martes, 17 de junio de 2008

PRIMAVERA

Primavera
MANUEL VICENT 12/02/1995

Ya está claro que el fin del mundo llegará en forma de una eterna primavera. Hace unos días, en el corazón de este invierno, estuve en el mar Báltico y allí la gente iba en mangas de camisa. Parecían las fallas de Valencia. El fin del mundo será precedido por la locura de las semillas. En la última capa de la atmósfera se van acumulando todos los gases que libera la civilización, pero no son sólo los gases los que constituyen en lo alto una costra dura semejante a la chapa de un automóvil. Las blasfemias de los terrestres también se evaporan y junto a ellas ascienden igualmente los discursos de los políticos, los sermones de los moralistas, los análisis de los comentaristas y los augurios de los profetas. Ese material contaminante se va amalgamando allá arriba junto con las partículas de carbono, los aerosoles que utilizan los humanos para fumigarse las axilas, los rumores de crisis, los chismorreos de amores y otras idioteces que despiden las gargantas de los seres vivos, incluidos los gritos de los animales heridos. A eso se debe el recalentamiento del planeta. Como un automóvil aparcado al sol en pleno mes de agosto, la Tierra ha comenzado a hervir. La chapa del capó es: la línea de la estratosfera: está formada por una imbecilidad humana tan sólida como el mejor acero alemán. Gracias a ese primer calor, las semillas de los vegetales ya han enloquecido: los almendros florecen en otoño. También el pensamiento de los mortales ha entrado en ebullición: cualquiera se cree un filósofo por el hecho de saber de qué pie cojea su vecino. Los casquetes polares se están licuando a causa de los gases de la civilización y de los discursos de los políticos, cuyas palabras son a veces más pestilentes que el monóxido de carbono. Pronto será una eterna primavera y las fallas se celebrarán en el Báltico. Lentamente, el mar irá ganando terreno, pero antes de anegar todo el planeta se cumplirá un sueño de oro. Durante un 'tiempo indefinido, la playa llegará a los pies del Café Gijón. Será el momento de mirar por el ventanal y encender la última pipa.

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