miércoles, 18 de junio de 2008

EL ARCANO

El arcano
MANUEL VICENT 02/07/1995

El secreto es para el Estado lo que el misterio es para la religión: una zona inaccesible que rodea a Dios y que protege a los príncipes. Sólo mediante ciertos ritos algunos elegidos pueden penetrar en ese arcano. Se requieren juramentos, vestiduras, ungüentos y palabras esotéricas para celebrar la ceremonia de iniciación, pero apenas franqueado el interior del arcano los iniciados se dan cuenta de que ese espacio sagrado está lleno de golfos. Como en las películas de gánsteres, en que de pronto, en el fondo de una funeraria, se abre una puerta y aparece un ruidoso casino de juego rebosante de alcohol, del mismo modo los neófitos se encontraban en la trasera del lacrado tabernáculo de los templos de Tebas a una pandila de sacerdotes borrachos bebiéndose el vino y devorando los terneros del sacrificio. Dios no sería nada sin el misterio. En las logias del Vaticano algunos cardenales renacentistas esparcían avellanas por el suelo de mármol y las princesas romanas debían recogerlas a gatas con los labios mientras los purpurados ejercían sobre ellas de macho cabrío, y, no obstante, Dios estaba protegido por el rigor de la liturgia. El Estado tampoco sería nada sin sus secretos, que son una forma laica heredada del antiguo arcano divino. Atraviesa uno con el ánimo suspendido el palacio del Gobierno, los salones del Banco de España, el hemiciclo del Congreso, las tarimas de los altos tribunales entre óleos, cornucopias, uniformes y cortinajes, y al final de ese laberinto del poder las gruesas alfombras te conducen hasta un asador de Navalcarnero donde un ministro y varios funcionarios de la seguridad del Estado se están repartiendo los fondos reservados entre carcajadas. Dios necesita herejes para pervivir en su sustancia. El Estado necesita generar conjuras, traiciones y enigmas para preservar su propia miseria. También Drácula necesita la oscuridad para poder gobernar sobre algunas gargantas, pero el sol desintegra a los vampiros. Lo mismo le sucede con la luz a los políticos y a los servidores de todos los tabernáculos.

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