Dios mineral
MANUEL VICENT 16/07/2000
Si en una logia del Vaticano se montara un laboratorio de biología molecular, cualquier experimento que se realizara allí ¿se podría considerar teología? En este terreno algo llevamos ganado: la fortaleza, la templanza y otras potencias del alma equivalen al hierro, al potasio, al complejo vitamínico que se vende en farmacias. El mismo calcio que está en tus huesos antes estuvo en la leche de la vaca y ésta lo tomó de la alfalfa del prado y la alfalfa lo recibió de algún residuo orgánico que pudo haber sido tuyo o de cualquier insecto. En esta cadena consiste la inmortalidad, la tuya y la del escarabajo. Venimos cada mineral por separado de la explosión de una lejanísima estrella perdida en el universo. Ninguna molécula se ha extraviado. Cada una formaba parte de aquel dios explosivo. Y vamos de paso hacia la eternidad llevando a cuestas unos minerales comunes que sólo detentamos breve tiempo y luego los cedemos de nuevo a la alfalfa para que nos devore otra vaca. ¿Será esto el cuerpo místico? Si el Vaticano se convirtiera en un centro de investigación biológica no por eso sería menos mágico. Despojemos al Papa imaginariamente de esas vestiduras sagradas que le dan un aire de drag-queen del Más Allá y a los cardenales y obispos de sus arreos bordados para dejarlos a todos vestidos con batas blancas de laboratorio y sustituyamos los cálices por microscopios electrónicos y los altares por jaulas llenas de cobayas y los oficios religiosos por experimentos con tubos de ensayos. Llegado el momento en ese centro de investigación del Vaticano se plantearía el misterio de una última partícula a la que confiar nuestra salvación y en torno a ella también se producirían apariciones y milagros, habría profetas, santos, inquisidores y ateos, pero los teólogos no tendrían que abandonar la materia para alimentar nuestros sueños de grandeza. Ahora mismo la ciencia y la poesía están haciendo síntesis. Pronto los últimos hallazgos científicos se escribirán en verso, tal vez se convertirán en salmos y serán cantados en gregoriano. Cuando esto suceda siempre quedará un punto oscuro para que los nuevos teólogos de la materia sigan haciendo teología molecular. Por ejemplo: nos tendrán que explicar por qué de un mismo frasco de minerales humanos, sin que cambie la composición, sale un Hitler y un Mandela, un Einstein y un amigo mío del pueblo que parece un mono afeitado.
MANUEL VICENT 16/07/2000
Si en una logia del Vaticano se montara un laboratorio de biología molecular, cualquier experimento que se realizara allí ¿se podría considerar teología? En este terreno algo llevamos ganado: la fortaleza, la templanza y otras potencias del alma equivalen al hierro, al potasio, al complejo vitamínico que se vende en farmacias. El mismo calcio que está en tus huesos antes estuvo en la leche de la vaca y ésta lo tomó de la alfalfa del prado y la alfalfa lo recibió de algún residuo orgánico que pudo haber sido tuyo o de cualquier insecto. En esta cadena consiste la inmortalidad, la tuya y la del escarabajo. Venimos cada mineral por separado de la explosión de una lejanísima estrella perdida en el universo. Ninguna molécula se ha extraviado. Cada una formaba parte de aquel dios explosivo. Y vamos de paso hacia la eternidad llevando a cuestas unos minerales comunes que sólo detentamos breve tiempo y luego los cedemos de nuevo a la alfalfa para que nos devore otra vaca. ¿Será esto el cuerpo místico? Si el Vaticano se convirtiera en un centro de investigación biológica no por eso sería menos mágico. Despojemos al Papa imaginariamente de esas vestiduras sagradas que le dan un aire de drag-queen del Más Allá y a los cardenales y obispos de sus arreos bordados para dejarlos a todos vestidos con batas blancas de laboratorio y sustituyamos los cálices por microscopios electrónicos y los altares por jaulas llenas de cobayas y los oficios religiosos por experimentos con tubos de ensayos. Llegado el momento en ese centro de investigación del Vaticano se plantearía el misterio de una última partícula a la que confiar nuestra salvación y en torno a ella también se producirían apariciones y milagros, habría profetas, santos, inquisidores y ateos, pero los teólogos no tendrían que abandonar la materia para alimentar nuestros sueños de grandeza. Ahora mismo la ciencia y la poesía están haciendo síntesis. Pronto los últimos hallazgos científicos se escribirán en verso, tal vez se convertirán en salmos y serán cantados en gregoriano. Cuando esto suceda siempre quedará un punto oscuro para que los nuevos teólogos de la materia sigan haciendo teología molecular. Por ejemplo: nos tendrán que explicar por qué de un mismo frasco de minerales humanos, sin que cambie la composición, sale un Hitler y un Mandela, un Einstein y un amigo mío del pueblo que parece un mono afeitado.
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