta carne nueva como un paisaje, como un agua muy pura que se va desarrollando en diversos tramos: en el jardín del colegio quedan las miradas ver des de los párvulos, en la esquina siguiente unas niñas encienden el primer cigarrillo y al doblar a calle una pareja de adolescentes se acaricia entre dos coches y así la vida se va enturbiando hasta hacerse río amarillo. Hoy los manantiales de la naturaleza es tán todos contaminados. Los pesticidas y vertidos industriales con las lluvias penetran en los ve neros. La gente sensata no osa beber en ellos, ni siquiera en los que san Juan de la Cruz cuenta que reflejaban los ojos del ama do. Me pregunto si estos manan tiales que brotan de los colegios también nacen ya impuros, si el detrito de la sociedad que va calando cada día llega al estrato donde está el alma de los niños.
MANUEL VICENT 26/01/1997
La humanidad también tiene sus manantiales. A media tarde me gusta caminar por la ciudad entre el agua turbia de la gente. Es increíble la cantidad de seres deteriorados que la corriente de la vida arrastra por la calle. La mayoría de los rostros son cantos rodados. Los cuerpos han sido moldeados tal vez por unos sueños no cumplidos y a partir de un tiempo comienzan a formar parte de la ciénaga que se prioduce en cualquier desembocadura. Pero en medio de la carne pantanosa de la ciudad de pronto te encuentras con un manantial de agua pura brollando: un colegio de niños está manando en el asfalto. Aflora a borbotones por las puertas, invade la explanada de cemento, choca contra las tapias, se desliza por la acera y par te de esa corriente llena de remo linos y risas furiosas inunda los autobuses. El resto se derrama en todas las direcciones buscan do el alvéolo que un día les llevará al mar. A media tarde en toda la ciudad se multiplican estas fuentes limpias en su nacimiento: la salida de niños y adolescentes de los colegios e institutos. Da la sensación de que uno ha llegado en su travesía de la ciudad apestosa a un manantial de alta montaña parejo con la nieve. Después de muchos años he conseguido ver esta carne nueva como un paisaje, como un agua muy pura que se va desarrollando en diversos tramos: en el jardín del colegio quedan las miradas ver des de los párvulos, en la esquina siguiente unas niñas encienden el primer cigarrillo y al doblar a calle una pareja de adolescentes se acaricia entre dos coches y así la vida se va enturbiando hasta hacerse río amarillo. Hoy los manantiales de la naturaleza es tán todos contaminados. Los pesticidas y vertidos industriales con las lluvias penetran en los ve neros. La gente sensata no osa beber en ellos, ni siquiera en los que san Juan de la Cruz cuenta que reflejaban los ojos del ama do. Me pregunto si estos manan tiales que brotan de los colegios también nacen ya impuros, si el detrito de la sociedad que va calando cada día llega al estrato donde está el alma de los niños.
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