MANUEL VICENT 27/09/1998
En la época más esplendorosa de Hollywood, alguien intentó llevar a la pantalla la Pasión de Cristo con Gary Cooper de protagonista. Ningún productor aceptó semejante proyecto por creer que sería un fracaso. Se pensaba que el público nunca iría a ver una película en la que Gary Cooper muere de mala manera, aun sabiendo que Cristo, al tercer día, podía resucitar. Sólo un productor se avino a discutir el guión, siempre que Gary Cooper, en el último momento, se desclavara de la cruz y desde lo alto del madero le diera primero una patada en la barbilla al centurión que le iba a clavar la lanza, y a continuación, pie en tierra, la emprendiera a golpes con aquella pandilla de fariseos hasta ponerla en fuga por el Gólgota abajo. La materia de los sueños de Norteamérica está hecha de heroísmo. Para este pueblo de pioneros individualistas, de tenaces aventureros, de gente que se construye a sí misma cada día en la rueda de la fortuna, el éxito es la máxima expresión de la existencia. El presidente de Estados Unidos es el ciudadano que encarna la filosofía de ese éxito como la coronación de una aventura personal. Es el héroe americano por antonomasia. Ahora que el presidente Clinton está siendo cruelmente escarnecido y en plena agonía intelectuales de todo el mundo han acudido en su ayuda para bajarlo de la cruz, uno se pregunta cuál será el final de su calvario. Como no soy intelectual, para salir de dudas, lo fío todo a la fascinación. ¿Aceptaría Robert Redford o Paul Newman o Richard Gere representar el papel sexual de Clinton en una película? ¿Soportaría el público que cualquiera de estos héroes de la pantalla fuera pillado con los calzoncillos en la mano de forma tan ridícula en una obra dramática? Creo que la respuesta a estas preguntas marca el destino de Clinton en la Casa Blanca. ¿Desde cuándo Gary Cooper se avendría a agachar la cabeza y a pedir perdón? No lo haría. Después de todo, la fascinación es el fluido que une al héroe con su pueblo. Al final de una etapa de conmiseración, tal vez el patio de butacas se irá apartando emocionalmente de este protagonista hasta que el establishment decida que el fluido ha terminado. De todas formas, que pregunten en Hollywood. Si allí ningún productor o héroe de la pantalla quiere rodar este guión es porque se considera que Clinton es ya un perdedor sin éxito de taquilla que tiene los días contados.
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