viernes, 28 de marzo de 2008

MANANTIAL

Manantial
MANUEL VICENT 07/12/2003

En cierta ocasión hice un viaje al infierno. En compañía de Eli Reed, un inmenso negro neoyorquino, fotógrafo de Magnum, pasé unas semanas en el campamento de Banako, en la frontera de Tanzania, donde se hallaban refugiados cerca de 300.000 ruandeses que habían escapado de la gran matanza en su país. Tanta carne humana hacinada creaba una niebla apestosa que llenaba los valles hasta borrar el horizonte de las verdes colinas. El dolor es la máxima contaminación que existe en este mundo, pensé entonces. Para llegar hasta ese infierno tuve que pasar muchos controles militares en parajes que aún olían a una reciente carnicería. Ese año los cuervos y buitres de Ruanda estaban más gordos de lo normal y parecían felices por la increíble cosecha de cadáveres que la humanidad les había deparado. No soy un héroe. El fotógrafo Eli Reed me protegía y en todo momento trató de transmitirme la propia fortaleza que había adquirido después de haber sobrevivido directamente a varios aguaceros de hierro en algunas guerras del planeta. Con una sonrisa impasible me comunicó su fórmula para sobrellevar la crueldad humana y salir indemne de cualquier peligro. Ante una situación angustiosa tenía que imaginar que mi cuerpo era agua, sólo agua, cuanto más pura, mejor. Camino de Kigali nos detuvo un control de la guerrilla formado por unos mozalbetes turbios de droga, con el dedo nervioso en el gatillo del subfusil. Eli Reed me advirtió: "No les mires a los ojos, pero no rehuyas su mirada; no sonrías, pero no estés demasiado serio; guarda silencio, pero no eludas ninguna respuesta; no demuestres miedo ni tampoco orgullo. Siente que eres un agua limpia que discurre entre las piedras". Seguí ese método y vi que funcionaba también en las aduanas. Luego he tratado de aplicarlo ante cualquier adversidad de la vida y a veces he conseguido que el agua clara que se concibe en la mente se convierta en una forma de alma. No se trata de un método de fuga, sino de una conquista del espíritu para afrontar la crueldad o la estupidez. En el campo del cólera de Benako sólo reinaba la muerte, pero en medio de aquella tragedia había un manantial muy puro que brotaba de la sonrisa de los niños, de la lucha tenaz de los voluntarios, de la mirada de resignación de los agonizantes. Ese manantial dividía con aguas de plata aquel infierno y cualquiera que se detenga a oírse por dentro, embriagado de felicidad o angustiado por el dolor, sentirá que fluye también por el interior de su cuerpo.

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