viernes, 28 de marzo de 2008

PRODIGIOS

Prodigios
MANUEL VICENT 10/03/2002

A Isabel la Católica quieren hacerla santa. Para eso deberá realizar primero un milagro, aunque sea curarle un sabañón a cualquier académico de la Historia, porque pedirle que libere a la mayoría de los españoles de esa empanada mental que por su culpa se ha hecho con España, sería demasiado prodigio. Fundadora de nuestra Inquisición, después de hacer llorar a Boabdil en Granada, carbonizó a innumerables herejes y si no los convirtió en jabón fue porque esa reina no se lavaba. Interesada sólo en bautizar infieles con taparrabos, llevó la fe hasta América a través de mares nunca antes navegados y a cambio se trajo todo el oro que había allí abriendo muchas fuentes de sangre con una espada todavía medieval mientras su marido Fernando levantaba la falda a sucesivas princesas con alegría ya renacentista y posaba para el retrato que Maquiavelo estaba realizando del príncipe moderno. Antes de trasladar a esta reina desde el pedestal al altar habrá que abrir su sepulcro para saber qué contiene, como manda el canon. La historia no es más que polvo de héroes y villanos, mezclado con excrementos de rata, que los políticos convierten siempre en ideología adaptada a los intereses de cada momento. En el libro de firmas del sepulcro de Isabel la Católica, Franco dejó escrito: 'Aquí donde empezó un imperio, con la promesa de otro'. ¿No es un portento? A Marcelino Menéndez Pelayo también quieren hacerlo santo. Este gran erudito gustaba de las señoritas y llevaba siempre un botellín de coñá en el bolsillo de su desvencijada chaqueta, pero escribió la Historia de los Heterodoxos y su milagro consiste en que gracias a la refutación de sus doctrinas supimos que esas figuras fueron las más excitantes, inteligentes, mágicas y extrañas de nuestra cultura, unas ahogadas bajo la caspa ibérica, otras abrasadas en la hoguera. Tanto Isabel la Católica como Menéndez Pelayo han tardado siglos en conseguir que les pongan un cirio; en cambio Escrivá de Balaguer va a alcanzar la santidad, con asiento de tribuna en el paraíso, en menos tiempo que tarda la Audiencia en resolver un pleito de arrendamiento. De hecho ya fue un santo en vida y sus devotos se guardaban todo lo que de monseñor se desprendía. El dentista se quedaba con una muela, el peluquero con un mechón de cabellos, el analista con un poco de sangre o de orina, un desguace que pronto entrará en el mercado de reliquias. ¿Habrá curado algún panadizo? Su prodigio ha sido pasar al famoso camello por el ojo de una aguja.

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