domingo, 30 de marzo de 2008

TRAVESÍA

Travesía
MANUEL VICENT 23/06/2002

Después de navegar todo el día bajo un sol tórrido llegó a puerto este hombre de espíritu, se sentó en una terraza y pidió una cerveza muy fría. La espuma helada se le derramó en el pecho abrasado y esa sensación casi divina coincidió con una noticia que daba el telediario. No logró vislumbrar qué nueva tragedia había sucedido, pero sabía que era el último monstruo que había que vencer al final de una travesía feliz. La cerveza derramada le llegó hasta el ombligo y este navegante pensó que el rumbo trazado sobre su piel por la espuma helada era la mejor singladura. Consideraba que vivir sin que el telediario le contaminara constituía su mejor obra de arte, porque el crimen que contemplara en la pantalla era un crimen que en cierto modo él también cometía, puesto que un espectáculo siempre lo completa el espectador cuando lo asimila. Se sentía cercado por las noticias e imágenes impuras del telediario y salvarse de ellas era como salir ileso de un atentado o sortear con éxito los escollos en una dura navegación. Tenía que realizar un esfuerzo formidable, de carácter ascético, para renunciar a saber qué tragedia había acaecido y creerse por eso mismo una persona decente y no un tipo excéntrico o insolidario. A los navegantes antiguos le salían por debajo de la quilla unos monstruos marinos a los que había que vencer; ante los anacoretas del desierto danzaban unas mujeres desnudas sobre la arena deslumbrada. No era menos ardua ahora la prueba. En el telediario aparecían unos políticos de rostro congestionado que se llenaban de improperios mutuamente después de comerse un codillo o te amenazaban con la voz desgañitada de pollito tomatero. La caída consistía en aceptar eso sin sentirse humillado. Si este navegante bajaba la guardia y abría la boca, repantigado en el sillón o sentado a la mesa, comenzaría a deglutir a la vez un revuelto de espárragos y unos cadáveres despanzurrados, unos espaguetis con tomate y una mujer apuñalada por el marido, un helado de fresa y un recién nacido al que su madre había tirado a la basura y finalmente saldría el presidente del gobierno rascándose la sien con la uña del meñique. Se negó a que estos materiales sin darse cuenta construyeran su espíritu. Este navegante se había propuesto atravesar los días de forma incontaminada sorteando todos telediarios. No siempre sería tan fácil, pero en ese momento le bastó para salvarse la cerveza derramada sobre el pecho cuya espuma helada le había llegado hasta el ombligo.

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