lunes, 21 de julio de 2008

FONTANERÍA

Fontanería
MANUEL VICENT 11/04/1993

Soy un patriota que pide muy poco: me conformo con encontrar en mi país un bar limpio sin cáscaras de mejillones en el suelo. Me levanto cada día con la necesidad de admirar a alguien, y puesto que los políticos ya han sido convertidos en carne para albóndigas y los intelectuales están todos en el bingo, busco en las páginas amarillas a los héroes del momento. Ante la crisis de los viejos valores debo iniciar mi admiración otra vez por abajo. Soy un patriota que pide muy poco: me conformo con un carpintero que haga una buena silla, con un fontanero que arregle el grifo perfectamente, con un panadero que fabrique con amor un pan románico. Las cosas sencillas bien construidas, cobradas a un precio razonable y conservadas con gusto forman la estructura fundamental de una sociedad. Prestar los servicios más simples con honradez, poner un tornillo a conciencia, acudir a una cita puntualmente, constituye la máxima categoría mental de un individuo desarrollado. Del mismo modo que la felicidad abstracta es el resultado de una sucesión de pequeños actos félices, así también la solidez de un país se consigue por medio de una trama de ínfimos acontecimientos sólidos: el labrador que injerta el frutal meticulosamente, el albañil que coloca el ladrillo justo en el lugar preciso, el deudor que cumple los plazos con exactitud, el lechero que llega a las cinco en punto de la madrugada. El regeneracionismo que se inició en España con los krausistas en el siglo pasado sólo trató de incidir en los políticos y en las instituciones del Estado, sin caer en la cuenta de que la vida pública tiene su base en el plornero, el ordenanza, la verdulera. Frente a la descomposición moral de esta sociedad, uno necesita agarrarse a los valores firmes, a los primitivos héroes. Éstos se han refugiado hoy en las páginas amarillas, donde está la gente que con su trabajo sustenta toda la política y la felicidad concreta que uno pueda adquirir. Un país se puede permitir que sus políticos sean unos ineptos, pero no que lo sean sus fontaneros.

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