miércoles, 18 de junio de 2008

MÁS CEMENTO

Más cemento
MANUEL VICENT 29/10/1995

En la vida hay muchos delitos de sangre. Se cometen siempre fuera de la ley. En la cultura hay muchos delitos de cemento armado. Se cometen normalmente dentro de las ordenanzas. Durante la ex pansión económica de los años sesenta se produjo en España el abrazo del fascismo con la es peculación, cuya euforia dejó asoladas a la mayoría de las ciudades bajo una convulsión de la drillos. Entre otras cosas aquella codicia bombardeó con hormigón todo el litoral mediterráneo hasta quitarle el alma. Creíamos que la democracia traería una cierta racionalidad capaz de controlar el apetito desmedido de los especuladores. No fue así. Creíamos que los socialistas impondrían el interés colectivo o al menos el buen gusto sobre la voracidad de algunas empresas privadas. Tampoco ha sido así. Lo es tán pagando muy caro. Cual quier paisaje tiene una deidad secreta. Se puede edificar asesinándola vilmente o ayudándola a crecer con armonía. Esta disyuntiva se ha planteado ahora en Valencia una vez más. Sobre uno de sus perfiles seculares la es peculación se propone levantar tres torres de 20 pisos junto al Jardín Botánico. Se trata de una agresión salvaje cuya ignominia se verá desde más lejos a medida que esos edificios sean más altos. En Valencia hubo algunos casos famosos de sangre: el crimen de la envenenadora, el crimen del cine Oriente. De ahora en adelante, a estas tres cuchilladas de cemento que va a recibir Valen cia en pleno rostro las llamaremos el crimen del Botánico. En este caso no hay que hablar de ordenanzas municipales sino de la falta de amor. Quienes van a perpetrar ese asesinato no aman a Valencia. Puede que ostenten cargos, medallas, cochazos e incluso honores, pero no tienen amor a su ciudad. De ella tampoco esperan amor, sino sólo dinero. Lo van a recoger a espuertas junto con el desprecio de los valencianos sensibles, de hoy y de mañana. Cada ciudad tiene un alma colectiva disuelta en su paisaje. Cuando unos especuladores la aniquilan, también subyugan el alma de cada uno de sus habitantes.

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