lunes, 21 de julio de 2008

NUEVA ERA

Nueva era
MANUEL VICENT 28/11/1993

Los que soportaron el incendio de Constantinopla en 1493 no sabían que ese fuego y todos los alaridos que provocó estaban inaugurando la Edad Moderna: mientras las murallas de Bizancio ardían, Gutenberg en Maguncia imprimía un Salterio con caracteres móviles por primera vez. El año en que nació la imprenta reinaba en toda Alemania la peste bubónica, y los marineros portugueses tenían ya en la imaginación el primer compás de navegación sobre la rosa de los vientos, cuando en España había comenzado a arder la carne de los herejes. Los estudiosos necesitan un signo espectacular paradividir la historia. La caída de Constantinopla, la imprenta, el naturalismo de Giotto, el retorno a los mármoles de Grecia, el descubrimiento de América, marcan el fin del Medioevo. Pero estos hechos no manifestaron su poder hasta mucho tiempo después. Una cosa parece clara: los cambios de época se producen siempre entre convulsiones de muerte, ya que el ave Fénix necesita mucha ceniza para reemprender el siguiente vuelo. Hoy todo el mundo habla de la crisis económica. Tal vez no se trate de una crisis pasajera, sino del final de un proceso, del inicio de otra era, y si esto es cierto, un lunes cualquiera, al despertar a las nueve de la mañana, saldremos a la calle, y siendo todo igual, lo veremos todo con ojos distintos. Los cambios de época se producen dentro de la retina de una generación: son formas nuevas de mirar. Cuando en el futuro los historiadores necesiten acogerse a un acontecimiento para dividir este tiempo, recordarán la caída del muro de Berlín como el de Constantinopla, o la muerte de la imprenta de Gutenberg a manos del vídeo casero, o el descubrimiento de que el alma no era más que un virus. Nada de eso será relevante. Posiblemente la nueva era comenzará un lunes, en que por fin el bien y el mal serán la misma cosa. Y los historiadores dirán: en 1993 la gente creía que su angustia se debía a la crisis económica. En realidad se debía a que ya no podían distinguir el cielo del infierno.

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