viernes, 28 de marzo de 2008

LAS NUBES

Las nubes
MANUEL VICENT 24/08/2003

Dice Heine que Dios creó el mundo en seis días y el séptimo llamó a Goethe y le dijo: "Haz tú las nubes". Esas ampulosas y cambiantes formas que adornan el cielo constituyen la superestructura de la irracionalidad que evapora la tierra. Sucede lo mismo en los lujosos casinos de juego, en los edificios de los grandes bancos, en las bolsas de valores y también en todos los templos. En los casinos de Montecarlo o de Baden-Baden el techo está lleno de figuras mitológicas que vierten su mirada sobre las ruletas, donde cada vez que el dedo del crupier impulsa la bola, el azar crea el universo. En el tapete verde se producen las descargas del destino: unas llevan al jugador a la gloria y otras a la ruina. Los artesonados de las centrales bancarias están cubiertos de dioses paganos en actitud convulsa como nubes de mármol que traen una lluvia benéfica o una sequía de esparto sobre créditos y cuentas corrientes. Los primeros edificios de Wall Street fueron construidos de forma que la locura que iban a albergar, estuviera amparada desde la base por enormes columnas corintias y desde las cúpulas por ángeles muy etéreos. Si se considera que la tierra es un templo en cuyo suelo se siembran cereales, se extienden los frutales y se cultivan hortalizas, las nubes que durante el año pasan sobre los campos, equivalen a esas formas barrocas que en los casinos de juego, en las bolsas de valores y en las catedrales dan una cobertura mágica al absurdo que se realiza entre sus paredes. El agricultor está a merced de la meteorología que traerá la ira o la bondad de la naturaleza, como el jugador de ruleta o de la bolsa está sujeto al capricho de los dioses que coronan el techo. En este momento veo desde la terraza unas nubes de plomo que amenazan tormenta. Si fueran tan blancas como las que hizo Goethe por encargo de un dios poseído por la mórbida pereza del domingo, no habría nada que temer, pero el nublado de estío que aparece esta tarde sobre la línea del mar puede llevar dentro a ese dios ibero que arrasa la campiña. Bajo su voluptuosidad están indefensos los naranjos, los viñedos, los arrozales. Desde el interior de esas nubes tal vez bajará hasta la tierra ese loco celestial a vendimiar la uva antes de hora, a segar el arroz todavía verde o a machacar los frutos y podrá hacerlo a pedradas por simple capricho. Ahora contemplo esas nubes negras, que me recuerdan el artesonado del casino de Baden-Baden donde un día, bajo la convulsión de unos dioses de mármol, perdí toda mi fortuna.

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