Respiración
MANUEL VICENT 10/08/1997
Te pueden condenar a la cámara de gas y una vez metido en ese recinto si no respiras no te mueres. En realidad eres tú mismo el que te matas. Los más famosos asesinos de la historia, si hubieran contenido la respiración dentro de esa urna letal, aún estarían vivos. Serían doblemente inmortales. Fuera de la cámara de gas sucede igual. Nos mata el oxígeno. Morimos porque al respirar nos quemamos. La carne es una brasa de cigarrillo que se va convirtiendo en ceniza no siempre enamorada y a eso llamamos ley de entropía. El tiempo no existe. El tiempo es lo que uno hace. A veces se llega demasiado pronto a una cita y uno decide hacer tiempo. Entras en un bar, tomas un café, lees el periódico, das la vuelta a la manzana, miras escaparates, ves pasar la gente. Esa es la materia del tiempo: acciones anodinas, repetidas e incongruentes que uno ejecuta antes de la cita con la muerte, puesto que al punto de encuentro con ella siempre se llega con toda una vida de antelación. El mundo está constituido por una trama de actos ínfimos, llenos de belleza y de maldad, que forma el polvo que respiramos. A esta cámara de gas estamos condenados, si bien el verdugo nos concede una última gracia: puedes elegir lo que respiras teniendo en cuenta que todo te mata pero algunas cosas lo harán lentamente y de forma placentera. Si el tiempo es un tejido inmaterial que se compone de lo que uno hace cada segundo, pongamos ahora música de jazz y aspiremos suavemente el crepúsculo de la tarde sentados en la verde ladera y vayamos enumerando los escarabajos de oro que transcurren junto a nuestros pies. Dentro de la copa del crepúsculo que respiras están todos los amores que has tenido, las risas con los amigos, los versos más inmarcesibles, las fiestas, las hierbas recién segadas, el olor a tierra mojada, los juegos de la niñez y todos los columpios. ¿Qué dice esa canción que canta una mujer con la garganta rota por el alcohol? Dice que el amor es como la brasa de un cigarrillo que se consume a medida que se acerca a tus labios.
MANUEL VICENT 10/08/1997
Te pueden condenar a la cámara de gas y una vez metido en ese recinto si no respiras no te mueres. En realidad eres tú mismo el que te matas. Los más famosos asesinos de la historia, si hubieran contenido la respiración dentro de esa urna letal, aún estarían vivos. Serían doblemente inmortales. Fuera de la cámara de gas sucede igual. Nos mata el oxígeno. Morimos porque al respirar nos quemamos. La carne es una brasa de cigarrillo que se va convirtiendo en ceniza no siempre enamorada y a eso llamamos ley de entropía. El tiempo no existe. El tiempo es lo que uno hace. A veces se llega demasiado pronto a una cita y uno decide hacer tiempo. Entras en un bar, tomas un café, lees el periódico, das la vuelta a la manzana, miras escaparates, ves pasar la gente. Esa es la materia del tiempo: acciones anodinas, repetidas e incongruentes que uno ejecuta antes de la cita con la muerte, puesto que al punto de encuentro con ella siempre se llega con toda una vida de antelación. El mundo está constituido por una trama de actos ínfimos, llenos de belleza y de maldad, que forma el polvo que respiramos. A esta cámara de gas estamos condenados, si bien el verdugo nos concede una última gracia: puedes elegir lo que respiras teniendo en cuenta que todo te mata pero algunas cosas lo harán lentamente y de forma placentera. Si el tiempo es un tejido inmaterial que se compone de lo que uno hace cada segundo, pongamos ahora música de jazz y aspiremos suavemente el crepúsculo de la tarde sentados en la verde ladera y vayamos enumerando los escarabajos de oro que transcurren junto a nuestros pies. Dentro de la copa del crepúsculo que respiras están todos los amores que has tenido, las risas con los amigos, los versos más inmarcesibles, las fiestas, las hierbas recién segadas, el olor a tierra mojada, los juegos de la niñez y todos los columpios. ¿Qué dice esa canción que canta una mujer con la garganta rota por el alcohol? Dice que el amor es como la brasa de un cigarrillo que se consume a medida que se acerca a tus labios.
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