domingo, 27 de julio de 2008

TERROR

Terror
MANUEL VICENT 27/07/2008

Al final todas las películas son de terror, porque los actores y actrices que trabajan en ellas han muerto. En la niñez fueron tus héroes. Trababas de imitar sus gestos cuando eras adolescente. Te enamoraste de aquellas mujeres seductoras en tu juventud. Hubo un tiempo en que Gary Cooper, Ingrid Bergman, Montgomery Clift, Audrey Hepburn, Steve McQueen, fueron maravillosos seres vivos junto a otros personajes fascinantes que llenaron tu vida de sueños imposibles. Si ves en televisión una película de cine clásico y estás solo en casa al poco rato te darás cuenta de que eres el único que sigue vivo en un mundo de fantasmas. Hubo un tiempo en que en la pantalla sólo morían los malos, los patilludos de mirada torva, los indios y los cuatreros. Nunca se daba el caso que ese lance le sucediera al guapo. Ningún público hubiera tolerado que Gary Cooper muriera de mala manera. De hecho, todos los actores a los que amábamos eran inmortales. Pero la vida es esa película de aventuras en que al final Gary Cooper muere de verdad. Para saber si te estás volviendo viejo existe una prueba irrebatible. Empieza a contar cuántos actores y actrices que llenaron de fascinación tu juventud viven todavía. Tuve esa experiencia una noche del pasado invierno. Para aliviar el insomnio me puse una película, la primera que salió de la estantería al alargar la mano. Resultó ser Casablanca. Todo iba bien al principio, pero agitada mi imaginación por el viento oscuro que silbaba en la ventana caí en la cuenta de que Bogart en realidad ya no existía y tampoco Peter Lorre ni Ingrid Bergman ni el negro que tocaba el piano ni el policía ni ninguno de aquellos espías alemanes ni nadie de aquellos franceses que puestos en pie cantaban a coro la Marsellesa. Todos habían muerto y yo me estaba moviendo entre ellos dentro de un panteón. Casablanca se había convertido en una película de terror. Tal vez no habría sido lo mismo si hubiera visto la película en un cine de verano bajo las estrellas. Porque envuelto en el aroma de jazmines habría imaginado que aquellos héroes que adornaron nuestra juventud seguían vivos fuera de la pantalla formando una nueva constelación, como seguían vivos los personajes de los libros que leímos un día tumbados en una hamaca.

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