domingo, 30 de marzo de 2008

PROSTÍBULO

Prostíbulo
MANUEL VICENT 07/07/2002

Me dicen que hay ahora un prostíbulo en el antiguo pub de Boccacio, en Madrid, donde en los años setenta unos jóvenes que se sentían fronterizos con el amanecer aprendieron a remover el hielo en el interior del güisqui con el dedo y a chuparse luego la yema, iniciando con ese gesto la modernidad. En aquellos divanes de terciopelo rojo el escritor Juan Benet desde la cima del gin-tonic, que era su Sinaí, espantaba a los pelmazos y entronizaba a Faulkner con su bigote incluido; Fernando Savater con el mentón aproado apostaba por la felicidad contra el pesimismo de Ciorán y Juan Cueto, después de dejar atado su caballo de acero en la puerta, apoyaba la bota en el estribo de la barra para anunciar a los neófitos el reino de McLuhan. Había allí periodistas, actores, jueces demócratas, críticos estructuralistas y semióticos disueltos en la fascinación de la noche mientras el franquismo agonizaba. Boccacio de Madrid había importado el espíritu de la gauche divine de Barcelona y también aquí el marxismo más austero hizo síntesis por primera vez con el placer tailandés bajo una luz color gamba que después, en medio de la Transición, iría borrando los perfiles de cualquier ideología. Cuando estos primeros héroes de las noches predemocráticas se bebieron todo lo que había que beberse y se fueron a apurar los vasos a otras botillerías de moda, con el tiempo aquella cripta de terciopelo fue tomando un aire de sarcófago con fantasmas propios, aunque parecían escapados del vecino museo de cera. Me dicen que ahora Boccacio es un prostíbulo de lujo. Donde una generación comenzó a hablar libremente, a amarse sin culpa, a beber con lentitud, a imaginarse moderna y nocturna, hoy impera un mercado de carne femenina internacional a precio de subasta, de forma que la larga conquista de la felicidad que imaginaron en los divanes aquellos cabecillas del amanecer ahora se realiza en sólo media hora: una copa, una mirada lasciva, un trato, una tarifa y un éxtasis detrás de una cortina. En eso han ido a dar los sueños cuando ya se han podrido. Ignoro si en ese prostíbulo persistirán todavía algunos duendes del pasado. En todo caso el espíritu de Boccacio fue el de una generación que estableció el placer como una de las mejores armas contra la tiranía. Si aquellos ideales hoy se han esclerotizado, no es extraño que el lugar donde fermentaron también se haya prostituido y que los proxenetas vendan allí al mismo precio una carne vulnerada junto con los mejores sueños perdidos.

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